Fue hace 60 años. Rosa Parks, una mujer negra y menuda, de 42 años, se subió a un autobús en Montgomery, Alabama, para regresar a casa. Es 1955, la segregación racial en EEUU está a pleno rendimiento y los transportes públicos incluyen una línea divisoria entre los pasajeros: los blancos delante, los negros detrás. Aquel 1 de diciembre, Rosa Parks se sentó en el primer sitio para negros. En la tercera parada, ante la falta de asientos para los pasajeros blancos que iban de pie, el conductor ordenó que Parks y otros tres viajeros negros que se levantaran. Rosa se negó y terminó pasando la noche en la cárcel. Se acababa de convertir en la madre de la lucha por los derechos civiles.

Ahora, un libro escrito por sus 13 sobrinos, retrata el lado más familiar y desconocido del mito, a través de recetas, fotos inéditas, cartas y los recuerdos de sus familiares. Our Auntie Rosa es una suma de pequeños relatos, que construyen una memoria muy personal y cotidiana del icono.

1. La segregación

“Recuerdo la historia que me contó sobre la primera vez que sufrió la discriminación contra la que lucharía toda su vida. Era una niña y mi abuela la había llevado a una tienda del pueblo. Sin saber que hacía algo malo, se acercó a una niña blanca de la misma edad y empezaron a hablar. La abuela no se percató, o lo hubiera impedido, pero cuando quiso darse cuenta era ya demasiado tarde. La madre de la otra niña se acercó y, llevándosela del brazo, le regañó: 'Nosotros no jugamos con negros'”.

2. La primera lucha

“En los años veinte, en un pueblo pequeño y polvoriento del sur, una niña delgada y tímida se enfrentó a un matón. Franklin era un niño blanco en un tiempo en el que los niños blancos tenían todo tipo de ventajas frente a los niños negros. Probablemente habría sido fácil para él decir que le había visto robar algo, o que se había adentrado en alguna propiedad si simplemente quisiera meterla en problemas. Pero, ese día, se sentía agresivo y esa niña se atravesó en su camino sin siquiera saberlo. Intercambiaron unas palabras y la niña le vio subir los puños. Desafortunadamente para él, la niña no era de las que huían. Cogió un ladrillo y le desafió a ponerle la mano en cima. Franklin reculó y fue a buscar otra victima. La niña era, claro, la tía Rosa”.

3. Los libros

“Visitar la tía Rosa era como entrar en una biblioteca. Me sumergía en un mar de libros sobre temas raciales. Desde muy pequeña quería entender por qué personas como yo, como mi tía y como mi familia éramos tan distintos que debíamos viajar apartados en los autobuses o tener baños propios. Ella siempre estaba ocupada escribiendo, leyendo libros, periódicos y revistas. Quería estar informada de lo que pasaba y seguir educándose. Me gustaba el hecho de que no dejara de aprender y que nos animara a hacerlo también”.

4. El yoga

“Nos sorprendió uniéndose a nuestras clases de yoga. Con su pelo gris era la mayor de la clase. Le encantaba. Para mucha gente será complicado imaginarse a la madre del movimiento por los derechos civiles haciendo la figura del “perro mirando hacía arriba” pero, cuanto más mayor se hacía, más le gustaba. Le gustaba tanto que lo hacía en casa y no era raro que recibiera las visitas en sus mallas de gimnasio”.

5. Tía Rosa

"'No hagáis ningún escándalo por mí, yo soy sólo vuestra tía Rosa'. No quería que la miráramos como la activista, si no como nuestra tía. La primera vez que me di cuenta de quién era ella fue en la escuela primaria. Estábamos estudiando el movimiento de los derechos civiles y el libro hacía referencia a una Rosa McCauley, su nombre de soltera. Me sonaba. Mi cabeza empezó a hilar cosas y sólo quería llegar a casa para preguntarle a mi madre si estaba en lo cierto. Le enseñé la página del libro y se lo pregunté. Sí, era la tía Rosa”.

6. Las recetas

“Era una gran cocinera. Recuerdo el olor a pollo casero, con col y jamón, o el de las croquetas de salmón. Nos dejó algunas de nuestras recetas favoritas de las cenas de los domingos en su casa, como el guiso de judías y maíz. Nuestro tatarabuelo Anderson McCauley era Cherokee y este era un plato que atravesó varias generaciones de la familia.

Ingredientes: cebolla; ajo; cuatro mazorcas de maíz; cuatro tazas de judías; tres cucharas de mantequilla; sal y pimienta; un trozo de lacón.

Se cogen todos los ingredientes y se ponen en una cazuela con agua hasta la mitad. Se cocina a fuego lento hasta que las judías estén tiernas”.

7. En el colegio

“Sean, mi hermano mayor, estaba preocupado por su tarea del colegio. Tenía que llevar algo, enseñarlo y contar su historia. Dudaba entre un videojuego y sus patines, pero nada le convencía demasiado, le daba miedo que no fuera interesante. Nuestra madre no dijo nada y llamó a la tía Rosa. Al día siguiente se presentó en el colegio de Sean por sorpresa, justo a tiempo de la presentación. Sean se echó a llorar y ella empezó a contar la historia del autobús a los niños, que no podían dejar de mirarla. Sean nunca pensó que fuera capaz de ir al colegio sólo para ayudarle con sus deberes".

8. Las mujeres

“Creo que, aunque sin tener intención, fue un icono para las mujeres que veían en ella la prueba de que no había que esperar que el hombre tomara la iniciativa. Ellas podían hacer algo también. Todo el mundo tenía esa fuerza en su interior. Ese era el mensaje de la tía Rosa”.

9. La radio

“Se me daba bien arreglar cosas electrónicas. En su casa, había una radio de los años treinta que había dejado de funcionar y me dijo que si la arreglaba podía quedármela. La llevé con esa intención pero pronto descubrí que había sido un regalo de su marido en su boda. Supongo que la mantenía porque le recordaba a él. Así que cambié de planes: la arreglé y se la devolví, porque quería que la disfrutara otra vez. No olvidaré el momento en que la puse en sus manos y ella, emocionada, volvió a escucharla”.

10. El odio

“Tenía nueve años y escuché a mi familia hablar de Emmet Till, un niño casi de mi edad, que había sido asesinado en Mississippi por silbarle a una mujer blanca. No entendía como había podido asesinarle por el color de su piel. El color de mí piel. Sentí como la rabia crecía dentro de mí. 'Odio a los blancos', le solté a la tía Rosa. Ella me miró, puso sus manos en mis hombros y me dijo: 'No todos los blancos son malos. Y que nadie te haga dudar de que eres tan buena como cualquier otra persona'. Siempre me sorprendió que, pese a toda la violencia, ella nunca diera muestras de odio ni rencor”.

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