Cuenta Josep Borrell -ministro de Felipe González y ex presidente del Parlamento Europeo- que una vez Jordi Pujol, en el apogeo de su influencia, recién nombrado “español del año” por el diario ABC -título que él aceptó encantado-, le dijo: “Mire, Cataluña es una nación, pero España no lo es”. Él le contestó que “al igual que la gran mayoría de los catalanes piensa que es así, España también es una nación porque así lo cree la gran mayoría de los españoles, aunque luego canten Asturias, patria querida, o se sientan muy de Tudela; y además, para ellos, Cataluña es parte de la nación española”.

Nación de naciones, llama Borrell a España. Y hace hincapié en que Cataluña “es el resultado del trabajo de españoles venidos de todas partes” que no aceptan la asimilación de “España es franquismo” ni comparten “el relato victimista y ahistórico” del independentismo. Así lo explica en Escucha, Cataluña, Escucha, España (Península), un ensayo en el que le acompañan Francesc de Carreras, Juan-José López Burniol y Josep Piqué: cuatro voces catalanas insignes, cada una desde su espectro político, que golpean con argumentos a favor del entendimiento y en contra de la secesión.

He sido testigo de este proceso, que obligó, entre muchas otras cosas, a pasar del ‘Pujol, enano, habla castellano’ a que José María Aznar hablara catalán en la intimidad

Asegura Borrell que él ha vivido en sus propias carnes el proceso de “deslealtad” hacia la Constitución de 1978 que fue tramando Pujol, “arrancando competencias y recursos, en una permanente negociación con los gobiernos centrales, tanto los del PP como los del PSOE, sobre todo cuando estos estaban en minoría”: “Como ministro que fui de los gobiernos encabezados por González, y después como diputado de la oposición, he sido testigo de este proceso, que obligó, entre muchas otras cosas, a pasar del ‘Pujol, enano, habla castellano’ a que José María Aznar hablara catalán en la intimidad”.

La culpa del PP

Cita a Miquel Iceta: “Los gobiernos del PP han hecho de pirómanos y ahora no quieren, o no saben, hacer de bomberos”. Piensa que la sentencia del TC sobre el Estatuto de Autonomía de Cataluña de 2006 -o, al menos, por la forma en que se produjo y por cómo fue presentada a la opinión pública catalana- supuso “un sentimiento de humillación que ha reforzado las motivaciones emocionales a favor de la independencia”.

Borrell asegura que Cataluña ha sido “engañada con una inventada comparación con Alemania, la de las balanzas fiscales y el límite del 4% en el déficit fiscal de los länder con la Hacienda federal, que nunca existieron, pero pocos se esforzaron en desmentirlo”. Apunta directamente a Rajoy: “Visitó Cataluña en marzo de 2017 para prometer, pública y solemnemente, inversiones importantes del orden de 4.200 millones de euros y la aceleración de las obras del corredor mediterráneo. A las dos semanas de este anuncio, se presentaron los Presupuestos Generales del Estado y no aparecieron por ninguna parte estas inversiones”, escribe.

La propuesta de Borrell es -y escribe mirando al presidente del Gobierno- “resolver los problemas que han amplificado el sentimiento de agravio”

“Y un par de semanas más tarde, como precio del apoyo del PNV a la aprobación de esos Presupuestos, una cantidad de dinero superior a la prometida a Cataluña fue a parar a la autonomía menos solidaria de España. El PP no ha dado ninguna explicación sobre este hecho”. La propuesta de Borrell es -y escribe mirando al presidente del Gobierno- “resolver los problemas que han amplificado el sentimiento de agravio”: desde recuperar los elementos de autogobierno que la propia sentencia del TC indicaba que se podrían aceptar modificando leyes orgánicas a asegurar la presencia de la lengua y la cultura catalana en la Unesco.

El clasismo catalán

Francesc de Carreras -fue miembro del Consejo Consultivo de la Generalitat desde 1981 a 1998- y fundó Ciudadanos- levanta explicaciones interesantes. Habla del dato del aumento de población en Cataluña provocado por la industrialización durante el franquismo. Recuerda que ese enorme crecimiento -que venía especialmente de la España pobre; Andalucía, Extremadura, Castilla y Galicia- “produjo un cambio cultural y lingüístico notable en la población catalana”.

Si bien la correlación lengua castellana-clase obrera no es exacta, se aproxima bastante a la realidad

“Esto desembocó en una gran división entre los Cataluñas cultural y lingüísticamente diferenciadas, ya que esta población migrante vivía, por lo general, concentrada en barrios periféricos de nueva construcción y desarrollaba su trabajo en grandes empresas, en escaso contacto, por ambas razones, con la población catalana de origen, en buena parte catalanohablante, durante una época en la que no se enseñaba catalan en la escuela y los medios de comunicación sólo podían expresarse en lengua castellana. Resultado de todo ello es que si bien la correlación lengua castellana-clase obrera no es exacta, se aproxima bastante a la realidad”. Señala así como clasista a la Cataluña independentista, fraguada en “una manipulación sigilosa y astuta”.

La espiral del silencio

Señala también, De Carreras, la espiral del silencio que padece Cataluña, donde el nacionalismo “ha dominado la escena y ha excluido, cuidando que no se notase, a las voces críticas”. Recuerda que en las elecciones de 2003, Jordi Pujol, refiriéndose a la candidata socialista Manuela de Madre -de origen andaluz pero residente en Cataluña desde muy pequeña, y que habla perfectamente catalán- dijo, con desprecio, en un mitin: “Ella lleva aquí 50 años; yo, 500”. Ahí ve el fundador de Ciudadanos el reflejo de una creencia profunda: “Los catalanes de origen, esos que se llaman ‘de toda la vida’, eran los auténticos propietarios del país”.

De Carreras entiende que se le preste atención a la lengua, pero le parece “lamentable y perverso” que “la cultura se reduzca a propaganda, la lengua al catalán y, en cuanto a la historia, se reinvente y mitifique”

De Carreras entiende que se le preste atención a la lengua, pero le parece “lamentable y perverso” que “la cultura se reduzca a propaganda, la lengua al catalán y, en cuanto a la historia, se reinvente y mitifique”. Por eso sostiene, sin pudores, que la cultura catalana ha perdido el vigor y la calidad de otros tiempos, “incluidos los últimos años del franquismo”. Dice “no” a la historia romántica de Cataluña que no se sustenta empíricamente.

Su propuesta es “que Cataluña sea simplemente una comunidad autónoma de España que, a su vez, debe transformarse en un Estado integrado de una Europa Federal”.

Ceder hasta doler

Juan José López-Burniol -ex magistrado del Tribunal Superior y del Tribunal Constitucional- dice que no existe el “problema catalán”, sino el “problema español”, y es el del reparto de poder. Cree en el diálogo seguido por concesiones “sensibles, de las que duelen y dejan inicialmente insatisfechas a ambas partes”. Concreta su propuesta a Rajoy en tres puntos: uno, el reconocimiento de la singularidad de Cataluña -de sus derechos históricos como nación, como hace respecto al País Vasco la Disposición Adicional Primera de la Constitución de 1978- , dos, las competencias identitarias exclusivas -en lengua, enseñanza y cultura-; tres, la fijación de un tope a la aportación al fondo de solidaridad y Agencia Tributaria compartida; y cuatro, consulta a los catalanes sobre si aceptan o no estas reformas.

A su parecer, sólo hay una salida “lógica” y pasa por la “convocatoria de unas elecciones autonómicas cuyo resultado es previsible: la victoria de ERC”. Apunta a la coalición con el PSC y los comuns, y que “este resultado supondrá la victoria de uno de los dos grupos sociales -del menestral sobre el burgués- que, parapetados bajo el debate independentista, luchan por el poder, por conseguir la hegemonía, en Cataluña. Junqueras será al próximo presidente de la Generalitat, me atrevo a aventurar”.

¿Por qué para la izquierda ‘nacionalismo’ es progreso?

Josep Piqué -fue ministro en varios gobiernos de Aznar y presidente del PP de Cataluña entre 2003 y 2007- echa de menos la política perdida. Hacer política de verdad. “Se basa en el diálogo y en la defensa de las convicciones debidamente confrontadas en el marco de las instituciones, con un límite infranqueable: el respeto a la ley”. Poco hay que dialogar, apunta, con los que no aceptan las normas del juego. Señala cierto “complejo de inferioridad” de los políticos independentistas. “Es el caso de Artur(o) Mas, cuyo independentismo sobrevenido ha llevado a su partido a la desaparición, y a su socio histórico (Unió Democrática) a la disolución; ambos, por cierto, acosados por la corrupción y/o las deudas”.

Culpa a la laxitud de izquierdas: “Hay un relato racionalizador y legitimador del nacionalismo catalán que nos permite explicar por qué, hasta nuestros días, las izquierdas catalanas y española han visto el nacionalismo -en contra de toda evidencia y en contra de su propio credo internacionalista y de defensa de la solidaridad- un componente de progreso frente a la derecha política y sociológica”.

Las izquierdas catalanas y española han visto el nacionalismo -en contra de su propio credo internacionalista y de defensa de la solidaridad- un componente de progreso frente a la derecha política y sociológica

¿Un penúltimo apunte? “Hay que negociar lo antes posible un nuevo sistema que garantice la suficiencia financiera -y la responsabilidad fiscal, tanto en los ingresos como en los gastos- de las comunidades autónomas, para que puedan atender sus obligaciones en lo que se refiere a servicios sociales básicos (…) y distribuir los impuestos con esa lógica, en un debate propio y característico de los Estados federales, desde la lealtad institucional”.

Piqué esgrime tres bofetadas sin mano: una, que el movimiento independentista “no ha conseguido una mínima mayoría social”; dos, que tampoco ha recabado “ningún apoyo internacional”; tres, que ni siquiera tiene “liderazgo”: “Lo intentó Artur Mas su fracaso ha sido clamoroso. Nadie, hoy, le pone la cara al procés”.