Matha-Gertrud Freud nació en 1892 el seno de una de las pocas familias cuyo apellido sirve para definir el siglo XX. Sobrina del omnipresente padre del psicoanálisis, mostró desde muy joven necesidad de salir de su alargada sombra y de forjarse un nombre por sí misma. Y así fue como, a los quince años, y consciente de que ser mujer era un lastre para su carrera artística, tomó la drástica medida de adoptar el nombre de Tom y comenzar a vestir, en ocasiones, ropas masculinas. 

Tras estudiar en Londres y pasar por Berlín, Tom se instaló en Munich junto a su hermana Lily, actriz. Allí se sumergió en la bohemia, donde se convirtió en una figura destacada, siempre acompañada por un eterno cigarrillo y conectada con el efervescente mundo artístico de aquellos años. Sus inquietudes la llevaron a la ilustración de libros infantiles, donde demostró una gran maestría, con un estilo en principio influido por el modernismo. Pero sería tras su matrimonio en 1920 con el escritor Jakob Seidmann, cuando su creatividad explote.

Ilustración de El libro de las historias de las liebres. Braunschweig University Library

Ambos crearon una editorial, Peregrin (el nombre proviene del protagonista de El viaje de Pez, uno de sus primeros éxitos), dedicada a adaptaciones de cuentos tradicionales y la creación de nuevos relatos que llegaban, incluso, a contener leves toques socialistas. Eso sí, las ilustraciones de Seidmann-Freud (como había pasado a apellidarse tras su matrimonio) escapaban de los corsés de lo tradicional, e incluso hoy en día nos sorprenden por su radical modernidad.

Editorial para niños judíos 

Con un estilo ahora más afín a la Nueva Objetividad, el movimiento que junto al expresionismo se disputaba la supremacía artística en la República de Weimar, la visión de Seidmann-Freud hacía que a veces fuera difícil diferenciar a los niños de las niñas, e incluso las oscuridades anidadas en muchos de los cuentos tradicionales llegaban a manifestarse con inquietantes imágenes de trazo limpio en las que podía sentirse una violencia soterrada o algún tipo de presencia extraña.

El conjunto era absolutamente hipnótico, y a lo largo de sus pocos años de vida la editorial produjo hermosos libros móviles como El barco mágico (un prodigio que desplegaba seis pisos llenos de mecanismos y sorpresas) o La casa de las maravillas; libros didácticos como Hurra! Estamos contando (que despertó el entusiasmo y el elogio del filósofo Walter Benjamin) y cuentos ilustrados como El libro de las historias de las liebres o David el soñador.

Ilustración de Tom Seindmann Freud. Braunschweig University Library

El matrimonio Seidmann (que pronto tuvo su única hija, Angela) decidió entonces montar un nuevo proyecto junto al poeta hebreo Jaim Najman Biálik, la creación de otra editorial, Ophir, dedicada a publicar libros infantiles destinados a los niños judíos, una empresa en la que invirtieron todo su dinero.

Cuando la economía alemana colapsó y la crisis comenzó a arrasar el país, se vieron en profundos apuros para mantener el negocio. La situación provocó además la ruptura de la sociedad, con cartas desesperadas de Jakob a Biálik (quien se había trasladado a Palestina) implorándole que cumpliera con sus compromisos de escritura e invirtiera en la editorial la cantidad que le correspondía. Pero el poeta hizo oídos sordos a sus demandas.

Tom vuelve a brillar

La desesperación llevó a Jakob a ahorcarse en 1929. Tom quedó tan destrozada por la pérdida que se dejó morir de hambre y, pocos meses después, falleció a los 37 años, no sin dejar establecido que su hermana Lily se hiciese cargo de su hija Angela, que por entonces tenía siete años. Lily acabaría llevándosela consigo a Palestina, donde Angela decidió cambiarse el nombre por el de Aviva ("Primavera" en hebreo).

Muchos recién nacidos en Tel Aviv han recibido, como regalo del ayuntamiento, un pequeño libro conteniendo una canción de Biálik ilustrada por ella.

Evidentemente, el régimen nazi prohibió y persiguió la obra de Seidmann-Freud, que durante mucho tiempo prácticamente desapareció de la circulación, lo que hizo que su nombre dejara de sonar entre los artistas de su período. Hoy se vive una recuperación de su nombre: la Documenta 14 de Kassel alberga en estos días una muestra sobre su obra, y pueden adquirirse ejemplares sueltos en internet a precios crecientes. Incluso, muchos recién nacidos en Tel Aviv han recibido, como regalo del ayuntamiento, un pequeño libro conteniendo una canción de Biálik ilustrada por ella. La extraña e inquietante luminosidad de Seidmann-Freud, la más desconocida de la saga, de nuevo vuelve a brillar en todo su esplendor.

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