Dice Carlota Ferrer, directora de Esto no es la casa de Bernarda Alba (en Teatros del Canal del 14 de diciembre al 7 de enero), que el texto original de Lorca “ya era feminista”, pero en un contexto en el que, por el peso de la Historia, “no se dejaba de poner la salvación en el hombre”. Recuerdan ustedes que en aquella morada de la España profunda las niñas se mataban por la boca de Pepe el Romano, el tipo que podría sacarlas, matrimonio mediante, de la custodia oscura de la matriarca Bernarda, todopoderosa y tiránica.

La señora, después de quedarse viuda por segunda vez, le había impuesto a sus polluelas ocho años del más riguroso luto. No podían ni siquiera salir de casa. Sólo la mayor, Angustias (hija del primer marido), empieza a batir las alas gracias a la herencia de su padre, y se compromete con Pepe, que, vaya por dios, se hace amante de Adela, su hermanastra pequeña.

Queríamos un reparto de hombres que interpretaran a mujeres, porque eso nos distancia de que el machism sea una problemática unida sólo a mujeres y nos pone a todos juntos en la lucha

Ahí un país de angustias, de apariencias, de represión sexual y de vidas ahogadas por el heteropatriarcado. El toque transgresor del poeta fue que parió la obra en 1936 -aunque no se estrenó hasta 1945- y que tuvo el ojo sensible para “darle voz a esas mujeres oprimidas” y jugársela en “un canto a la libertad”, aunque a veces esos escarceos acaben en muerte. Ahora Carlota Ferrer le da una vuelca de tuerca más al clásico y, para subrayar su condición feminista, todos los papeles que antes correspondían a mujeres, excepto uno, serán interpretados por hombres. Eusebio Poncela, por ejemplo, se pondrá en la piel de Bernarda. “En el reparto todos son hombres, a excepción de Julia de Castro”, explica la directora.

Esta no es la casa de Bernarda Alba.

¿Por qué? “Porque se ha avanzado mucho, pero nos queda un largo camino, y ahora hemos llegado a un punto en el que normalizamos todo: normalizamos ver anuncios contra la violencia de género con mujeres amoratadas, normalizamos las confesiones de mujeres que relatan sus terribles vidas… por eso nosotros queríamos un reparto de hombres que interpretaran a mujeres, porque eso nos distancia de que sea una problemática unida sólo a mujeres y nos pone a todos juntos en la lucha”, alega Ferrer.

El papel del hombre en el feminismo

La idea surge también de la propia condición de Lorca. “Él es un autor que le ha dado voz a las mujeres proyectándose él, como hombre, en ellas. Habla a través de ellas sobre la necesidad de creación, de maternidad o de paternidad, de amor no correspondido, que eran temas que se suponía que le preocupaban a las mujeres”. La propuesta de Carlota Ferrer es interesante porque coloca un debate muy actual sobre la mesa: ¿cuál debe ser el papel de hombre en el feminismo? ¿Hasta qué punto debe protagonizar la lucha o dar un paso atrás y dejar hablar a sus compañeras?

“Yo ahora doy muchos talleres y trabajo con gente joven y puedo decirte que, afortunadamente, las mentalidades cambian. Pero en el caso de los hombres, tienen que gestionar una situación distinta. Por ejemplo, a ellos no se les ha educado para expresar la emocionabilidad”, reflexiona. “Y esto es porque el machismo es malo para nosotras pero también malo para ellos. Éste es un momento en el que el hombre debe aprender de su emocionabilidad y revisar sus propios comportamientos y actitudes. Tiene que darse cuenta de cuántas cosas que hace atienden a algo ya adquirido que ni siquiera ha reflexionado, como el piropo desagradable, o el ir a una entrevista y decirle a una compañera que es guapa o fea”.

Esta no es la casa de Bernarda Alba.

Hay algo más: Ferrer cree que el hombre tiene que reconocer su admiración por la mujer. “Siempre necesitamos al otro: y ellos tienen madres, hermanas, hijas, y se enamoran de mujeres. Creo que es una cuestión de amor, de admiración. Pero el tema de la igualdad de los sueldos y el acceso a puestos de dirección sí es una cuestión de pelea”, sonríe. “Sobre todo cuando estadísticamente conocemos que las mujeres tenemos una formación más elevada que muchos hombres”. Dice la directora que todos los personajes “son víctimas y a la vez verdugos, que es lo mismo que pasa en la sociedad”, y que esa dualidad le apasiona.

Lucha de clases

“A veces hay mujeres que en su lucha tan activa por el feminismo pierden el control y llegan a ser verdugos, y es normal, porque la opresión causa estragos”. Habla de Bernarda: “Ella, para vivir en un mundo de hombres, se ha hecho un hombre más; y para proteger a sus hijas del hombre, les está negando la libertad, la posibilidad de ser madres, la posibilidad de decidir por ellas mismas. Bernarda se convierte en un dictador, que es el modelo que ha visto”.

Bernarda, para vivir en un mundo de hombres, se ha hecho un hombre más; y para proteger a sus hijas del hombre, les está negando la libertad

Otro personaje interesante es Poncia, la criada, porque en ella se acumula la presión del machismo y también la de la pobreza, la de la lucha de clases. “Es una oprimida más, ya sea por sexo, raza, religión… o economía. Y el día que se dan la vuelta se pueden convertir en algo peor que los opresores”.

Esta no es la casa de Bernarda Alba.

Recuerda Carlota Ferrer que Lorca, en la obra, presenta una escena en la que una mendiga entra e pedir la sobras a una de las criadas que a su vez le ha pedido antes comida a Poncia, pero, una vez logrado el alimento, no lo comparte. “Lorca pone el ojo en todos los sectores oprimidos. También hay unas prostitutas que llegan al pueblo y las pagan entre todos, porque es lo que necesitan los hombres. Lorca mezcla constantemente lo económico con lo político y lo social”.

La obra es una pataleta, una crítica que reivindica la libertad de las mujeres. “Recordemos que muchas mujeres de la edad de mi madre, que ahora tiene 70 y tantos, salían de casa sólo para casarse con un hombre. Es decir, escapar de la privacidad castradora se conseguía formando una familia pero a las órdenes de otro hombre”.