Invierno de 2009. La crisis arreciaba con fuerza en todos los sectores. También en el arte. Intentar levantar en aquella época una obra de teatro era un sueño casi imposible. La programación se limitaba a los cuatro directores de siempre y la oferta de entretenimiento que fleta autobuses desde todas las provincias españolas. Parecía que los recortes, la prima de riesgo y las reformas habían afectado también a la creación.

Y de repente llegaron unos cuantos locos con las ganas intactas, el talento a flor de piel y los cojones suficientes para proponer algo distinto. Tocar los clásicos, esos que versionar parecía un sacrilegio. Se hacían llamar Kamikazes. Algunos venían de escribir y dirigir televisión. Algún actor había hecho cine, pero ninguno era lo suficientemente famoso para que una sala apostara por aquella revisión de Seis personajes en busca de autor, de Pirandello.

Lo que nadie esperaba es que aquella obra sin teatro llamada La función por hacer, se convirtiera en un éxito rotundo. Primero en el hall del Teatro Lara, y más tarde en la Abadía y de gira por teatros hasta coronarse con siete premios Max. Muchos vieron en ella el punto de inflexión que necesitaba la escena española. La prueba de que los nuevos autores podían triunfar, de que los actores curtidos en el off español conseguían premios y de que el talento a veces destaca entre tanto nepotismo.

Bárbara Lennie e Israel Elejalde. Emilio Gómez

Han pasado diez años y ahora todos conocen a Aitor Tejada y Miguel del Arco, las mentes pensantes de aquella obra que ahora se reestrena con el reparto original, entre el que están nombres como Bárbara Lennie o Israel Elejalde. Una década en la que no han dejado títere con cabeza, en la que se han atrevido con Shakespeare y hasta con la sentencia de La Manada. Hasta han alquilado un teatro para poder programar y enseñar sus propias producciones.

Aitor Tejada confiesa a EL ESPAÑOL que a veces le parece “que fue ayer”, una “sensación extraña del tiempo” que comparte Miguel del Arco, que recuerda aquel 2009 mencionando la “elasticidad del tiempo” y este “ejercicio de memoria” que les hemos obligado a hacer. A repensar a aquellos kamikazes. “Ha pasado de todo estos años, pero la sensación brutalmente álgida, bonita. Somos unos privilegiados, pusimos en marcha esto con algo d inconsciencia, acariciando sueños, era una masa informe y aspiracional, y estos diez años han confirmado que eso que volaba por nuestra cabeza aparece. Seguimos trabajando como cabrones, pero es muy emocionate y esto está siendo un ejercicio muy divertido”, añade.

El boom kamikaze

La función par hacer fue un boom, y obligó a Aitor Tejada a encargarse de las funciones de productor, mientras Miguel del Arco recibía, por primera vez, múltiples ofertas como director. Un máster intensivo gracias a una obra que “nos cambió la vida por completo” y que también cambió al teatro español. “Me gusta ser cuidadoso, y más que un punto de inflexión creo que salió lo que se estaba cociendo”, apunta Del Arco, que considera que en aquel momento los teatros actuaban de forma “muy rancia y estipulada por los empresarios”.

Los programadores pensaban que el espectador era tonto y que necesitaban algo fácil de digerir, y esto supuso de alguna manera una revolución

“Trabajaba muy poca gente, y no había esta barbaridad de espacios y salas alternativas. Los centros públicos eran cotos cerrados en los que trabajaba la cuadrilla alrededor del director. Había pocos cambios. Yo hace diez años no sería capaz de nombrar cinco dramaturgos, y ahora te digo 50 de un tirón. Se escribe mucho y bien, y con cierta facilidad para que suba a escena, y eso cambia radicalmente”, apunta el dramaturgo.

Para su colega el problema pasaba porque los programadores menospreciaban a su público: “Pensaban que era tonto y que necesitaban algo fácil de digerir, y esto supuso de alguna manera una revolución. La gente dijo, ‘si ellos han podido nosotros también’. Se abrieron salas pequeñas, se comenzaron a hacer funciones en sitios inverosímiles y todo ha cambiado. En los centros públicos no había riesgo, estaban los mismos directores y los mismos actores de siempre. Creo que estábamos todos con el culo apretado. Que un directo nuevo estrenara aunque fuera en sala B era imposible. Había conservadurismo y eso comenzó a cambiar”.

Fotograma de La función por hacer. Emilio Gómez.

En esta década los kamikazes no se han asentado, y han seguido arriesgando y han sentido todavía el vértigo y las miradas que les tratan como locos. “Tengo muy cerca el estreno de Jauría, que la anunciamos el año pasado por estas fechas y, primero, en muchos foros nos pusieron a caer de un burro, pero es que la estrene con sólo dos bolos. Nadie la quería. Nadie se atrevía. Y hasta que no lo vieron y no sucedió lo que sucedió no tenía nada. Avilés y Sevilla, los dos únicos programadores que tuvieron cojones, y ahora tiene una gira y se pegan de hostias por ellas”, zanja Del Arco.

El futuro pasa por encontrar una casa estable para que las funciones no se queden por hacer. El actual teatro pide un alquiler que les complica la solvencia económica, y ellos tienen claro que no van a renovar el contrato. Su sueño fue tener un teatro para invitar a la gente y contarle sus historias. Ahora toca mudanza, y de alguna forma empezar de cero como en aquel hall del Lara donde aquellos amigos cambiaron, sin saberlo, el teatro español.

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