En 1983, el editor Bill Buford identificó a la mejor generación de escritores británicos de la historia. Su ojo clínico juntó para el Granta 7 a los Best of Young British Novelis. Eran 20 con menos de 40 y fueron señalados para protagoniar el futuro de la literatura. La idea surgió de un genio del marketing literario, Desmond Clarke. Era el momento en el que las empresas entendían que debían tener un departamento de comercialización y Clarke hizo diana con una nueva manera de promocionar el libro. La lista se presentó como un hecho consumado, a pesar de ser una bomba de humo comercial.

En la lista estaban Martin Amis, Julian Barnes, Salman Rushdie, Ian McEwan, William Boyd, Kazuo Ishiguro, Pat Barker, Ursula Bentley, Buchi Emecheta, Maggie Gee, Kazuo Ishiguro, Alan Judd, Adam Mars-Jones, Shiva Naipaul, Philip Norman, Christopher Priest, Lisa St Aubin de Terán, Clive Sinclair, Graham Swift, Rose Tremain y A. N. Wilson. Se dejó fuera a Jeanette Winterson, John Banville, Nick Hornby, Irvine Welsh o Jonathan Coe.

De aquella revista de 320 páginas se llegaron a vender 250.000 ejemplares. La scout cazatalentos Kouka Maclehose avisó a Jorge Herralde, que ya había leído a Ian McEwan, en el cuento Primer amor, últimos ritos. De los 20, el editor de Anagrama decidió contratar los servicios de siete de ellos, entre los que se encontraba el nuevo Premio Nobel de Literatura, Kazuo Ishiguro. El el sello barcelonés aparecen las novelas de Martin Amis, Julian Barnes, Ian McEwan, Graham Swift, Philip Norman y Clive Sinclair.

Para mí resulta evidente que entre las diversas literaturas que he explorado como editor en las dos últimas décadas, la británica es la que nos ha resultado más gratificante

Y de todos ellos Andrew Wylie sólo representa a Martin Amis en la actualidad. Cuando entró en contacto con esta generación de escritores británicos estrechó lazos con las agentes literarias Ann Warnford-Davis (McEwan, Ishiguro, Kureishi, Mehta) y Nicki Kenedy (Barnes, Fenton, Byatt).

En la cosecha británica Herralde ha obtenido sus mayores beneficios: “Para mí resulta evidente que entre las diversas literaturas que he explorado como editor en las dos últimas décadas, la británica es la que nos ha resultado más gratificante a muchos lectores”, explicaba el propio Herralde en una conferencia en The British Council, en 1997.

En aquella ocasión reconoció el trabajo de Bill Buford, “gracias a su labor en la revista Granta”, que tres años antes ya había entonado en su publicación que la imaginación residía en las periferias: “Se produce, de una vez, el fin de la novela inglesa y el principio de la novela británica”. De Kouka Maclehose recuerda que en aquella época siempre estaba en “primera línea de la información acelerada e interviniendo en negociaciones complicadas”.

Todos los autores de Anagrama en una foto de grupo.

Su contacto con la literatura británica, sobre todo, en los viajes a Londres donde tradicionalmente pasa alguna semana del mes de agosto. Era la década de los ochenta, el mercado del libro se abre y Herralde encuentra la mina de la nueva narrativa británica. Ninguna otra editorial estaba interesada en ellos. Esto le permitió al editor pagar anticipos muy bajos, de 250 y 300 dólares (la inflación deja la cantidad en 730 dólares hoy). Una Love Story perfecta para el editor catalán. Este periódico se ha puesto en contacto con el editor, que ha declinado responder. 

Con Anagrama Jorge Herralde entraba de lleno en el debate político e ideológico de la España en Transición. Fundó la distribuidora Enlace y todos los editores que trabajaban con ella eran de izquierda templada (Barral Editores, Laia, Península, Edicions 62, Cuadernos para el diálogo, Lumen o Tusquets, entre otros), en la que el marxismo, el cristianismo y el eurocomunismo dialogaban entre sí. Anagrama arrancó siendo izquierda múltiple, con un catálogo en el que entraban Leon Trotski, Bakunin o Che Guevara.

Publicó Dinero, de Amis, dos años después de que saliera a la calle. El autor tenía 38 años de edad y era su primera novela ambiciosa, donde relataba la autodestrucción irremediable de un hombre -John Self, un afortunado publicista al que le llueve el dinero- que sólo cree en el dinero y en el exceso, con sobredosis de porno, alcohol y mujeres.

Kazuo Ishiguro consigue un curioso equilibrio de reticencia y extrema cordialidad y una cortesía tan subrayada que podría suponerse paródica

Dinero es una novela moralista que critica el sensacionalismo, con un disparate sensacionalista y satírico para denunciar la avaricia capitalista desatada con Thatcher y Reagan. Y se convirtió en una bandera para la editorial. El autor ponía en evidencia el dinero rápido, caprichoso, especulativo e inmoral desde su atalaya socialdemócrata, sustentada gracias a Oxford, periodismo en las mejores publicaciones británicas y novelas alabadas por la crítica. El bastión de la sociedad del Bienestar y la socialdemocracia estaba protegido por el autor que inauguraba con Dinero su particular empeño en fabular en torno al dinero advenedizo.

En 1988 publica por primera vez a Kazuo Ishiguro, con Pálida luz en las colinas. De él dice que “consigue un curioso equilibrio de reticencia y extrema cordialidad y una cortesía tan subrayada que podría suponerse paródica”. Estuvo con Pombo en el Institute of Contemporary Arts de Londres, presentando una novela suya traducida al inglés, y junto con los periodistas “estaba un sonriente Ishiguro con su esposa escocesa”. El Nobel había acudido para saludar al "Sr. Pombo", a quien había conocido en Madrid.

Al cumplir tres décadas en marcha, Herralde escribió de Kazuo Ishiguro que, “después de tres límpidas, bellísimas novelas, desconcertó un tanto a los lectores con un (let's say) ambicioso artefacto a la contra, Los inconsolables, para algunos una insuperable obra maestra, para otros de una opacidad desconcertante”. Lo califica "elocuente poeta del extravío", en palabras de Joyce Carol Oates, y asegura que con Cuando fuimos huérfanos, “nos invita de nuevo a pasear, quizá de forma más afelpada, por su desasosegante territorio literario, por su Ishiguria particular”.

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