Rosa Montero tiene mucho de Bruna Husky, su literaria detective replicante: la escritora la dio a luz, le puso las costuras, le inyectó relieve -tanto que éste, Los tiempos del odio (Seix Barral), es ya su tercer libro-, y en ella crece, combate y se exagera a sí misma para entenderse. La Husky es una comadre que la representa allá en esas tierras de la ficción, aunque hay algo que las diferencia: “Yo soy una cobarde física, aunque bastante valiente emocionalmente, y ella al contrario”, guiña Montero. “En otras cosas la siento muy cerca: en la obsesión que tiene por el paso del tiempo, por ejemplo, porque vivir es irse deshaciendo en los años… y, a la vez, en el ansia de vida”, explica.

“Cuando estás muy lleno de muerte, cuando eres muy consciente de que te vas a morir, también eres consciente de que estás vivo. La mayoría de la gente se las apaña para vivir como si esto fuera eterno, y eso hace que se desperdicie la vida muchas veces”. En el cerebro narrativo e inagotable de Montero ya estamos en Madrid, año 2110, y el mundo se va a pique: la guerra civil global anda a punto de estallar, el latido populista se acerca como pisadas de animal grande y el odio se ha colado hasta en las salivas de los ciudadanos: no se sabe vivir sin morder. Nacionalismos, fanatismos, terrorismos. Ahí Bruna Husky, en medio del caos, inmersa en la búsqueda del desaparecido inspector Lizard, intentando hallar paz en un planeta de obesos de ira. 

Hablamos con Montero sobre el auge de la crispación y de la extrema derecha, del fracaso de la democracia, del feminismo, de la libertad artística y del sillón de la RAE que, al final, prefirió no ocupar. 

La primera frase de la novela es “Sin amor no merece la pena vivir”. La dice Ángela. ¿Qué se hace cuando no es correspondido?

En la novela esa frase tiene dos sentidos. Uno de los sentidos es justamente lo contrario al odio, esa especie de viento, fuego, violencia e intolerancia que está recorriendo el mundo. Sería el cultivar la empatía, ponerse en el lugar del otro y tener una relación más civilizada. Y luego tiene la parte importantísima del amor apasionado...

Tan apasionado que se llega a cortar el trozo de piel que lleva el tatuaje con el nombre del ser amado. ¿No es enfermizo?

Claro, bueno. Ella es un ejemplo extremo. Bruna, mi Bruna, es un replicante de combate y es muy valiente físicamente, pero es una cobarde emocional. Le dan miedo los sentimientos porque cree que la debilitan. ¡A todos nos da miedo amar…! Nos pone en riesgo. Por eso ella ve en Ángela la personificación de su abismo, del miedo que ella tiene. Pero por otro lado aprende de Ángela que hay que dar un paso más adelante. Creo que lo interesante es encontrar ese punto intermedio entre no volverte loca y supeditar toda tu vida… y que tu vida sea una patología persiguiendo la pasión, y por otro lado no cerrarte a ello por miedo a que te ponga en riesgo. 

Lo estamos buscando, ¿no?

Exacto. Todos lo estamos buscando, con mayor o menor acierto. Esa es la cuestión.

¿Cómo se le explica a Santiago Abascal que los radicalismos se combaten con amor?

Primero se combaten con cultura, con conocimiento, con una falta de deseo de refugiarnos en los dogmas y en las certidumbres. La primera novela de Bruna la empecé a escribir hace diez años y ya estaba este mismo mundo que en esta está más concentrado. Son novelas que tienen una vertiente política evidente, y yo hablaba en aquella primera de esa percepción… percibía una añoranza mundial de los dogmatismos, de los totalitarismos, de las teocracias furiosas. Y el comienzo de la crisis de la legitimidad y la credibilidad democrática.

Un poco visionario. Esta semana te metes en cualquier periódico o en las redes sociales y lees “fascismo, fascismo, fascismo”. 

Es que es así. En el mundo de Bruna no ha hecho más que crecer, y en el mundo real también. Ya se veía, aunque no se tan claro, y de repente está estallando en todo ese movimiento de retrogradismo e involución en todo el mundo. Están las añoranzas teocráticas (como el ISIS) y las totalitarias (que vienen servidas por los populismos, desde Trump a Bolsonaro, que dan un miedo que te mueres). Más la fascistización de Europa. Vivimos en los tiempos del odio. Es tremendo. La campaña de Trump y el Brexit fueron modélicos en el sentido de “es un modo de hacer política que se basa en el odio”. Antes los modelos democráticos iban de lo contrario, ¿no? En sus programas, en sus formas, aunque luego en sus actos lo desmintieran, pero el discurso era otra cosa. Ahora el odio vende.

¿Qué es lo que se puede extrañar exactamente del fascismo y quién lo extraña?

Hombre, lo extraña todo el mundo. Del fascismo, del nazismo… del totalitarismo en general. O del estalinismo, me da igual. Mira, yo he nacido en una dictadura y tengo claro el abismo que supone eso. Una democracia es muy transparente, se supone que ese es uno de sus valores, y eso permite que se trasluzcan todos sus agujeros, que son inmensos. La democracia que vivimos es injusta, corrupta, cínica, hipócrita… Mira el caso de Khashoggi, ¿no?, solamente la Merkel fue la que dijo “¡no!...”. Y se va a ir de la política, porque es una rara avis. El resto de los países democráticos a los que se les llena tanto la boca con sus principios y tal no se atreven a enfrentarse a alguien que les puede quitar un contrato millonario. Por eso tanta gente está empezando a aborrecer la democracia y se crean los cantos de sirena de las demagogias y los populismos. ¡Se creen la falsa pureza del dogma…! Parece que es una regeneración, un volver a los valores. Es la falta de información y de formación.

¿Cuál es el punto entre una democracia defectuosa y decepcionante y la aterradora alternativa, el totalitarismo?

Hay que regenerar la democracia, pero parece que no se lo toman en serio. No se actúa de forma políticamente ética. Menos mal que el Supremo no ha vuelto a ratificar aquí lo de los bancos y las hipotecas, sino habría sido otra cosa espeluznante. ¿Qué mensaje estamos mandando a la gente joven: que los que mandan son solamente los que tienen el dinero, que este sistema no funciona? Menos mal ahí, menos mal, pero es eso todo el rato. Hay que refundar la democracia, hay que intentar limpiarla y crear más cautelas democráticas contra la corrupción y el abuso de poder. Y si no lo hacemos corriendo, cada vez habrá más gente antisistema: y los antisistema no son los perroflautas, sino Trump y los Bolsonaro y toda esta gente, y el neofascismo europeo. Nos vamos al abismo.

¿Qué opinión te merece Pablo Casado?

Me parece muy, muy reaccionario. Peligroso, te diría. Me parece un movimiento retrógrado dentro del PP, una vuelta de tuerca hacia un extremismo.

¿Qué tendría que aprender Casado de feminismo?

No creo que nunca aprenda nada, ¿eh? Es lo que tiene la gente que se siente tan a gusto con sus certezas. Él tiene todo tipo de respuestas, pero el mundo es muy complejo, muy difícil, y nos cuesta tanto entender hasta nuestra pequeña vida… y este tipo, pues no creo que nos escuche, a las feministas. Prefiero dirigirme más a los votantes de derechas de este país, entre los que creo que hay todo tipo de gente y gente súper valiosa. Mira la Merkel, a la cual admiro enormemente. Ha sido el único político internacional que estuvo a favor de los refugiados, por ejemplo, y es una mujer conservadora: demuestra una ética y una idea de Estado impresionante. Por eso me dirijo a los votantes de derecha para decirles que ese no es el camino y que intenten poner otro líder que no sea Casado. La gente de bien tenemos que juntarnos, de izquierda y de derecha. 

El libro está ambientado en 2110. ¿Para entonces habrá estallado ya otra guerra civil en España? 

No ya en España, sino en el mundo, como está a punto de suceder en la novela. Ese mundo estará unificado. La guerra civil española no fue más que un episodio más de la intolerancia del ser humano.

Y no dejamos de hablar de ella.

Ya, la tenemos presente, pero remite, al final, a esa ceguera, a ese odio, a ese cosificar al otro y dejar de verlo como humano. Pasa en el libro con los terroristas de la novela: el otro pierde su humanidad y le podemos hacer lo que sea. Eso ha existido desde las cavernas, y desde entonces ha existido esa tensión entre la luz y la oscuridad, entre un progreso de civilización y la barbarie. Ya en las cavernas había hombres y mujeres que preferían combatir la paletilla del oso cavernario con el enfermo y otros que le pegaban un garrotazo al enfermo para no tener que compartir. Eso ha existido desde siempre.

Y hasta ahora, por fortuna, con un sufrimiento espantoso y una inversión de sangre y de vidas a lo largo de la historia de la humanidad, ha ido ganando la parte más luminosa, ¿no? Se han ido conquistando logros enormes y muy costosamente mantenidos. Por ejemplo, la esclavitud, que ha durado hasta el siglo XIX, se ha abolido. Hoy hay 40 o 50 millones de esclavos en el mundo, leí el otro día, pero la esclavitud es ilegal y se considera abiertamente aborrecible. Eso es un paso adelante. Con la tortura igual. Se sigue torturando, obviamente, en el mundo, pero se considera terrible. Eso son avances, pero los podemos perder. El progreso no es obligatorio. Tenemos la tendencia infantil e ignorante a creer que el mundo va a ser cada vez mejor: puede haber una involución absoluta.

Esta mañana decías en la rueda de prensa que en las novelas no hay que abordar temáticas ejemplarizantes como “feminismo” o “ecologismo”. 

No, no, no deben ser utilitarias.

Eso me interesa, porque parece que ahora hay cosas que no se pueden decir ni siquiera en las novelas. ¿Cómo vives esto como creadora?

¿Que no se puede decir? Se puede decir todo.

Pero sabemos que van a ser puestas en el punto de mira. Y señaladas desde la literalidad, o como si el autor subrayase personalmente todo lo que cuenta novelísticamente. 

No… tú tienes que escribir la novela que tienes que escribir, y si luego la gente dice tonterías, que las diga, no sé cómo explicarte. Mira, la madurez del escritor pasa por borrar el yo consciente, como decía Julio Ramón Ribeyro, el peruano: una novela madura exige la muerte del autor, y es una muerte metafórica. Te tienes que dejar atravesar por la historia que estás contando. Tienes verdaderamente que escribir la novela que necesitas escribir. No se escribe para enseñar nada, se escribe para aprender e intentar poner un poco de luz en tus obsesiones. La madurez pasa por esa libertad total, en tus miedos, en tus vanidades… te tienes que borrar. Es como si soñaras. Las cortapisas estas que estás diciendo, esto de “¿qué pensará la gente?”… bah. Es absurdo completamente.

¿Y en cuanto a las palabras? ¿Qué hay de “mariconez”? 

Creo que hay palabras que son jodidas. La lengua está completamente manchada por los valores sociales, por eso es sexista. Y la lengua ahora mismo aborrece términos también. Yo, desde luego, no diría “vaya maricón”, pero porque no me sale. Para nada. Aunque haya homosexuales y gays, un montón, amigos míos, que se dicen “anda, maricona”… pues es otra cosa.

Han hecho el término suyo. 

Justo, y es interesante, pero sí que la lengua va por detrás de los movimientos sociales, aunque vaya inmediatamente después. Ahora hay una necesidad de la lengua de adaptarse a nuevas formas, por ejemplo en el sexismo. Lo que no puedes es hacerlo por decreto. No puedes poner esa ortopedia de “amigos y amigas”, “lectores y lectoras” todo el rato, ¡que es tan cansino…!

Por la economía del lenguaje.

Exacto. La economía del lenguaje lo escupe. Habrá que encontrar otras fórmulas. Por ejemplo puedes empezar a hacer concordancias por la mayoría del sexo que haya en una sala. Si hay muchísimas más mujeres, hablar en femenino. Terminará siendo. Yo ya lo estoy aplicando. No te digo que haya que contar, pero cuando es obvio… ¿cuántas veces nos ha pasado el estar 20 mujeres y un solo hombre y hacer toda la concordancia en masculino? Empieza a ser un poquito chirriante ya, ¿no? Hay que hacerlo y la gente se irá acostumbrando, porque hay una necesidad real e intrínseca del lenguaje de adaptarse a esos nuevos valores. Y ahí va, como una maquinaria un poco más pesada, pero detrás. Lo mismo pasa con “mariconez” y con “es un gitano”… no, joder, qué duro.

¿Estás a favor de que haya cuotas en la RAE? Tú estuviste a punto de entrar. Sigue habiendo 46 académicos y, de esos, sólo 8 mujeres. 

No, bueno, no creo que yo no entrase por una cuestión de machismo. No sé, creo que hubo un lío. Es complicada, la Academia. Luego me ofrecieron con todas las garantías que entraba en la siguiente, después de Carlos García Gual. Me insistieron… hay gente maravillosa, la verdad. Pero yo ya no quise. Realmente podría haberlo hecho, porque me acerqué, lo vi y comprendí, fue como una epifanía.

¿Por qué no te ha apetecido?

No creo que sea exactamente mi sitio. Soy una persona que trabaja como novelista de una manera muy aislada, solitaria, y muchos que están ahí son profesores, catedráticos, etc., y están acostumbrados a las reuniones de profesores de los claustros… y eso no es mi estilo de vida. Yo nunca había aspirado a eso, pero luego cuando me lo propusieron pensé: “Un honor tan grande… ¿Cómo me voy a permitir rechazarlo?”. Así que me presenté. No salí y dije: “Pues ya está hecho, lo he probado y no es lo mío”. Pero no lo vi como una cosa machista de la Academia, aunque la Academia es machista, como son machistas todas las instituciones y toda la sociedad. Las empresas, todo…

Pero la RAE está en parte pagada con dinero público, por eso te preguntaba lo de las cuotas. 

No, yo estoy segura de que terminará habiendo un montón de mujeres en la Academia. De aquí a muy poco. Se va normalizando.

Son muy lentos, ¿no?

Creemos que es lento porque vivimos una pequeña vida, pero si miras para atrás… la mujer no podía entrar en las universidades hasta bien entrado el siglo XX, en general. Hace cien años. La mujer no podía votar hasta mediados del siglo XX: en Francia hasta el 46, en un maldito cantón suizo me parece que hasta el 78… es que hemos hecho un avance monumental. Las cosas llevan su tiempo y el ritmo, en realidad, es vertiginoso. Se está deconstruyendo el sexismo.