El Apocalipsis llega con retraso. El papel empezó a morir y a extinguirse hace años, décadas, desde la llegada y la expansión de los entornos digitales. Pero le cuesta desaparecer de nuestras vidas. Mientras sucede su desaparición absoluta, aparece una nueva pregunta en el debate: ¿qué puede ocurrir con la extinción de una manera de leer, un modelo de libros y un tipo de lector?

Un grupo de antropólogos ha marchado a resolver la cuestión al sur de La Mancha, donde creen haber encontrado a quienes “siguen hallando el alma del libro en la materia”. Querían conocer la relación primigenia, originaria, con el libro de papel, de aquellos lectores que vivieran lejos de los entornos virtuales y que consumieran sólo eso, papel. El estudio se incluye en el informe ¿Cómo leemos en la sociedad digital? Lectores, booktubers y prosumidores, publicado ahora por la Fundación Telefónica y la editorial Ariel

Leer por evasión, cuando se ha evadido. Jorge Moreno Andrés y Julián López García

Y encontraron “lectores adultos, con mucho de autoformación, no letrados formales”. Frente a los lectores y lecturas amplias, “versátiles y emergentes”, los “lectores pegados y atraídos por el poder fetichizante del libro de papel, lectores que siguen asombrados y apegados a lecturas clásicas y de asombro inicial”. Y a esos dos escenarios donde se desplazaron a hacer sus preguntas y análisis los llamaron “Analogia” (sito en Abenójar y Almodóvar del Campo, dos pueblos de Ciudad Real) y “Digitalia” (en Madrid).

Poseer, acumular

En la vida de “Analogia” la cantidad es un signo de distinción. “¿Cuántos libros tienes?” o “¿Cuántos libros has leído?”. La posesión es la satisfacción de sus habitantes. “Alguien que ha leído mucho posee de algún modo esos libros, y alguien que los tiene también se muestra satisfecho”, explican los autores. Poseer les llena y enorgullece, acumular les hace reales. Porque las bibliotecas y los libros son capital real y simbólico.

Además, los informantes del estudio traducen la cantidad en capital económico: “Yo tengo gastadas aquí más de 300.000 pesetas, dijo uno de ellos señalando las estanterías de su librería. Otro delante de la suya: “Todo esto -dice señalando una biblioteca de apenas 250 ejemplares- me ha hecho que no sea un animal”.

Leer sin condicionales. Jorge Moreno Andrés y Julián López García

Eusebio, uno de los informantes de Abenójar, esconde las compras de libros a su esposa, por lo que gasta y porque para la familia es un lujo. Pero sabe que la acumulación es un marcador de clase, sobre todo para un pastor como ha sido él. Va sisando euros a la pensión de 800 euros con la que viven él y su mujer. comenta a los investigadores que muchos de los libros que conserva en su biblioteca no los ha leído. O sólo lo ha hecho parcialmente. “A veces tenerlos, mirarlos, hojearlos, le sirve para recibir un impacto benéfico, para ir saliendo, en su percepción, de la barbarie”. Concluyen que los informantes ven el libro físico como un cuerpo orgánico, “y que su sola existencia tangible emite un tipo de energía que impregna a quienes pasan cerca, o tocan, o miran”.

Leer o morir

Encarna, de Almodóvar del Campo, desvela un tipo de relación emotiva con el libro: “Yo, a veces, me quedo mirando las estanterías, sólo por el gusto de mirar. Algunas veces cojo un libro, lo hojeo, lo cambio de sitio… Lo peor es cuando voy a buscar uno y no lo encuentro… me da más rabia perder libros que cualquier otra cosa porque, aunque quizá lo puedo volver a comprar, no es lo mismo”.

Los investigadores relatan cómo entre los amantes del libro de papel hay una retórica simbólica en torno al punto final, que es un signo mágico que da cuenta clara de una meta lograda. Para Ángela el punto final del libro es el inicio de la despedida de un ser que te ha acompañado durante mucho tiempo. La lectura como un acto de muerte que devuelve la vida. “Llevarlo a la estantería es como llevarlo a un nicho donde uno acude de vez en cuando para recordar, y al recordar volver a dar vida”, cuentan los autores Julián López García y Jorge Moreno Andrés.

La atracción de la lectura. Jorge Moreno Andrés y Julián López García

Y cuanto más primigenio es el lector, tanto más parece idolatrar y fetichizar el objeto: lo forra, no lo hiere con subrayados, no lo marca con dobleces. Ángela les contaba que los subrayados son cicatrices, los dobleces son como pellizcos que hacen daño y dejan marca. “Expresiones de maltrato”, que reafirman la virginidad de los libros en papel después de su lectura.

Leer a salto de mata

“El libro es como la plomada de los albañiles que te dicen si vas derecho o torcido”, les dice Juan. Ángela habla de “brújula, que la lleva por caminos interesantes, desconocidos, pero sin perder el norte”. ¿Y en “Digitalia”? Si en “Analogia” el leer a salto de mata es una anomalía, en “Digitalia” la lectura fragmentaria es lo propio, como una lectura sin fin.

Frente a la imagen de la meta, los autores del informe han encontrado como gran metáfora de la lectura, la navegación. “Una navegación que quizá está esperando un puerto, pero un puerto como Ítaca”. Una meta siempre pospuesta, “pues lo que se desea es continuar el viaje indefinidamente”. “El lector de “Digitalia” es un aventurero en buena medida solitario, como los verdaderos aventureros. Sin norte. No se sabe dónde ni cuándo llegará. De hecho, parece que el punto final repele”, apuntan en el estudio. Frente al punto final, los puntos suspensivos.

Leer sin límites. Jorge Moreno Andrés y Julián López García

En “Digitalia” es complicado saber cuánto tiempo se le dedica a la lectura. Un “lector digital genuino” -de mensajes en WhatsApp, SMS, que consulta Facebook, lee periódicos en versión digital, consulta en Google, correos electrónicos, etc- difícilmente podrá responder con exactitud a la pregunta: “¿Cuánto tiempo al día lee usted?”.

Además, en “Digitalia” asisten al fin de la idolatría del libro. “Los dispositivos de lectura, como contenedores múltiples, se aprovechan más cuanto más se interactúa con ellos”. Los libros son dispositivos para compartir las letras y las lecturas, “antes incluso de ser digeridas por uno, ya se están lanzando fuera”. “El poder de las lecturas, el poder de las letras, en los dispositivos está en la construcción de un nosotros, más que un yo. La actividad lectora ya no se mide en cuánto se tiene, sino en cuánto se comparte”, concluyen.

El lector en “Digitalia” ya no tiene una única ventana, sino que disfruta de muchas ventanas abiertas al tiempo. Y cada una de ellas le lleva a más ventanas. “Son lecturas abiertas y también multisituadas, es decir, desarrolladas en muchos escenarios”. La lectura siempre ha estado allá donde ha estado el dispositivo, pero los formatos digitales han ayudado a expandir los ámbitos de lectura. Los autores señalan nuevas fronteras que antes estaban radicalmente vedadas a la lectura como “el velatorio, el hospital, la clase o la iglesia”.

Conclusión: “El paradigma del libro sólido, el de papel, representa una versión de la humanidad con tantos vectores benéficos que su pérdida tendría consecuencias irreparables”. Los autores del viaje a “Analogia” y “Digitalia” proponen relaciones alternativas, no excluyentes, entre ambas maneras de leer, de libros y de lectores. “¿Por qué renunciar al papel que produce esas ventajas de la solidez simbólica? ¿Por qué renunciar a los vínculos rápidos y amplios a través de las letras?”. Pantallas y libros pueden cohabitar, sin problemas de glosolalia.