Con Origen (Planeta), Dan Brown -que ha vendido más de 200 millones de ejemplares de su obra en todo el mundo- se confirma como el escritor más cobarde de la historia de la democracia española. Teme a la Transición más que a la verdad; más a la monarquía española que a la Iglesia católica. El libro de todos los escaparates es un camelo histórico, que entra en el análisis y la descripción política del país hasta donde su valentía se lo permite.

Origen es un bochorno para la inteligencia del lector y un insulto al consumidor. Sólo Brown sabe por qué ha elegido España para ambientar una nueva entrega de su saga protagonizada por Robert Langdon. Y la industria hotelera se lo agradecerá eternamente, porque estamos ante la mejor campaña de turismo y promoción del país desde que Manuel Fraga inventara el eslogan que cambió para siempre la imagen de España: “Spain is different”.

El rey Julián

Brown hace partícipe al profesor de simbología e iconografía religiosa de Harvard de un país que se parece muchísimo a España: una monarquía parlamentaria con un Parlamento que gobierna y un rey que reina, una Transición española, una sociedad conservadora chapada a la antigua gracias al asfixiante peso de la Iglesia y cientos de lugares bonitos para visitar, como el monasterio de Montserrat, el Museo Guggenheim de Bilbao, el Museo del Prado de Madrid, la Sagrada Familia de Barcelona, Sevilla… y un príncipe a punto de heredar el trono llamado, ojo, Julián. Han leído bien.

Imaginar a partir de la realidad es demasiado complicado para quien sabe que entrar en saraos políticos podría molestar a algún lector. Y la corrección es un ingrediente básico de la fórmula del best-seller. Otro es el consenso: es preferible que España sea un exhaustivo decorado de cartón piedra, en el que mover a unos personajes que no incomoden la sensibilidad política. Porque la sensibilidad intelectual está sobrevalorada.

Qué buen publicista

Sobre la sensibilidad comercial y el respeto a la literatura, salta por los aires con la inserción de un anuncio: “¿Ha usado Uber?”, se pregunta Langdon sobre el método de fuga del asesino. Nos cuela el publicista Brown que esta marca es “una auténtica revolución mundial”, que basta con un móvil para “ponerse en contacto al instante con un creciente ejército de conductores”… El estómago no soporta la transcripción entera de este párrafo.

Por supuesto, hay un asesino. Y un complot montado por el rey para acabar con la amenaza atea que pone en peligro la fe católica: “Nuestros enemigos nos han declarado la guerra. O matamos o nos matan”. ¿Imaginan si estas palabras se las hiciera decir a Felipe VI, en vez de a Julián? ¡Julián! La trama por encima de la verdad y la cobardía como límite de la imaginación.

Efecto gaseosa

Sea lo que sea que hace Dan Brown es efecto gaseosa. Los españoles saben de los negocios y las peripecias que se ha traído entre manos la monarquía y su familia en nombre de la democracia. Cualquier crónica sobre las aventuras y desventuras de Campechano I tiene más sustancia narrativa que el personaje que ha usado el escritor como escudo protector, para urdir una trama que sólo tiene un punto a su favor: ha colocado a una mujer al frente de un museo, el Guggenheim. No hombre, no. Dan, esto es España. Mucho más negra y cruel que este lavado de imagen. La verdad lo desborda.

Para culminar la proeza de acabar con los bosques y publicar una novela (tras otra) de más de 600 páginas hay que rellenar mucho, mucho. Brown es un especialista en animar el mercado de cruceros: “El Palacio Real de Madrid es el más grande de su clase en Europa, así como una de las fusiones más impresionantes de las arquitecturas clásica y barroca. Construido en el antiguo emplazamiento de un castillo árabe del siglo IX, su fachada de columnas de tres pisos de altura recorre los ciento cincuenta metros...”. Basta, no diga hiperrealismo, esto es una foto del folleto del bus turístico de la ciudad.

¿Imaginación?

Y sobre el Guggenheim de Frank Gehry: “Al final, levanté la mirada y se permitió a sí mismo admirar el enorme y resplandeciente museo. La estructura era imposible de abarcar de un simple vistazo. Sus ojos, pues, deambularon de un lado a otro de la estructura de extrañas líneas deformadas”. Piensa el narrador que el edificio ha salido de “una alucinación alienígena”. Después de leer este libro, no extraña que Brown se sorprenda tanto con lo que la imaginación puede llegar a hacer.

El producto Dan Brown es peligroso para la democracia, porque desarticula la historia y los conflictos políticos y sociales. Habla hasta de Franco: “Desde la muerte de éste en 1975, el rey había procurado trabajar mano a mano con el gobierno para cimentar el proceso democrático de España y llevar muy lentamente al país de vuelta a la izquierda”. El país viró a la izquierda gracias al monarca impuesto a una democracia por un dictador…

Franco, James Franco

Más adelante atina un poco al hablar del “pacto del olvido español”: “Un acuerdo político nacional para “dejar atrás” todo aquello que había tenido lugar baj oel vil mando de Franco”. Ese pacto suponía “que a los niños se les enseñara muy poco en la escuela sobre el dictador”. Dice el narrador que a los niños les resulta más fácil reconocer al actor James Franco que a Francisco Franco. Sin embargo, describe una sociedad abierta, en la que la mujer tiene las mismas oportunidades que el hombre. Por eso en la España de su novela dirigen el Guggenheim y en la realidad, no.

La empanada de Brown es gigante y está caducada, pero llegará a cientos de miles de lectores españoles y a millones de extranjeros con un relato que usa la historia a su antojo (ora realidad, ora invención). Y así va de la trama a la trampa, por no atreverse a crear una ficción que le complicaría la vida y pudiera acercarse a ese don llamado “credibilidad”. Dan Brown no es Don Credibilidad, ya lo saben, pero su historieta neutraliza la verdad histórica, que sólo es un mero trasunto de un conflicto imaginario, protagonizado por un rey que no existe (Julián), pero vive en la Zarzuela.