Rosa María Sardá con su segundo premio Goya.

Rosa María Sardá con su segundo premio Goya. EFE

Cine Adiós a la actriz

Rosa María Sardá, la mejor presentadora de la historia de los Premios Goya

La actriz, que ha fallecido este jueves, fue la mejor maestra de ceremonias en las tres ediciones que presentó y marcó a todas las de después.

11 junio, 2020 16:11

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Era el año 1994, y los Premios Goya ya iban por su octava edición. Eran la fiesta del cine español, la guinda al pastel de un año de películas y estrenos, pero la gente no les prestaba atención. Sí, se hacía una ceremonia, se cubría en los medios, pero faltaba algo para engrandecer la gala, eso que en EEUU tienen tan claro y que se llama ‘maestro de ceremonias’. Allí tenían a Bob Hope y a decenas de humoristas capaces de animar cualquier show, pero aquí se había optado, con mayor o menor suerte, por intérpretes de renombre que llenaban de solemnidad la velada, pero también de cierta sensación de 'deja vu' y aburrimiento.

Lo intentaron en esas siete ediciones Fernando Rey, Fernando Fernán-Gómez, Carmen Maura… los más grandes. Nada. Entonces llegó ella, Rosa María Sardá. Desde TVE decidieron que había que apostar por el humor, y si buscas cómica en el diccionario todo el mundo sabe que sale la cara de La Sardá, esas actrices cuyo apellido puede ir precedido de un artículo para darle empaque. Habían visto que la gente quería reírse, como hacían en los Oscar, y además en el ente público empezaron a tener una nueva preocupación. La audiencia. El año anterior, en una ceremonia presentada por Imanol Arias, se había contabilizado por primera vez los espectadores y ese temido share y el resultado no fue el esperado: 1.365.000 de espectadores y un 9,3%.

El reto de levantar esa cuota fue de Rosa María Sardá. Salió al escenario como un terremoto. Fingió perder el guion, estar nerviosa y desde el comienzo metió esa ironía que la caracterizaba. Al entregar el primer premio dijo. “Ahora sólo faltan otros 22”, y la gente estalló en una carcajada. Sólo el humor podía levantar una gala tan larga. La Sardá cambió la historia de los Goya, y encima la presentó estando nominada como Mejor actriz secundaria por ¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?
Ese momento fue crucial. Para una presentadora perder un premio en directo puede ser una losa imposible de quitar -como demostró Antonia San Juan años después.

Rosa María Sardá, la mejor presentadora de los Goya.

Esta vez ella se llevó el premio, pero en la previa ya demostró una vis cómica al alcance de muy pocas. Apareció fumando y dijo que no iba a parar. Se dirigió a sus rivales, como “las otras dos” y cuando levantó por fin la preciada estatuilla se cascó un discurso con el que terminó de adueñarse de la noche: “España ha avanzado mucho estos años en democracia, en libertades, y por fin se hace justicia entregándome un premio. Ya era hora”. ¿El resultado? 2,25 millones de espectadores y casi un 14% de share. Los Goya interesaban.

Tuvieron que pasar cinco años para que Rosa María Sardá presentara otra vez los premios. Lo hizo otra vez coincidiendo con su nominación como Mejor actriz secundaria por La niña de tus ojos. Esta vez no hubo suerte, pero fue ahí donde demostró la pasta de la que estaba hecha, la que diferencia a las grandes de las mediocres. Sardá aguantó en el escenario, aguantando el plano, sabiendo que todos los ojos estaban puestos en ella. El resto de actrices mostraban sin disimulo sus nervios, pero ella estaba actuando… y perdió. Era el momento de la verdad, y se creció. Fingió enfado, miró mal a la ganadora, Adriana Ozores, y pataleó antes de dejar sola a la vencedora en su minuto de gloria. Cuando volvió no había ni rastro de rencor, pero siguió haciendo lo que mejor sabía: humor. Apareció en escena con una mantilla y un velo negro simulando un luto por su derrota.

Rosa María Sardá canta en sus segundos Goya como presentadora.

Antes, en su monólogo inicial realizó una especie de trabalenguas cantado en el que hablaba de todo lo que le molestaba. Cogió aire y denunció “las guerras, los refugiados, la inmigración, los alcaldes con gomina, los que compran la viagra y se van con la vecina”. No tenía pelos en la lengua, nunca los había tenido, y continuó hablando de “las mujeres maltratadas, las mujeres malfolladas, los gobiernos tan centristas. La impunidad, las empresas de trabajo temporal, los despidos los olvidos y que haya quien defienda a Pinochet”. Un comienzo histórico, irrepetible y magistral. La gala hizo récord histórico de audiencia con 3,7 millones de espectadores.

Habría una tercera vez, en 2002. Y por supuesto estaba nominada. Repitió el show. Se quedó en bambalinas, con la cámara enfocándola. Cruzó los dedos y cerró los ojos en una nueva muestra de que nunca perdía el punch cómico. Esta vez lo ganó. Salió de un lado del escenario del que se había apoderado y los nervios no le hicieron perder la oportunidad de hacer un gag. “Sabía que si me juntaba con Joaquín Oristrell me darían un Goya por Sin vergüenza”, dijo en una referencia al título del filme. No se olvidó de su amigo Ventura Pons, que le dio varios de sus mejores papeles, todos de protagonista absoluta, como lo era en las galas de la Academia de Cine, la absoluta reina de la función. Única e irrepetible. Suyas son las mejores ceremonias. Nos quedamos con las ganas de alguna más.

Rosa María Sardá gana su segundo Goya.