Pedro Sánchez estrena chaqueta de pana en Salvados, dispuesto a buscar al señor Cayo entre su militancia y, lo que es más sorprendente, en Podemos. Lo anunció el día de su renuncia al acta de diputado: “El lunes cojo mi coche y recorro todos los rincones de España para escuchar a quienes no han sido escuchados, a los militantes y a los votantes de izquierda”. Y esta noche en el programa de Jordi Évole, en La Sexta, ha asegurado que debía haberse entendido con Podemos y no dejarse intimidar por El País y el Ibex contra un nuevo gobierno de izquierda. “Me equivoqué al calificar a Podemos de populista”, ha dicho. “No supe entender el movimiento que hay detrás de Pablo Iglesias”.

Elegido en julio de 2014 por el voto de los militantes como secretario general del PSOE, ha empezado su campaña para volver a vencer en el nuevo congreso, “que la gestora debería convocar en cuatro meses”. Y ha empezado con buen pie, en una entrevista en la que sale más reforzado que nunca: ha preferido tirar de la manta y evitar preguntas comprometedoras. Ha puesto el cebo bien fresco a Évole, con carne de conspiración y decepciones y todo ha salido a su gusto. Hay que reconocerle la capacidad del mártir, que nunca rompe los platos pero hace ver que los paga todos.

Con camisa vaquera, quizá de Alcampo, está lanzado y a tumba abierta. Va a todo o nada contra el aparato de su partido, contra el estamento progresista que lo arropa y que lo convierte en un miembro más del PP. Quiere cambiar el PSOE y quiere hacerlo con dinamita: asemejándose a Podemos, donde está “el impulso renovador de la izquierda”. ¿Cómo lo hará? Con la militancia, a la que está utilizando como escudo humano contra la casta del partido y el periódico del partido. “He abierto una web (www.sanchezcastejon.es) donde le pido a toda la militancia que quiera cambiar el PSOE, que me eche una mano para hacerlo”, le dice a Évole, o sea, a ellos. En Moncloa ya no había fútbol y Mariano se frotaba las manos imaginando la sangría que se avecina.

En busca de la ilusión

Antes de la entrevista, Évole ha presentado a cuatro militantes del PSOE de Andalucía, Madrid, Valencia y Barcelona. Dos momentos clave: la socialista valenciana habla con su hijo, votante de Podemos, en la cocina. La madre reconoce que su partido ya no conecta con los jóvenes, que se ha oxidado, que Podemos representa lo que fue el PSOE a finales de los setenta, cuando el partido salió en busca de la ilusión.

El otro instante mágico es la imagen de dos altavoces para coche en una estantería metálica, metáfora viva de la desmilitarización, del olvido de las bases y de la falta de contacto con la calle. Dos altavoces mudos, un socialismo desilusionado. La mujer valenciana reconoce que su compromiso desde los acontecimientos del uno de octubre y de la abstención de su partido en el Congreso, a favor de Rajoy, está roto, angustiado, avergonzado y traicionado.

Sánchez y Évole, mano a mano.

Ya no se trata de convencer, como a finales de los setenta, sino de recuperar. Y Sánchez ha visto clara la jugada. Se pone la pana y se sube al coche. “Buscaré un trabajo que me deje tiempo para hacerlo”, dice. Recupera para la llamada Segunda Transición un mito de la Primera: El disputado voto del señor Cayo, novela de Miguel Delibes publicada en 1978, y llevada al cine por Antonio Giménez-Rico, en 1986.

Esencias socialistas

Pedro se sube al coche en busca de la verdad socialista, del relato intacto que ha sido mancillado al estrechar la mano con el PP. Quiere buscar a los votantes y darles la mano, como si desde el Congreso y desde las cúpulas de los partidos estuvieran sordos. Como si en estos tres años no hubiese perdido él también el oído. Quiere salir y buscar al señor Cayo, allá donde esté, perdido en la Arcadia socialista, guardando el tarro de las esencias que lo diferencien de lo que hace y piensa Mariano Rajoy.

Delibes pone en marcha a dos hombres y una mujer (Víctor, Rafa y Laly) de un partido sin siglas, pero de la izquierda, salen de la ciudad en coche rumbo al campo castellano buscando los votos necesarios para las primeras elecciones libres en España. “Es increíble. En ochenta kilómetros el paisaje da un vuelco total. No parece Castilla”, Víctor reconoce que el mundo al que llegan les es ajeno.

El coche que llevó la política a los pueblos, adaptado al cine en 1986.

En un pueblo deshabitado vive el señor Cayo, de 83 años, que tiene una huerta y lee todos los días el periódico. Rafa trata de convencerle: “Ahora es un problema de opciones, ¿me entiende? Hay partidos para todos y usted debe votar la opción que más le convenza. Nosotros, por ejemplo. Nosotros aspiramos a redimir el proletariado, al campesino. Mis amigos son los candidatos de una opción, la opción del pueblo, la opción de los pobres, así de fácil”. Cayo responde: “Pero yo no soy pobre”.

Es una época complicada, la Transición de la dictadura a la democracia liberal, un nuevo periodo en el que el mundo rural y el urbano, tan separados y distantes, terminan encontrándose. Casi 40 años después de su publicación, el país cruza nuevas estrecheces políticas una vez se agotaron aquellas. “Necesitamos un movimiento nacido de un cambio en la conciencia, un cambio que desafíe los supuestos en los que se fundamenta nuestra sociedad”, escribe el inglés Raoul Martinez, en Crear libertad. El poder, el control y la luna por nuestro futuro, que acaba de publicar Paidós.

Podemizarse o morir

La intención del exsecretario general del PSOE quiere abanderar esa nueva conciencia -tarde- para recuperar el cargo. En su reacción de salir a escuchar a la España denuncia la distancia que la política ha marcado con la ciudadanía, asumiendo como propio el discurso base de Podemos: el mercado es una construcción política que concede un mayor peso a los deseos de quienes poseen mayor riqueza. Cuanto menos casta, más ciudadanía.

Pedro, ahora, se pregunta cómo es posible que las enormes desigualdades de poder y riqueza hayan sobrevivido e incluso multiplicado en la era democrática. Ahora. Quiere recuperar el relato del socialismo y que vuelva a estar intacto, que no se confunda con el del PP. Eso supone, según nos cuenta, adaptarse a Podemos. Mejor pactar con Pablo Iglesias que con Mariano Rajoy.

Pedro, cuatro décadas después, estrena chaqueta de pana para cruzar España y confirmar que, tal y como escribió Delibes en la mejor novela de la Transición, la vida política son sólo palabras y náufragos huérfanos de ilusión.