Una de las imágenes más icónicas de la historia es el suicidio de Cleopatra, provocado por la mordedura de un áspid. Pero siempre ha existido un debate impreciso sobre el porqué de la drástica decisión de la reina egipcia, una mujer cuya biografía se balancea entre la de femme fatale y la gobernante astuta, culta e inteligente. Shakespeare, en su obra Antonio y Celopatra, de 1606, ya condensó esas intrincadas razones en una simple dicotomía: ¿murió por amor hacia el triunviro romano o porque su poder político había llegado a su fin y se adelantó a la humillación de la poderosa Roma?

El célebre texto del dramaturgo inglés ha cobrado nueva vida este año gracias a una traducción y versión de Vicente Molina Foix dirigida por José Carlos Plaza. Tras ser presentada en los festivales de Almagro y Mérida, la producción de la Compañía Nacional de Teatro Clásico se está representando —hasta el 7 de noviembre— en Madrid, en el Teatro de la Comedia, con todo su elenco al completo: Ana Belén como Cleopatra, Lluís Homar como Marco Antonio, Javier Bermejo como Octaviano, etcétera.

La obra, en palabras de Molina Foix, es como "una tragicomedia contemporánea, como una comedia de situación amorosa". La acción dramática gira en torno a la relación sentimental de la reina egipcia, antigua amante de Julio César, y el general romano, pura pasión y placer al principio, pero que se va quebrando a rebufo de los acontecimientos políticos que les rodean y de traiciones que se barruntan o se confirman.

Shakespeare basó su texto en las Vidas paralelas de Plutarco, de la que cogió muchas escenas literales. Al contrario que el historiador griego, el bardo dibujó a un Marco Antonio más noble, pero no resulta muy claro si está relatando la vida de un héroe trágico o cómico. El triunviro deambula entre los lujos seductores de Alejandría, donde se encuentra su amada reina, y sus responsabilidades militares en la misión de garantizar el poder y la tradición de Roma. Una terna en la que parece forzado a elegir entre pasión y razón.

Ese contraste entre ambos mundos, entre la austeridad y el pragmatismo de la Urbs y la sensualidad y la opulencia de Egipto, es otro de los pilares de la obra, que salta vertiginosamente de escenarios geográficos. En Mérida, en el espectacular teatro romano, la tragicomedia habrá lucido muchísimo más por la singularidad del paisaje antiguo. En el Teatro de la Comedia, este Antonio y Cleopatra suena a metálico (tampoco el sonido es ideal), con una decoración demasiado sobria para el abanico posible que ofrece el tema y que se soluciona con un juego de luces, demasiado deslumbrante en ocasiones. 

En el apartado de las interpretaciones, esta producción ha subido por primera vez juntos a las tablas a Ana Belén y Lluís Homar, director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Están bien en sus papeles, comedidos, con una conexión suficiente para encarnar a los dos amantes, e interpelar con sus diálogos y virajes, al espectador, para que este extaiga su propia conclusión, sobre qué es lo más acertado: el deber o el deseo. En muchas escenas, lo mejor no está en los protagonistas y es muy destacable la actuación de Ernesto Arias como Enobarbo, lugarteniente del general.

Esta nueva versión del clásico de Shakespeare dura dos horas y 50 minutos, con un descanso de 15 minutos, y resulta demasiado densa en ocasiones tanto por la acumulación de escenas como por la austeridad del montaje. Tampoco el final consigue el dramatismo que la historia otorgó al arrojo de Cleopatra acabando con su vida antes de ser exhibida como un trofeo por César.

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