Hace exactamente 160 años, en Smiljan (actual Croacia), nacía Nikola Tesla, un ingeniero e inventor que realizaría contribuciones clave para el desarrollo de la Segunda Revolución Industrial, y uno de los protagonistas de la Guerra de las Corrientes, un formidable choque de trenes que sacudió la economía y la industria norteamericanas.

Hacia 1880, numerosos investigadores estaban buscando la forma de "domesticar" la electricidad, esa fuerza natural que, gracias a las aportaciones de Faraday y Maxwell y el descubrimiento de la inducción electromagnética, buscaba abandonar la oscuridad del laboratorio para iluminar los hogares y las ciudades y dotar de fuerza a las máquinas. En juego estaba la perspectiva de un negocio de inmensos beneficios.

Demostración en un caballo de la fuerza letal de la corriente alterna.

Thomas Alva Edison estaba embarcado en conseguir ser, también en eso, el primero. Sus esfuerzos por electrificar Manhattan, basados en la corriente continua (en la que los electrones se desplazan siempre en el mismo sentido por el circuito), se estaban encontrando con enormes problemas debido a las limitaciones de su sistema: era poco potente, peligroso y necesitaba subestaciones eléctricas cada pocas manzanas, lo que hacía que un caos de zanjas y tendidos de cables invadiera la ciudad. Y noticias como el incendio de la biblioteca de la casa del financiero J.P. Morgan, la primera que contó con luz eléctrica en toda la ciudad, no ayudaban al esfuerzo.

Tesla emigró a Estados Unidos e intentó convencer a Edison para que apoyara su sistema, basado en la corriente alterna (en la que los electrones cambian constantemente de sentido en el circuito). A pesar de que todas las pruebas demostraban que la alterna era más potente, segura y capaz de enviar la electricidad a centenares de kilómetros con una necesidad mucho menor de subestaciones, Edison no quiso renunciar al sistema en el que había invertido tanto, y Tesla acabó abandonando su empresa.

Cualquier accidente en el que muriera un trabajador electrocutado obtenía una gran cobertura, bajo grandes titulares que preguntaban a la gente si dejarían entrar a esa asesina en sus hogares

Tras varias vicisitudes, en 1888 Tesla y George Westinghouse, empresario y también inventor, llegaron a un acuerdo para explotar las patentes teslianas a cambio de una compensación económica por cada caballo de potencia generado. Los ingenieros de Westinghouse perfeccionaron las ideas de Tesla pero, cuando se lanzaron a la comercialización, se encontraron con una brutal campaña de desinformación lanzada por Edison.

El sistema tesliano, que es el que utilizamos en nuestros días, consistía en que la electricidad que se generaba en las centrales era elevada a una alta tensión de miles de voltios, y de esa forma se enviaba a largas distancias. Al llegar a las casas, los transformadores se encargaban de bajar la potencia para poder ser utilizada sin peligro. Pues bien, Edison se encargó de que los medios obviaran esa última parte, y se refirieran sólo a los peligros de la alta tensión. Cualquier accidente en el que muriera un trabajador electrocutado obtenía una gran cobertura, bajo grandes titulares que preguntaban a la gente si dejarían entrar a esa electricidad asesina en sus hogares.

Justo en ese momento, además, el estado de Nueva York decidió crear una comisión para buscar un nuevo modo de ejecución. Edison hizo desde el principio lobby para que se adoptara la tecnología tesliana y promovida por Westinghouse, e incluso llegó a proponer la utilización del término "westingizar", como existía el de "guillotinar", para hablar de la nueva forma de ejecución, y que así la corriente alterna quedase asociada por siempre con la muerte.

Baraja de la Guerra de las Corrientes.

Edison llegó a ceder sus instalaciones para que en ellas se hicieran demostraciones públicas en las que se electrocutaba, ante el horrorizado público, a perros, terneros, potros y otros animales, a los que previamente se les aplicaba corriente continua, que sólo les dejaba atontados, para luego achicharrarlos con miles de voltios de alterna. Tesla, por su lado, buscaba contrarrestar esa mala publicidad haciéndose atravesar públicamente por miles de voltios, sin que aparentemente le causaran daño.

La situación se hizo tan insostenible, que Tesla tuvo que ceder todos sus derechos para que Westinghouse pudiera plantar cara a Edison. Finalmente, la silla eléctrica se aprobó, pero la primera ejecución pública, el 6 de agosto de 1890, fue un completo desastre: se suponía que sería una forma de morir indolora, pero lo cierto es que el reo, William Kemmler, sufrió una auténtica tortura porque resistió numerosas descargas, e incluso le llegó a arder la cabeza estando aún vivo.

Después de eso, nadie quiso meter electricidad en sus casas, ni alterna ni continua. Pero la superioridad manifiesta del sistema tesliano acabó abriéndole camino: en 1893 se inauguró la Exposición Colombina de Chicago, la primera totalmente alimentada por electricidad, y tres años después entró en funcionamiento la gran central hidroeléctrica del Niágara, tan potente que sólo ella se bastaba para abastecer de energía a un quinto de la población norteamericana. Una estatua en el lado canadiense recuerda hoy a Nikola Tesla y su contribución esencial al nuevo mundo que comenzaba a nacer.

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