Si en la Revolución francesa la burguesía acaparó la mayor parte del protagonismo y de las consecuencias que el alzamiento supuso, la Revolución rusa dio un paso más allá para confeccionar un sistema popular que hasta entonces jamás se había implantado en el mundo. 

La desigualdad en la Rusia zarista era escandalosa y, mientras las monarquías occidentales modernizaban su país progresivamente, la madre patria permanecía en un anacronismo casi feudal. La revolución tuvo lugar en 1917 y dependió de un cúmulo heterogéneo de causas de las que, curiosamente, el alcohol tuvo parte de culpa. "En 1914, el zar Nicolás II prohibió la venta de alcohol en toda Rusia. En 1918, él y toda su familia fueron ejecutados en un sótano en Ekaterimburgo. Estos dos hechos están relacionados", escribe Mark Forsyth en Una borrachera cósmica (Ariel).

Por un lado, existía un verdadero problema de alcoholismo entre las filas del ejército y el inicio de la Primera Guerra Mundial requería soldados preparados y sobrios que pudieran enfrentarse al enemigo. Por el otro, la prohibición de las bebidas alcohólicas perjudicaba enormemente a la economía rusa, puesto que eran una cuarta parte de los ingresos del Estado.

Manifestación de obreros armados y la Guardia Roja en Petrogrado (1917).

¿Hasta qué punto el vodka causó la Revolución rusa? Es algo que diferentes historiadores han tratado de analizar todos estos años. "¿Acaso la pérdida de ingresos destruyó al Estado? ¿O tal vez la prohibición exacerbó la tensión social?", se pregunta Forsyth. Evidentemente, la ley seca rusa no afectaba a todos; solo se aplicaba a gente común "que se congelaba en sus humildes casas rurales". El vodka solo se vendía en restaurantes caros a los que la masa no podía acudir.

Asimismo, tal y como se explica en Una borrachera cósmica, existe la teoría de que desde 1914 hasta 1917 fueron los únicos años en la historia rusa en que la gente estuvo lo suficientemente sobria como para entender la miseria en la que vivían y rebelarse contra el zar. De hecho, siguiendo las premisas de Marx sobre que la religión era el opio del pueblo, el alcohol podía ser un elemento alienante más. 

Así, una vez asesinado Nicolás II de Rusia y toda su familia, el gobierno presidido por Lenin mantuvo la legalización del vodka. No obstante, poco tardaría Stalin en derogar la prohibición en 1925, poco después de la muerte del líder bolchevique. Quizá siguió la premisa de uno de los zares más importantes de Rusia, Vladímir el Grande: "Beber es la alegría de los rusos. Sin ese placer no existimos".

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