Hay libros que desde su canto al inmovilismo logran mover al lector al enfado. La mirada de los peces (Literatura Random House) es uno de ellos. Esta no es la vida de Antonio Aramayona, profesor de filosofía de un instituto de Zaragoza que decidió suicidarse y darlo a conocer al mundo. Es el reflejo que aquel maestro proyectó en la adolescencia y proyecta en la madurez de Sergio del Molino (Madrid, 1979), protagonista de estas “confesiones”, que es la etiqueta con la que prefiere sea definido su libro. Desde luego, no es una novela.

Antonio ubica a Sergio en el mundo. Se mira en él y descubre quién es por comparación: Antonio es un provocador, un rebelde que piensa que cada uno puede desplazar el mundo lo suficiente como para que una vida haya tenido sentido. Un ser a la contra, que no está dispuesto a desaparecer en el inmenso estómago del conformismo y el desánimo. El narrador describe aquel ser ya extinguido como si fuera el último de su especie.

La mirada de los peces es una arriesgada declaración de principios ideológicos de alguien que se siente desplazado de la izquierda por las nuevas formas que ha adquirido. La relación con Antonio es la alegoría del proceso que atraviesa Sergio. De la idealización a la desideologización. Antonio quiere de sus alumnos que sus alumnos se convenzan de que tienen la sartén por el mango y no que se frían en ella “con resignación de calamares”. Sergio lo cree durante un tiempo, pero ahora, en el momento de escribir y descubrir su pasado y su presente, el escepticismo se lo ha tragado todo.

Puto nihilista

“El extremo centro es una etiqueta vacía que intenta englobar un montón de cuestiones y de gente muy dispar”. Por eso es el centro. “Pero no me veo extremo centro, en absoluto. Me veo un desclasado, alguien que le gustaría estar ahí, en esa izquierda en la que estaba hace años. Porque ideológicamente me siento afín. Defiendo el Estado social”. ¿Qué se lo impide? “El gregarismo. No soy capaz de defender algo gregario”. ¿La derecha es gregaria? “También, todo lo es. Yo no estoy en ninguna parte. Estoy en una posición apolítica, pero de apolítica de acción. Sí me gustaría comprometerme a hacer algo, pero no”. ¿El apolítico de acción es el que arranca las pancartas? “¡No! Soy un puto nihilista, que tengo mis ideas sobre las cosas, pero que al final no hace nada, que se toma un café. Un pequeño burgués de libro”.

Asegura que le gustaría participar, pero encuentra el porqué a su decisión apolítica en un acontecimiento decisivo en su vida: la muerte de su hijo, de la que escribió en La hora violeta. “Me paso el 15M encerrado en un hospital y no me entero de nada de lo que ocurre. Realmente tengo una posición muy injusta con lo que pasó con el 15M, porque estuve metido en mi propio dolor y en algo que me ha devastado la vida, que es la muerte de mi hijo”, reconoce Del Molino.

Cuando sale del hospital se encuentra con otro país. Ha cambiado el discurso político, las actitudes y… “Y no lo entendía. Porque no lo presencié. Y no sólo eso: no soy capaz de empatizar con ninguno de los problemas que se defienden en el 15M. Después de la muerte de mi hijo me importa todo tres cojones. Por eso soy una persona inadecuada para juzgarles”.

Extremocentrista

Quizá parta de ahí el distanciamiento con Antonio y del descreimiento. “No me siento cómodo en el mundo en el que me gustaría estar”, dice. “Crecí en una casa comunista, de un comunismo ambiental y sin carnet que glorificaba la educación y las buenas notas”. Así arranca el libro que se declara provocador, sobre todo en sus recursos, más que en sus intenciones. Antonio tiene un compromiso y un activismo en el que que Sergio ya no está, como él mismo explica.

“Ironizo un poco sobre la izquierda, porque es mi mundo, pero cuando lo visito me siento muy ajeno a él. En mi vida cotidiana me veo un tipo perfectamente, en fin, no sé si socialdemócrata de mierda o de izquierdas. No sé lo que soy. Pero en cuanto salgo de mi mundo y vuelvo al mundo al que pertenecí, sí me siento muy extraño. En él me siento totalmente extremocentrista, cuando no creo serlo”.

La mirada de los peces es un libro que no ofrece alternativas, simplemente las niega. “Las hay pero creo que a veces el precio que se paga al construir la alternativa es peor que lo que se quería destruir”, explica. Se apega al término “nihilista” para definir lo escrito y su actitud. “Soy muy escéptico con la capacidad de cambio que tenemos. Somos unos mierdecillas frente a unas fuerzas que son… Es decir, podemos dedicarnos toda una vida a mover un mueble un milímetro. No sé si malgastar 80 años de vida para eso merece la pena. Para mí no merece la pena”, asegura. Hablamos de nihilismo inmovilista.

Autobiografía socialdemócrata

Antonio es una excusa, una figura literaria. Ni siquiera es una persona, porque no es una biografía, es un personaje para el que Del Molino ha reservado el papel de desvelar quién es el autor: “Es el reflejo de alguien que intenta entender cuál es su lugar en las movilizaciones de la izquierda, al que ideológicamente sigue perteneciendo. No puedo con ello. Me veo frágil e incapaz de hacer nada”. Es un narrador que vive en tensión, que se siente mal porque no encaja y se revuelve contra sus orígenes. Un individuo en evolución hacia otro lugar del que partió.

“Quiero saber a dónde me llevan mis contradicciones. Pero no creo que acabe militando en Falange Española. No noto que mi eje se haya desplazado, sólo que mi sensibilidad se ha distanciado de las formas. Mi mente no se distancia, pero mi vida sí”. Por eso insiste en etiquetarse como “socialdemócrata de mierda”.

¿Qué es La mirada de los peces? “Es una mirada que intenta rebelarse contra la costra de cinismo que nos crece a los adultos. Cuando el adolescente nos reprocha todas las traiciones que hemos cometido, el adolescente tiene razón siempre. Es una mirada que pone el foco en la fragilidad humana. Ahí está nuestro punto de encuentro entre todos para querernos y entendernos”.

Bastardeo político

Asegura que la Guerra Civil cambió los abolengos y las hidalguías por las dinastías ideológicas, cuando lo que ocurrió precisamente es la confirmación y perpetuación de los abolengos. “Si hubiera querido desarrollar bien esta idea no la habría puesto en una novela, la habría desarrollado más y la habría matizado en un ensayo. Cuando hago narrativa intento provocar y jugar con la hipérbole. Aspiro a que una novela no se lea en su literalidad ni se tome en serio. Aspiro a ser leído de otra manera, porque el narrador dice boutades”.

Pero no es una novela. Es una confesión que define y compromete en su autor. Al menos en esta lectura y cada libro tiene una, tantas como lecturas tenga. En la página 72 la postura del autor, narrador y protagonista queda totalmente definida: “El bastardeo político se tolera mal, sobre todo en la izquierda, más necesitada de identidades fuertes tras cuarenta años de persecución”, escribe. Quizá “persecución” se quede algo tibio, pero ¿se considera Sergio del Molino un bastardo político? “No, soy más desclasado que bastardo”.