Ana María Matute nunca salió del bosque, pero hace veinte años lo hizo público. El 18 de enero de 1998 leyó ante los académicos -y subrayo el artículo masculino- su discurso de ingreso. Dos mujeres en la RAE. Empezaron sus palabras por la definición de la escritura, lo que le había llevado hasta el sillón K: “Es el uso de la palabra para perseguir desentrañar el envés del lenguaje, el revés del tejido lingüístico”. 

Ella se atrevió a extraer la fuerza, el misterio y la sabiduría que encierran las palabras. Sólo hay que interrogarlas. Que no es poco, porque la curiosidad es mucho. Bueno, todo. Ella preguntó demasiado en los años de gris porra. La curiosidad es un campo en flor en la infancia, edad que le fascinaba y que protagonizó la novela de la que más satisfecha se sentía Ana María Matute, declarada “inmoral” por la censura franquista.

Filas para firmas en la Feria del Libro de Madrid. Efe

 

Es “Los hijos muertos”, la escribió en 1958. Dos años antes había publicado la colección de cuentos “Los niños tontos”. Ya estaba fichada y la sangría corre sobre el manuscrito que entregó para que los lectores pervertidos dieran su visto bueno. El primero lo dio, pero el Ministerio pidió una segunda opinión. Éste manda suprimir palabras, expresiones y pasajes de más de veinte páginas. 

Aquí, la inmortalidad

El manuscrito, crucificado por su lapicero rojo. Tacha: “la puta”, “los maricones sucios”, palabras gruesas y el párrafo que más le duele, el que define al personaje de Isabel Corvo como “la cristiana, la justa, la intachable”. Claro, un instante antes había declarado querer quemar a una mujer y enterrar vivo a su marido en la nieve. Demasiado cristiana para tanta violencia. 

Todavía sufrirá el alma de Los hijos muertos una tercera lectura, que mata con bolígrafo azul. Aclara que los pasajes censurables deben “suprimirse por puntos suspensivos, pues aunque reflejan un modo de hablar corriente de los personajes no son imprescindibles”. Demasiada realidad para el franquismo. “Abundan las frases malsonantes y epítetos que sin menoscabo de la acción podrían suprimirse”. La novela puede publicarse bien castrada, llena de silencios irrecuperables.

Un lector en la Feria del Libro de Madrid. Efe

Esta semana, el mismo día en que el barómetro de la lectura -testado por la Federación de Gremios de Editores- señalaba que el 40% de los españoles no lee nunca, la invitación de Matute a leer cumplía veinte años. Y cada vez que leemos este discurso de ingreso, ella sigue leyéndolo, envuelta en su fragilidad indestructible. 

Siempre fuera de control 

Leer es para ella -hagámosla presente- entrar en un bosque. “El bosque es para mí el mundo de la imaginación, de la fantasía, del ensueño, pero también de la propia literatura y, a fin de cuentas, de la palabra”. El bosque. “Antes de saber leer, los libros eran para mí como bosques misteriosos”. Se pregunta cómo era posible que de aquellas páginas de papel, “de aquellas hormiguitas negras” se levantara un mundo ante sus ojos. “¿Qué clase de magia, de sortilegio era aquel que sobrepasaba cuanto yo vivía y cuanto vivía a mi alrededor?”.

La lectura es Alicia cruzando el espejo: “El deseo de conocer otro mundo, de ingresar en el reino de la fantasía a través, precisamente, de nosotros mismos”. Cruza el espejo, abandona la realidad y descubre. Hazlo. Abandona ese mundo en el que saben lo que piensas, lo que comes, dónde estás, con quién has quedado, a quién amas y a quién votas. 

Huye de este campo alambrado y geolocalizado, en el que la realidad lleva sobrepeso. Recupera tus secretos y abandona lo literal: entra en el bosque de la literatura. Colócate fuera de control, en un bosque. Al menos por unos instantes, donde nadie pueda verte. Cruza el espejo, entra en el bosque de lo misterioso y de lo fantástico.

Una búsqueda sin fin 

El día que Ana María descubrió el bosque ya no quiso salir de él. Era su lugar: “Jamás había experimentado, ni volvería a experimentar en toda mi vida, una realidad más cercana, más viva y que me revelara la existencia de otras realidades tan vivas y tan cercanas como aquella que me reveló el bosque, el real y el creado por las palabras”.  

Lee, porque no hay nada ni nadie que sea sólo materia. Mugre seca en proceso de deterioro. “Todos somos portadores de sueños y los sueños forman parte de nuestra realidad”. 

Leer es una forma de ser y estar, un camino que no termina nunca. Leer es pasar al otro lado del espejo. Y del espejo negro, también. Leer es buscar tu propia historia en la de los demás, construirla y construirte. “Una búsqueda, sin duda. Y, a veces, hasta feroz. Algo parecido a una incesante persecución de la presa más huidiza: uno mismo”. Leer es buscar la posibilidad. Y quizá la encuentres.