La emperatriz rusa Catalina II -conocida como La Grande por expandir y modernizar su imperio durante un reinado que duró entre 1726 y 1796- no sólo era una excelente política, sino una mujer libre que jugó a explorar los límites de su propia sexualidad y se entregó a los placeres carnales. El hombre que abrió las puertas de su erotismo fue el apuesto Sergéi Saltikov, de quien decían que era “hermoso como el amanecer”. Eso sí, las irresponsabilidades de ambos la llevaron a abortar en varias ocasiones, antes de tener a quien sería Pablo I.

Con Grigori Orlov, “un hombre sencillo y franco sin demasiadas pretensiones, afable, popular, bienhumorado y honesto”, tuvo a Alexéi Bobrinski, un crío que fue escondido en el hogar de uno de sus cortesanos hasta que su marido, el aburrido zar Pedro III, murió. A partir de ahí, pudo vivir sin pudores su vida. Era una hembra fascinante, inteligente y cultísima: “Nunca creí que fuera una belleza, pero era agradable y supongo que eso era mi fuerte”, murmuraba sobre ella misma. Cuando falleció su marido, todo el mundo conocía que ella tenía unas seis relaciones sexuales al día: tenía un banquillo de entre 20 y 80 amantes, siempre con la supervisión de su médico. 

Una de sus excentricidades más comentadas por los historiadores y amantes de su figura fue la creación de una habitación erótica que podría haber inspirado la de 50 sombras de Grey: se trataba de una estancia decorada con elementos pornográficos, como falos de madera de diferentes formas, cuadros con escenas explícitas, sillas, escritorios… y diferentes plataformas donde practicar el sexo. Esta sala fue abierta durante una incursión en uno de los palacios de Tsárkoye Selo, durante la Segunda Guerra Mundial, por un grupo de soldados soviéticos que, del impacto que sintieron, ni siquiera fueron capaces de destruirla: sencillamente cogieron algunas de las fotografías que se exponían en sus paredes.

Cuentan que la gran pasión de Catalina II era el voyeurismo. La tendencia le venía de familia, porque la colección de arte erótico de los Romanov era conocida desde comienzos del siglo XX. La leyenda cuenta que murió mientras practicaba sexo con un caballo, pero los historiadores señalan que sufrió un ataque de apoplejía.