Fue una mujer única, un mito histórico, reina última del Antiguo Egipto, conquistadora de Julio César y Marco Antonio, una hembra peligrosa para el sistema que se granjeó mil enemigos: los que odiaban a Cleopatra se esforzaron mucho en crear una imagen distorsionada de ella para perjudicarla. La pintaron como a una mujer radicalmente bella, obsesionada con el físico, una femme fatale que no dejaba títere con cabeza. La acusaron de usar su poderío carnal para seducir y engañar y la tildaron de “ramera”, pero, fundamentalmente, Cleopatra fue una pensadora, una líder astuta e inteligente que luchó toda su vida por salvaguardar Egipto de la ambición extranjera.

Como a tantas mujeres a lo largo de la historia, la intentaron desacreditar juzgando su comportamiento sexual: para César, Escario, Mecenas o Pompeyo fue una “indecente yegua”, una “lasciva” o una “puta”. Así lo explicó la doctora en Historia del Arte por la Universidad de Málaga Belén Ruiz Garrido en su trabajo Yo soy Egipto. El poder y la seducción de Cleopatra en las artes plásticas y en el cine.

Pero las críticas se desmontan solas: es imposible corroborar a día de hoy que, por ejemplo, fuera tan bella como decían. Ni tan superficial. Hay estudios que señalan que tenía la barbilla grande y la nariz respingona. Lo importante, a ojos de los expertos, es que Cleopatra era fuerte, era culta, hablaba multitud de idiomas y se empapaba de ciencia y de literatura. Usaba maquillaje, claro, como cualquiera de sus coetáneos, ya que era habitual entre los egipcios el pintarse como método antiséptico y estético. Vivió su vida sexual libremente y fue insultada por ello.

Su rebeldía se manifestó en multitud de ocasiones. Ahí su astucia cuando en el año 48 a. C. recibió a Julio César en Alejandría con sus mejores galas, sí, pero escondida dentro de una alfombra. Todo porque su hermano Ptlomeo XIII le prohibía verse con el general romano, pero ella jamás permitió que los hombres mandasen sobre sus movimientos. Hizo siempre lo que quiso. Jugó a todo. De hecho, los historiares señalan que después de que Marco Antonio y ella comenzasen su historia de amor en el año 41 a. C., fundaron un “club de borrachos”. Consistía en celebrar durante un año numerosas orgías, beber, comer y vomitar hasta caer desmayados. Cuentan que hasta se les veía por las calles de Alejandría bromeando con los ciudadanos.