Era una tapadera. La cena solidaria para captar fondos fue la excusa con la que dieron rienda suelta a sus instintos depredadores. Reprimidos en comunidad, los auténticos influencers del capital se dedicaron a aprovecharse y a agredir a las 130 azafatas, que consideraron sus esclavas sexuales. Allí, en el Hotel Dorchester de Londres, se reunió la pura casta, 360 políticos, magnates, emprendedores que liberaron el ganado salvaje sin civilizar que esconden a la luz pública. De ejemplaridad a ejemplares de La manada con esmoquin.

Hemos conocido la verdadera cara menos social de la escoria gracias a una crónica del Financial Times -de la periodista infiltrada Madison Marriage-, que desmontó el tinglado del Presidents Club Charity Dinner, que ya ha echado el cierre tras desvelarse el Menú Cipotudo que estaban acostumbrados a devorar, tras 33 años de historia. La cena llevaba sorteo, con premios como un almuerzo con el ministro de Asuntos Exteriores, Boris Johnson, una noche en un club de striptease del Soho, un té con el gobernador del Banco de Inglaterra y una intervención de cirugía estética.

“Uno mostró el pene durante la velada”, contó la periodista. Sólo hombres, sólo pares sin parejas, sólo establishment y seis horas para hacer del Dorchester un gran secreto. “Otro de los comensales se abalanzó para besar a una chica, uno más la invitó a subir a su habitación”. Uno de ellos pidió a una de las mujeres que se subiera a la mesa sin bragas. Una noche de magreos y atropellos. El acoso de los miembros.

El artista británico Grayson Perry ilustró el aire cipotudo de los clubs en esta imagen.

No es nuevo. Es tradición. Los hombres llevan reuniéndose son sus miembros desde hace siglos. Hasta esta semana se les podía llamar clubes de “caballeros” a los que surgieron en el siglo XVIII para ser una segunda residencia, en la que vivir una doble vida. En el siglo XIX ya eran la aspiración de todo nuevo rico. Son paraísos morales, donde poder ser racistas, homófobos, machistas, misóginos y clasistas sin temor a represalias. Los clubes nacieron para saltarse la ley, para emerger como un club en el que los ricos londinenses podían jugarse su dinero cuando estaba prohibido hacerlo.

Vergüenza ajena

Es mítica la apuesta de Lord Arlington a cuál de las dos gotas de lluvia llegaría primero a la parte baja de la ventana. Se jugó 3.000 libras. Las paredes de aquellas ventanas todavía custodian, cobijan, ocultan y dan refugio a sus cipotudos descendientes. Se trata del White's Gentlemen's Club, fundado en 1693, el más antiguo de todos. Durante mucho tiempo fue el cuartel general oficioso del Partido conservador y entre sus miembros estuvo el distinguido ex primer ministro británico David Cameron. Decidió darse de baja en 2008, dos años antes de entrar a vivir en el uno de Downing Street, por la negativa a admitir mujeres. Dicen que hizo historia al ser el único miembro en renunciar a su carné. El príncipe Carlos mantiene el suyo.

Se mantienen desde hace siglos como espacios privados de mujeres, en los que trapichear a sus anchas, donde los miembros pueden relajarse lo suficiente como para alardear de sus tamaños. Ahí está la crema de la crema, lo mejor de la política y los negocios. El verdadero Sálvame Deluxe, reunido en el mejor barrio de Londres, el West End, que terminó por conocerse como Clubland.

El poder en secreto

Antes del White's Gentlemen's Club, los conservadores corrían a reunirse en el Carlton Club, fundado en 1832, por los tories, miembros del parlamento y aristócratas. El lugar ha sido testigo de primarias en secreto y el líder del Partido Conservador es invitado a convertirse en miembro honorario. Sólo hombres. Las mujeres eran miembros asociados y no podían usar todas las instalaciones y habitaciones. Tampoco podían votar. Hasta que llegó Margareth Thatcher y fue nombrada miembro de honor en 1975. En 2008 entraron en el siglo XXI y se decantaron por ser un club con algo más que testosterona.

El ex editor del Telegraph, Max Hastings, es un apasionado defensor de la institución. Adora el olor a humedad que empapa las estanterías, las moquetas, los libros, el té, el remanso extremadamente agradable, en el que el trato del personal es tan maravilloso que jamás podría ser la propia familia de uno. Todos confían en los demás, no hay opción a la traición. El club es lealtad. Perteneció al Club Brooks durante más de tres décadas. Brooks se fundó en el siglo XVIII por el conde de Strathmore, antepasado de la Reina Madre.

No a las mujeres

“No me gusta el lugar, me encanta”, escribió Hastings. Es su segundo hogar, aunque se siente mejor que en ningún otro sitio. ¿Por qué? “Me encanta la compañía de mujeres, pero votaría en contra de admitirlas porque cambiarían la esencia del carácter de Brooks. Se convertiría en otra brasserie del West End”.

El Athenaeum, en una foto de 2006. DAVID ILIFF

Otro mito histórico de esas instituciones trasnochadas es el Athenaeum (el Ateneo), fundado en 1824, famoso por su gran biblioteca y por sus selectos miembros: sacerdotes anglicanos, obispos, ministros y nobles. Como no sólo de libros vive el hombre, el club también tiene suites, además de un comedor y sala de fumadores. En 1838, con las arcas a cero tras la reforma de la iluminación a gas, entraron 200 miembros nuevos. Entre ellos estaban el reconocido misógino Charles Dickens y Charles Darwin. Y en 1886 ya tuvo electricidad para alumbrar sus enhiestos miembros.

Y el Garrick Club. Es uno de los pocos clubes de “caballeros” que sigue sin admitir mujeres como miembros. Un santuario de la masculinidad que tuvo en el dibujante E.H. Shepard, padre de Winnie the Pooh, a su gran benefactor: a su muerte, toda la herencia, 80 millones de dólares, fue a parar al paraíso que borda “The Garrick” en hilo rojo en las servilletas de lino, con un ojal para colocarla en la camisa de sus miembros. Allí pueden traficar con sus influencias sin molestias.

Una tribu muy poderosa

Son una pequeña tribu, pero “dominan los escalones superiores de nuestra sociedad, imponiendo, inconscientemente o no, sus valores y preferencias sobre el resto de la población”, escribió el artista Grayson Perry, en octubre de 2014. “Con sus coloridos falos textiles colgando al cuello, constituyen una abrumadora mayoría en el Gobierno, en salas de juntas y también en los medios. Son, por supuesto, hombres blancos, de clase media y heterosexuales, generalmente de mediana edad”.

Perry advertía que esta tribu golpea muy fuerte y ha colonizado los roles de alto estatus, altos ingresos y alto poder. El 93% de los directores ejecutivos del Reino Unido son hombres blancos y el 77% del parlamento es masculino. En los clubes se reúne históricamente el Gran Hombre Blanco, de buena educación, modales, encanto, confianza y atractivo sexual. Y dinero. Ahí es donde se ejerce el control sobre el poder. La cualidad del Gran Hombre Blanco es que lo es, aunque no haya logrado nada más. Estos grupos sienten que son el punto de referencia desde el cual se juzgan todos los demás valores y culturas. Aunque sólo quieran ser juzgados por su apariencia y su influencia, no por lo que son.