Se hacía llamar "don Enrique", pero su verdadero nombre era Heinz Brücher: biólogo, botánico y genetista nazi. Vivía apartado del mundo en su finca en Argentina. En las puertas lucían esculturas de hierro en forma de águilas. A los 76 años, ya viudo, apareció muerto en su casa. Había sido asfixiado: alguien le había colocado cinta aislante en la boca y en la nariz. También le habían atado de pies y manos. Lo cierto es que Brücher tenía muchos enemigos y había dado mucho que hablar en sus años mozos. El caso se archivó demasiado pronto, sin encontrar culpables. Al principio se detuvo a un jornalero paraguayo, pero resultó que tenía coartada. La investigación concluyó que el móvil había sido el robo, a pesar de que aparentemente no faltaba nada en el domicilio del biólogo.

¿Quién pudo vengarse de él? Hay varias tesis. Cuando servía a las SS, el asesinado se había dedicado a saquear los bancos de semillas de la Unión Soviética para conseguir unas plantas de raza superior que alimentasen a todo el Tercer Reich. La idea era que creciesen en cualquier tierra y bajo cualquier clima. Comida eterna, un huerto resistente a cualquier plaga, o sequía, o inundación. Los israelíes también le tenían fichado: contaban con comandos para cazar a los nazis que huyeron de Alemania. Una tercera opción, la considerada más certera: los cárteles de droga podrían haberle asesinado.

Esto sería porque Brücher tenía otro plan secreto: trató de diseñar una enfermedad mortal para las plantaciones de coca. Soñaba con la eugenesia y la aplicó a la agricultura. Cuando su mujer y su hijo menor fallecieron un accidente de automóvil, ya tras la guerra, el nazi decidió apartarse de la sociedad e investigar en su finca, por su cuenta. Cometió el error de publicar, ya en 1989, uno de sus textos científicos en inglés firmado con su nombre verdadero.

Su trabajo se centró en un hongo que atacaba la hoja de coca. De hecho, el estudio que publicó incluía referencias de este tipo, lo que pudo ponerle en el radar de las agencias antidrogas de EEUU -que querrían exprimir su sabiduría-. O de los traficantes: muchos dicen que fueron éstos quienes enviaron dos sicarios a matarle a su casa. El día de su asesinato, dos bolivianos llegaron al aeropuerto de Mendoza. Alquilaron una camioneta y se les vio rondando por allí. Al día siguiente cogieron un vuelo de vuelta... y ya no se supo más.

A su muerte, muchos avalaron esta tesis. Entre ellos, Daniel Gade, profesor de Geografía de la Universidad de Vermont: explicó que éste le había contado, mediante correspondencia, que estaba estudiando un producto capaz de destruir las plantaciones de coca sin herir al resto de plantas. Otra fuente fue Vicente Cabrera, un jornalero que trabajaba para el biólogo nazi. Él reveló que iba a ser su cómplice: "Yo debía viajar a Bolivia con una jeringa -que supuestamente contenía el hongo modificado- para infectar a un área de unas 200 hectáreas de coca. Pero diez días antes de la fecha prevista para mi partida, lo asesinaron. Si yo hubiera estado en la finca aquella noche, también me habrían matado".