Hace ochenta años, Gran Bretaña enfrentó la resolución de una crisis sin precedentes, que desembocó en la abdicación del rey Eduardo VIII el 11 de diciembre de 1936, apenas 325 días después de su subida al trono, lo que le convierte en uno de los reinados más breves de toda la historia de las islas. La serie The Crown, de Netflix, ha vuelto además a recordar el acontecimiento limitándose de nuevo a su faceta más amable, la que lo circunscribiría a un probablemente admirable sacrificio por amor. Pero la realidad, como suele suceder, fue más compleja. 

La llegada al trono de Eduardo VIII, quien había crecido sufriendo el evidente desprecio de su padre, Jorge V, que le consideraba incapacitado para el desempeño de sus funciones como rey, ya había puesto en evidencia una enorme fractura entre la opinión del establishment y la popular.

Eduardo VIII dirigiéndose por radio a la nación.

Mientras que ni el Gobierno ni la aristocracia se sentían cómodos con un monarca caprichoso, con tendencia al alcoholismo y mujeriego, gran parte del pueblo, alentada por la prensa, le adoraba por su atractivo, sus jaleadas muestras de rebeldía (como cuando, al acuñar moneda, rompió la costumbre de que su efigie mirara a la derecha, como le correspondía, para que así pudiera lucir como debía la trabajada raya de su peinado) y por no tener pelos en la lengua: durante una visita a una depauperada zona minera de Gales, su exclamación de "¡hay que hacer algo!" fue considerada por el Gobierno como una inadmisible intromisión de la Corona en su labor, mientras que las clases humildes, asfixiadas por la Depresión, la acogió con entusiasmo.

Wallis Simpson

Pero fue su relación con Wallis Simpson, una norteamericana divorciada, la que terminó precipitando los acontecimientos. El gabinete de Stanley Baldwin era consciente de que difícilmente se aceptaría un matrimonio así cuando el monarca era nominalmente la cabeza de la Iglesia de Inglaterra, pero la división que mostraban los periódicos le hacía dudar.

Si el rey se mantenía en sus trece, sería el Gobierno el que tendría que renunciar, y el país caería en una temible crisis constitucional. Además, los servicios secretos sospechaban de Simpson, quien al parecer habría mantenido, estando ya con el por entonces príncipe de Gales, una tórrida relación con el embajador alemán, Von Ribbentrop. Se sospechaba que, incluso, pudiera haber filtrado secretos a los que habría tenido acceso a través de los documentos oficiales que el rey despachaba.

Los servicios secretos sospechaban de Simpson, quien al parecer habría mantenido, estando ya con el por entonces príncipe de Gales, una tórrida relación con el embajador alemán, Von Ribbentrop

Curiosamente, fue Australia la que terminó llevando al rey a la abdicación. Todos los territorios de la Mancomunidad Británica, que había sustituido al Imperio, debían refrendar el matrimonio, y fue la ex colonia la que se opuso abiertamente desde el principio.

Eduardo VIII y el primer ministro, Stanley Baldwin.

De toda la clase política, sólo Churchill, Lloyd George y el líder fascista Oswald Mosley mostraron distintos grados de apoyo al rey, quien finalmente abdicó el 11 de diciembre de 1936, con un discurso radiofónico en el que declaró que "me ha resultado imposible soportar la pesada carga de responsabilidad y desempeñar mis funciones como rey, en la forma en que desearía hacerlo, sin la ayuda y el apoyo de la mujer que amo". Su hermano subió al trono con el nombre de Jorge VI, y la hija de éste, Isabel, se convirtió en la heredera.

Amor nazi

El anterior rey retuvo sólo el título de duque de Windsor, que recibió también Wallis Simpson cuando finalmente se casaron en Francia en 1937, aunque a ella le fue denegado el tratamiento de alteza real. Comenzaron los años más incómodos para Gran Bretaña, en los que la admiración que el duque pudiera conservar en su país de origen se desvaneció cuando se supo de sus comentarios elogiosos hacia el régimen nazi (hicieron una visita triunfal a Alemania tras la abdicación, y Hitler declaró que Wallis habría sigo "una gran reina").

Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, la sospecha de que Alemania podría estar pensando en colocarle de nuevo en el trono como rey títere tras la esperada invasión de Gran Bretaña, hizo que Churchill, quien había sido su valedor, optara por alejarle enviándole como gobernador a las Bahamas, tras un paso por España en 1940, donde se alojaron en el hotel Ritz.

Los duques de Windsor, saludando a Adolf Hitler durante una visita a Alemania en 1937.

Terminado el conflicto, los duques de Windsor ya se convirtieron sólo en personajes centrales para la prensa rosa, con un estilo de vida desaforado, lleno de amantes y lujo, que Ángela Vallvey refleja en su reciente libro Amantes poderosas de la historia (La Esfera de los Libros). Isabel II terminó consintiendo que los dos fueran enterrados juntos en el cementerio real (ella con el único título de "duquesa de Windsor") pero, por lo demás, el efímero Eduardo VIII sólo dejó para la historia la invención del nudo Windsor, la introducción del tejido príncipe de Gales y las especulaciones sobre cómo habría sido la historia mundial si hubiera permanecido en el trono.

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