Es difícil encontrar un personaje más apasionante y controvertido que Henry Kissinger en la política internacional. En 1973, recibió el Nobel de la Paz, pero muchas voces le acusan de instigador de golpes de Estado, incluso de genocida: dos miembros del jurado del Nobel, concedido por el alto el fuego en Vietnam, abandonaron el jurado en señal de protesta. Fue asesor de Seguridad Nacional -desde 1969 a 1975- y secretario de Estado con Richard Nixon y Gerald Ford -desde septiembre de 1973 hasta enero de 1977- y por tanto hombre clave en la Guerra de Vietnam, en la Guerra Fría y en la historia reciente de los países del cono sur de América.

El propio Kissinger ofrece su visión de los hechos en un libro de lectura obligada para entender la historia contemporánea, Orden mundial (Ed. Debate). Su subtítulo: Reflexiones sobre el carácter de los países y el curso de la historia.

'De Pedro el Grande a Vladimir Putin las circunstancias han cambiado, pero el ritmo se ha mantenido extraordinariamente constante', dice Kissinger del expansionismo ruso

Kissinger arranca su análisis en la Paz de Westfalia (1648), el tratado que puso orden en Europa después de un siglo de guerras que habían acabado con un tercio de la población del continente. El orden es la obsesión y el concepto que centra el discurso del estadista. Después de la Revolución francesa, llegó el Terror de Robespierre y compañía, que Kissinger compara a las purgas rusas de la década de 1930 y con la Revolución Cultural china de los años 60 y 70. “Al final, el orden fue restaurado, como es necesario para que el Estado no se desintegre”, analiza sobre el Terror. El concepto de orden, de equilibrio de poderes, se repite.

Para Kissinger, Rusia, ya desde los tiempos zaristas, representa el desequilibrio. “De Pedro el Grande a Vladimir Putin las circunstancias han cambiado, pero el ritmo se ha mantenido extraordinariamente constante”, asegura sobre su política expansionista. “Todo lo concerniente a Rusia -su absolutismo, su tamaño, su ambición de propagarse por el globo y sus inseguridades- suponía un cuestionamiento implícito al tradicional concepto europeo de orden internacional, basado en el equilibrio y la restricción”.

Kissinger y Gerald Ford, en unas conversaciones sobre limitación de armas en noviembre de 1974

La visión de Kissinger recorre el equilibrio europeo durante el siglo XIX, el congreso de Viena de 1815, la revolución rusa y las dos guerras mundiales. Pero lo más interesante llega en la segunda mitad del pasado siglo, cuando Kissinger es ya protagonista de los hechos que narra. Y se hace esperar casi 250 páginas hasta llegar al papel de EEUU en el mundo.

Vietnam

Vietnam es uno de los puntos más controvertidos de su carrera. Bajo el epígrafe “la ruptura del consenso nacional”, Kissinger recuerda que Truman mandó asesores civiles a Vietnam del Sur para resistir una guerra de guerrillas en 1951; Einsenhower sumó asesores militares en 1954; Kennedy autorizó tropas de combate auxiliares en 1962; y Johnson desplegó una fuerza expedicionaria en 1965 que al final ascendió a más de medio millón de efectivos.

EEUU aplicó una estrategia similar a la que empleaba en Europa Occidental: la “estrategia del dominó” de Eisenhower. Si un estado comunista cae, otros le seguirán. Y cita al fundador de la nación de Singapur, Lee Kuan Yew -“el líder asiático más sabio de su periodo”- según el cual “la intervención estadounidense era indispensable para preservar la posibilidad de un Sudeste Asiático independiente”.

Kissinger echa de menos en los tiempos en que la presencia de EEUU en Vietnam era cuestionada por la sociedad americana 'un debate serio', en vez del 'vilipendio'.

Para Kissinger, “las administraciones que habían arrastrado a Estados Unidos a Indochina estaban integradas por individuos de sustancial inteligencia y probidad, que de pronto se vieron acusados de locura criminal y engaño deliberado”. El político echa de menos en aquellos tiempos “un debate serio”, en vez del “vilipendio”. La retirada, forzada por la opinión pública en 1975, dejó según el ex secretario de Estado a Vietnam del Sur a expensas del Norte, que no tardó en invadir. Siguieron Camboya -con la brutalidad de los Jemeres Rojos- y Laos. “Estados Unidos había perdido su primera guerra y también el hilo conductor hacia su concepción del orden mundial”.

Kissinger y Pinochet, en 1976

El otro momento histórico en que una decisión geoestratégica estadounidense ha levantado críticas en todo el planeta fue en 2003, con la invasión de Irak. Kissinger la vincula con las necesidades que habían surgido del 11-S y defiende a George W. Bush: “La Agenda de la Libertad no era, como se dijo después, una intervención arbitraria de un presidente y su entorno cercano”.

Las armas de Irak

Recuerda la Resolución 687 del Consejo de Seguridad de la ONU (1991) que requirió a Irak la eliminación de las armas de destrucción masiva y el compromiso posterior de no desarrollar más. Desde entonces y hasta la invasión, señala, “diez resoluciones del Consejo de Seguridad han sido violadas sustancialmente por Irak”.

Aunque nada incluye el libro sobre la posterior incapacidad de los observadores o de las tropas que invadieron el país para localizar las famosas armas que nunca aparecieron. De la misma manera que no hay ni una sola mención en todo el volumen a Pinochet. Ni siquiera a Chile.

La Primavera Árabe ha exhibido antes que superado las contradicciones internas del mundo árabe-islámico y de las políticas diseñadas para resolverlas

Kissinger respalda la invasión: “Yo apoyé la decisión de propiciar el cambio de régimen en Irak”, reconoce, y manifiesta, pese a que mostró alguna reserva sobre los planes posteriores, “mi constante respeto y afecto personal por el presidente George W. Bush, quien guió a Estados Unidos con valor, dignidad y convicción en una época turbulenta”. La decisión de 2007 de ampliar las tropas la tilda de “valiente”.

Oriente Medio supone varios capítulos. En la Guerra Fría, cuenta Kissinger, había un relativo equilibrio con las pulsiones islamistas. El mundo laico y el islámico respetaron el “enfoque westfaliano, basado en el equilibro de poder”. A un lado, Egipto, Siria, Argelia e Irak, que respaldaban las políticas soviéticas. Al otro, Jordania, Arabia Saudí, Irán y Marruecos, proclives a EEUU.

Tras las convulsiones de los 80 y 90, llegaron los regímenes “amigos”. Y, en 2010, un rayo de esperanza “fugaz”, según Kissinger. “La Primavera Árabe ha exhibido antes que superado las contradicciones internas del mundo árabe-islámico y de las políticas diseñadas para resolverlas”. El papel de la gran potencia, EEUU, es complejo, cuenta el ex secretario de Estado: “Una de las principales contribuciones de Estados Unidos a la Primavera Árabe fue condenar, oponerse o trabajar para deponer gobiernos a los que juzgaba autocráticos, incluido el Gobierno de Egipto, hasta entonces un valioso aliado”.

Arabia, la extraña aliada

Pero advierte a continuación: “Algunos gobiernos amistosos tradicionalmente aliados como el de Arabia Saudí, sin embargo, podrían interpretar el mensaje central como una amenaza de abandono por parte de Estados Unidos, no como los beneficios de una reforma liberal”.

Siria fue diferente a Egipto, cuenta Kissinger, por las tensiones latentes entre chiitas y sunitas. En 2011, con Obama en la Casa Blanca, Estados Unidos presionó por una solución política, cuenta Kissinger, con la esperanza de que esta movilizara a la oposición interna del dictador Assad y este fuera destituido para dar paso a un Gobierno de coalición.

La Primavera Árabe se extendió en Facebook y Twitter. 'El uso de nueva tecnología no garantiza que los valores que prevalecerán serán los de los inventores de los aparatos', recuerda

Pero, explica, "hubo una gran consternación cuando otros miembros del Consejo de Seguridad con poder de veto declinaron apoyar este paso o bien la adopción de medidas militares y cuando la oposición armada, que finalmente hizo su aparición en Siria, tenía pocos elementos que pudieran calificarse de democráticos, y mucho menos de moderados”.

En un capítulo dedicado a la era tecnológica, reflexiona: “Occidente cantó loas al uso de Facebook y Twitter en las revueltas de la Primavera Árabe. No obstante, si bien las multitudes equipadas con medios digitales triunfan en sus primeras manifestaciones, el uso de nueva tecnología no garantiza que los valores que prevalecerán serán los de los inventores de los aparatos o, incluso, los de la mayoría de la multitud”.

Otro problema, pero no de EEUU, sino de Arabia Saudí, fue a juicio del autor su relación con el islamismo radical. “El gran error estratégico de la dinastía saudí fue suponer, aproximadamente desde la década de 1960 hasta el año 2003, que podría respaldar e incluso manipular al islamismo radical en el extranjero sin amenazar su propia posición en el ámbito interno”. La financiación de las madrasas (escuelas religiosas) por todo el mundo se volvió en su contra.

Hablar de Oriente Medio es hablar de EEUU y su relación con Irán, Irak y Afganistán en las últimas décadas. Es curioso cómo Kissinger vincula el futuro de las relaciones iraníes-estadounidenses a la resolución de un tema “aparentemente técnico militar”: el programa nuclear iraní. Y cómo es casi profético sobre el acuerdo de hace unos días: “Mientras escribo estas páginas puede estar produciéndose un cambio potencialmente histórico en el equilibrio militar de la región”.

Y ahora, ¿a dónde se dirige el mundo? “La reconstrucción del sistema internacional es el desafío último para los estadistas de nuestro tiempo”. El castigo por fallar, advierte, quizá no lleve ya a grandes guerras entre estados -aunque no descarta alguna- pero sí probablemente a maniobras por el estatus a escala continental: “Una lucha entre regiones podría ser incluso más extenuante de lo que había sido la lucha entre naciones”. Por eso, invita a “reevaluar” el concepto de “equilibrio de poder”.

Kissinger sigue en activo, escribiendo libros como éste que ahora llega a las librerías españolas y presidiendo la consultoría internacional Kissinger Associates, Inc.

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