Camufla su sabiduría con la levedad de la humildad. Es un autor sin firma, un artista invisible. Una presencia velada, que siempre está ahí. En las paredes de la calle, en carteles inmensos. Hace una década recibió el encargo de ponerle imagen a los estrenos de las producciones teatrales del Centro Dramático Nacional y él hizo algo más: creó una identidad y se ha perpetuado sin él. Es la fórmula del silencio y la baja intensidad, la máxima del menos es más, la llamada de atención sin berrear. Isidro Ferrer (Madrid, 1963) no quiere convencer, quiere vencer.

Hace menos de un siglo, el padre de la Edad de Oro de la cartelería entendía su oficio como “un grito en la calle”. Paul Colin fue un maestro de la comunicación social en un entorno en blanco, sin impurezas y a estrenar. Podía gritar todo lo que quisiera en plazas, bulevares, vías y carreteras para convencer a los vecinos de los beneficios de consumir ese producto. El griterío es escuchaba con nitidez y sin interrupciones. En pocos años, los “conglomerados de mensajes”, como los llama Maltesse, ya se amontonan en los estímulos y su percepción es imposible.

La batalla callejera

A Isidro Ferrer no le gusta la vida de la capital. Demasiada prisa, demasiado ruido, demasiado follón. Vive al borde de los Pirineos, inmerso en sus propios silencios, imaginando cómo intervenir en el mundo sin subir los decibelios. Sus mensajes para pared son claros. Impolutos. Aísla el objeto de la maraña de información, concreta lo máximo y lo separa del griterío. En la calle se libra una batalla por la atención y los mensajes se superponen unos a otros.

Por eso el blanco es tan importante, porque concede un pequeño espacio de concentración sobre el objeto

“Recabar la atención es difícil. No puedes gritar por encima de los demás, porque sólo generas ruido. En los muros de la ciudad ya hay tanto ruido que no eres capaz de distinguir. Así que utilicemos el silencio. Cuanto más chillas, menos te escuchan. Por eso el blanco es tan importante, porque concede un pequeño espacio de concentración sobre el objeto”, explica Isidro. Blanco, silencio, concreción y el golpe maestro: la “extrañeza”.

Torrente de influencias

Sorpresa o muerte. Sus criaturas mutantes son creaciones mitológicas contemporáneas, a partir de la combinación de dos objetos: una muleta es un kalashnikov (Ante la jubilación, de Thomas Bernhard), una pluma que es un cuchillo (Marat/Sade, de Peter Weiss), una cama con un somier que es una cuchilla (para Presas, de Verónica Fernández e Ignacio del Moral), un gallo con cabeza de caballo (en Las visitas deberían estar prohibidas por el código penal, de Miguel Mihura) o un serrucho que es una escalera gigante por la que desciende un hombre diminuto (para Sí, pero no lo soy, de Alfredo Sanzol). Muchos de ellos han sido recopilados en una excelente edición de Nórdica, titulada El juego en escena.

Casi una década de trabajo, con una evolución desde el objeto a la palabra. Todo se transforma, nada es lo que parece, en el juego de Isidro Ferrer (influido por una riada de ilustrados como Joan Brossa, Pep Carrió, Peret o Chema Madoz). “Hay mucha gente que me antecede y me relaciono con ellos de manera nutritiva”, dice. Es moderno por inmovilismo, porque no se agota, porque sus vínculos con las Vanguardias son evidentes. Juega a divertirse en el equilibrio entre la conmoción de la belleza y de la idea. Que una no devore a la otra en medio de esa montaña ininteligible de ruido y grito.

El diseño gráfico te permite no ser tú siempre, te fuerza a que adoptes otros estilos propios. Puedes jugar a ser los demás en función de las necesidades de los clientes

Lo bello es tan subjetivo como rotundo, aunque sea un encargo comercial. “El encargo no puede desprenderse de la autoría, aunque vaya sin firmar. Estás detrás de una creación, por mucho que pretendas desaparecer, ahí está tu mano y te delata. Además, el diseño gráfico te permite no ser tú siempre, te fuerza a que adoptes otros estilos propios. Puedes jugar a ser los demás en función de las necesidades de los clientes”, reconoce el autor que explica que uno no es lo que quiere, sino lo que puede. Abrir el abanico de sus limitaciones, siempre con curiosidad y precisión. Porque todo lo que no lleve cariño es pan de gasolinera. Ojo, detesta el verbo "diseñar".

No depende del presupuesto, porque incluso cuando el presupuesto para la cartelería del CDN se vio mermada por la crisis Isidro aprovechó para trabajar en un escrupuloso blanco y negro, a una sola tinta para ahorrar y en papel reciclado, impreso en las máquinas del Estado donde se imprime el BOE. Recursos básicos, máxima expresividad en la escena que compone Isidro Ferrer, el artista que lee el escenario en una imagen.