Casi siempre por motivos políticos, dentro de las fronteras de España numerosos personajes célebres de nuestra historia se han visto obligados a vivir encerrados, lejos de la vida pública y muchas veces sin poder siquiera salir de sus casas. Ahora, el confinamiento afecta a todos los españoles y no responde ante las exigencias políticas de un monarca o jefe de estado. El coronavirus no responde ante nadie.

Precisamente, el vocablo confinamiento hace referencia a una reclusión forzada y vigilada, generalmente por motivos ideológicos y con fines de escarmiento, donde tanto los destierros, deportaciones, y reclusiones difieren en pequeños matices pero comparten muchos rasgos respecto a la primera palabra.

Juana I de Castilla, la que por derecho y sangre debía ser reina, fue confinada en Tordesillas y maltratada por su propio hijo, Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico. En marzo de 1509, por orden de Fernando el Católico, fue recluida en un palacio del siglo XIV y que actualmente ya no existe. Estuvo recluida durante 46 años —desde 1509 hasta 1555 con un breve periodo de libertad en 1533 por la peste que asolaba al reino—. A lo largo de aquellas largas décadas fue maltratada por los carceleros que la custodiaban y tal y como escribió su hija Catalina en una carta dirigida al rey en el mes de agosto de 1521, la encerraban en una cámara que no tenía luz alguna, "sino que se alumbra con velas, y no tiene otro sitio donde retirase más que la dicha cámara".

'La reina doña Juana la Loca, recluida en Tordesillas con su hija, la infanta doña Catalina', por Francisco Pradilla. Museo del Prado

Asimismo, dos siglos más tarde, el escritor, político y jurista español Gaspar Melchor de Jovellanos, quien había intentado hacer de España un país avanzado e ilustrado, fue apartado por Carlos IV con el inicio de la Revolución francesa. De esta forma, Jovellanos se vio obligado a abandonar la Corte y fue desterrado a su ciudad natal. Pese a su lealtad con su patria, se convirtió en un político marginado y confinado en Gijón. El político tendría la mala suerte de vivir dos veces enclaustrado pues, tras un breve tiempo en activo nuevamente, volvió a estar confinado. Esta vez en Mallorca, en el monasterio de la Real Cartuja de Jesús de Nazaret en primera instancia y en la prisión del castillo de Bellver posteriormente.

La España del siglo XX

Estos casos de personajes ilustres españoles apartados de la vida pública no se limitan a le Edad Moderna únicamente. En el siglo XX, durante las dictaduras de Primo de Rivera y Franco, incluso en la Segunda República, hubo casos de confinamientos políticos.

Las críticas de Miguel de Unamuno hacia Miguel Primo de Rivera y su régimen dictatorial en publicaciones y artículos de prensa habían movilizado al Directorio Militar, cuya resolución fue enviarle lo más lejos posible, al lugar más inhóspito de las islas Canarias, donde las noticias aterrizaban con más de una semana de retraso. El autor de El Cristo de Velázquez llegó de esta manera a Puerto Cabras el 12 de marzo, de la mano de su compañero de destierro Rodrigo Soriano, y se instalaron en una pequeña pensión, de nombre Hotel Fuerteventura y que hoy acoge su casa museo, enclavada entre la iglesia y la cárcel.

"La isla es de una pobreza triste; algo así como unas Hurdes marítimas. Es una desolación. Apenas si hay arbolado y escasea el agua. Se parece a La Mancha", escribió el filósofo de la generación del 98 en la primera postal que envió a la Península. No obstante, añadía que el paisaje, pese a ser triste, tenía hermosura. "Si bien sufre al estar separado de los suyos y de su país, se siente enseguida atraído por la isla; ensalza el clima —"una eterna primavera"—, la comida buena y muy sana, y apenas le decepcionan los paisajes desolados", explican Jean-Claude Rabaté y Colete Rabaté, biógrafos del intelectual.

Unamuno, a lomos de un camello en Fuerteventura.

Casi cuatro meses duró la estancia de Unamuno en Fuerteventura, "los días más entrañados y más fecundos de su vida de luchador por la verdad". En ningún momento se sintió encerrado en una cárcel, tal y como pretendía Primo de Rivera. "En mi vida he dormido mejor. ¡En mi vida he digerido mejor mis íntimas inquietudes! Estoy digiriendo el gofio de nuestra historia".

¿Por qué Fuerteventura? Por lo general, los lugares elegidos para estas reclusiones vigiladas por la autoridad solían estar lejos de los grandes núcleos políticos, con precarias comunicaciones y prácticamente aislados en medio de una naturaleza poderosa.

Las islas Canarias de Fuerteventura, Lanzarote y La Gomera fueron recurrentes durante las dictaduras de los generales Primo de Rivera y Franco, pero también en la II República, al igual que la comarca cacereña de Las Hurdes donde el último dictador envió en 1968 al secretario general de la UGT, Nicolás Redondo (Las Mestas), y al histórico socialista Ramón Rubial (Caminomorisco).

Años antes, en 1932, Niceto Alcalá-Zamora desterró al famoso doctor José María Albiñana, líder del Partido Nacionalista Español, por incómodo y agitador, primero a Martilandrán y más tarde a Nuñomoral, durante diez meses en los cuales escribió las memorias de ese encierro, Confinado en Las Hurdes. Había sido detenido por emitir en marzo de 1932 un discurso contrario al gobierno republicano en el que instaba a sus paramilitares, los Legionarios de España, para defender a la patria de los "lobos revolucionarios" y tras enviar un mensaje en el que atacaba al ministro de la Gobernación.

José María Albiñana entrevistado por Jesús Evaristo Casariego (1936).

De todo ello dio cuenta el periodista Juan Antonio Pérez Mateos en Los confinados (1976), un riguroso trabajo histórico pero también testimonial de esa forma de depuración, ya que incluyó entrevistas con algunos confinados del régimen franquista, entre ellos catedráticos, militares, abogados, periodistas y líderes obreros.

El listado incorpora, entre otros, al diputado socialista Luis Jiménez Asúa, notable penalista y presidente de la Segunda República en el exilio desde 1962 hasta su muerte en 1970, quien pasó nueve meses en las islas Chafarinas, frente a las costas de Argelia y Marruecos, entre 1926 y 1927.

En Notas de un confinado (1930), Asúa dio cuenta de una estancia forzada en la que, por análogos motivos, coincidió con el profesor universitario Salvador Vila y el periodista Francisco Cossío en su segundo confinamiento (el primero fue en París en 1924) que evocó en su libro Confesiones (1959).

Franco, asiduo al confinamiento

El dictador gallego fue quien más penas de esta índole impuso. Tras la victoria en la Guerra Civil española y años de fusilamientos y condenas mortales, los años sesenta destacaron por este tipo de penas donde representantes de diversos sectores y estratos poco afines al régimen eran castigados con diferentes tipos de confinamiento.

El historiador Jesús Pabón, presidente de la Agencia EFE en 1940, al igual que Juana la Loca, estuvo confinado en Tordesillas, aunque solo durante 10 meses. Era un activo y declarado miembro del Consejo Privado de Juan de Borbón. Por otra parte, el periodista Javier María Pascual, director de El Pensamiento Navarro, fue obligado a residir un mes en Riaza (Segovia) en 1969 por su adscripción carlista.

Pérez Mateos menciona también entre sus confinados a Gregorio Peces-Barba, debido a que permaneció desterrado casi dos meses durante el estado de excepción que se decretó en España en 1969 en un pueblo perdido de Burgos, en Santa María del Campo.

España es y siempre ha sido un país de emigrantes, de aventureros y exiliados. En la Guerra Civil muchos tuvieron que abandonar su patria. Pero también hubo algunos que se quedaron; hubo quienes, por disidencias políticas, tuvieron que permanecer largos meses confinados en sus casas, en cuarentena por sus propias ideas.

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