"El profesor Fernando Castro se golpea con su propio libro en la cabeza, es trasladado a urgencias y se envenena con su estética de la crueldad. Fue imposible entrevistarle porque cometió actos indecentes y la policía le multó con 12.000€ por enseñar sus órganos sexuales, su mínimo aparato, en una plaza al lado del Centro Cultural de Conde Duque". Son las palabras del esteta Fernando Castro Flórez sobre cómo una entrevista o cualquier pieza periodística conseguiría más lectores en una sociedad donde lo provocador y los clicks son el mecanismo más viable.

Acaba de publicar su nuevo libro Estética de la crueldad (Fórcola Ediciones) donde ofrece un recorrido por el caótico siglo XX y un presente de "exhibicionismo delirante de la propia nulidad, con una extraordinaria falta de pudor y un singular servilismo de las víctimas que participan, de una forma aparentemente gozosa, en el espectáculo de la humillación".

Hablamos durante hora y media, bajo el sol primaveral que atravesaba los árboles que nos rodeaban en el céntrico barrio de Chamberí.

En su libro utiliza la palabra marco fuera de su significado literal como una metáfora en el mundo del arte. ¿A qué se refiere con el concepto de marco?

Sobre todo me interesaba poner en cuestión una idea habitual en el arte contemporáneo que abarca la música, el cine, la coreografía etc. La idea es que estas artes rompen los marcos. Se liberan del pedestal, salen fuera del escenario teatral, atraviesan las paredes del museo y salen del ámbito institucional. Es decir, ocurre una ruptura del marco tradicional. Sin embargo, desde hace un tiempo estoy pensando que esas salidas son solo aparentes y que lo que se está produciendo es una especie de reenmarcado, una vuelta a la institucionalidad. 


Muchos comportamientos que se declaran subversivos, radicales o transgresores —ese comportamiento casi neopunk o pseudopunk que viene a revolucionar las concepciones del cuerpo, la sexualidad o la pintura— caen en una paralización y quedan atrapados por el mercado y por los museos que se supone que vienen a cuestionar. Tengo claro que existen sistemas de enmarcado, de clasificación, de inclusión y exclusión. Al mismo tiempo, en mi libro fue tomando protagonismo la crueldad, ya que estamos en un tiempo desquiciado y cruel.

Va relacionado con esa gente que se cree que está fuera del sistema pero que realmente es parte de él.

Sí. En realidad, cuando uno tiene una posición inicial y viene con toda la energía jovial y juvenil de oponerse a lo establecido, tiene esa actitud de saboteador con el objetivo de que salte por los aires aquel tapón que le impide desarrollar su expresión artística. Luego es cierto que te das cuenta de que ese sabotaje o crítica vas a tener que hacerlo desde dentro de la propia institución. La pretensión de que hay un “afuera” es fruto de la ingenuidad o de la ignorancia. O incluso una coartada cínica: que uno se presente como un outsider pero que realmente sea carne del sistema.

Yo nunca voy a presentarme como un antagonista del sistema. Soy funcionario del Estado, llevo dando clase en la universidad más de tres décadas, escribo en medios de comunicación… Me doy cuenta de que soy un sujeto que pertenece al mundo del arte en su versión más institucional. Otra cosa es que haya intentado, dentro de él, abrir ventanas y puertas para que no suceda siempre lo mismo. Eso sí, hay que saber si uno se vuelve un cómplice de las peores prácticas del sistema. Se debe tener consciencia de si uno es un colaboracionista, si uno en realidad está intentando mover o modificar los propios marcos de ese sistema para ofrecer espacios de cierta resistencia interior o si sencillamente es alguien que es un happyflower de la vida sometido a esta psicología positiva que nos domina y en la que no nos estamos enterando de nada. Yo siempre he tenido como referencia a Adorno y él hablaba de una dialéctica negativa que no sostiene la totalidad, sino que trata de abrir espacios de diferencia. Y he tenido que tirar por ahí.

Como crítico entiendo que el arte es un laboratorio social, un sismograma de lo que pasa. Gracias al arte uno puede saber cómo tiembla la época. Para mí, el arte nunca ha sido un espacio decorativo. No entiendo la estética como un juicio de gusto. Yo carezco de todo tipo de gusto. Me interesan los procesos culturales que nos permiten avanzar y qué procesos intensifican la experiencia colectiva. Hay situaciones en las que he entendido que no debía participar en proyectos que me parecían putrefactos e indignos.

Yo he trabajado como periodista y creía que debía estar en el periódico que respondía a mis ideales políticos. Luego vi que en esos medios de comunicación el conocimiento político brilla por su ausencia. He pasado de El País al ABC. En muchos casos yo era utilizado por el medio ya que les venía bien tener una figura tan friki como la mía pero otras veces era yo quien los utilizaba a ellos para decir las cosas que veía oportunas. 

Fernando Castro, profesor de la UAM.

¿Defiende que el arte tenga un trasfondo político a diferencia de artistas como Andy Warhol que renegaban de él?

Sin duda. Aunque Warhol tiene un poderosísimo perfil político, si bien es verdad que está un tanto camuflado. Warhol nos vendió la idea de que él sería una máquina grabadora que reflejaba el capitalismo de consumo. Sin embargo, hay una posición intensa del deseo. Es un homosexual que tiene que camuflar y reprimir su propia sexualidad. Hay una lectura psicoanalítica de Warhol donde lo aparentemente apolítico corresponde con una política que tiene que ver con debates de la teoría queer y la diferencia sexual contemporánea. 

Habla del desastre del capitalismo que lleva a la destrucción. Solo hay que ver a los superstars que representa. Marilyn Monroe es una suicida, Elvis Presley muere prematuramente, a JFK le asesinan… Hay algo conspiranoico ahí donde vemos la sonrisa warholiana y las latas de sopa Campbell, que a mi parecer están envenenadas. Allí donde parece que hay menos política es precisamente donde aparece. Yo creo que el arte es inevitablemente político desde su aparición. Para mí, el arte surge en el siglo XVIII gracias al periodismo y la opinión pública. Además emerge la burguesía y es una lucha contra el absolutismo.

Comparto la teoría de crítica de Baudelaire que dice que la crítica es “parcial, apasionada y política”. No hace falta leer a Aristóteles para comprobar que toda la gente que se declara apolítica es totalitaria. Es rascar un poco y ver que tienen el mismo comportamiento que tenía Franco cuando dijo “haga como yo no se meta en política”. Cuando Manuel Fraga dijo “yo soy el animal político” estaba haciendo alusión a Aristóteles. Decía Aristóteles que solo un loco o un dios no vive en una polis. Todos somos políticos. 

Si entendemos como político a Pablo Casado, Albert Rivera, Pedro Sánchez o Pablo Iglesias claro que el arte no debe ser político. Los líderes actuales son unos analfabetos funcionales. Es que son catetos. Hasta los más jóvenes políticos cuando van a hablar de cultura hacen que se te caiga la cara de vergüenza. Cuando Pablo Iglesias va a hablar de política o de cultura agarra una guitarra y te toca una de Sabina. O si te van a recitar un poema eligen el último de Labordeta o uno de Mario Benedetti. Tienen unos clichés artísticos de llorar. A Pablo Casado si le diera una ventolera de cultura y se atreviera a hablar supongo que mencionaría a Teresa de Ávila, a Hernán Cortés y quién sabe quién. O Tierno Galván, que es querido por muchísima gente, era en realidad una momia en vida. Hay tal cantidad de caspa cultural que no hace falta ir a Baqueira para esquiar. 

Pero es que no tiene nada que ver con eso. El arte es una búsqueda de sociabilidad, de sentimiento, de reflexión, de la forma de habitar. A mí no me ha interesado nunca el arte político cuando solamente es panfletario. También le reconozco sus virtudes pero no puede ignorar su tensa relación con la propaganda. El nacionalsocialismo entendió que la forma más elevada del arte es la propaganda y así lo desarrolló con El triunfo de la voluntad de Leni Riefenstahl. 

Hay un nombre que se repite mucho tanto en su libro como en boca de la mayoría de críticos de arte: Duchamp. ¿Por qué él?

Por la radicalidad de su planteamiento. Su famosa fuente es el origen de los ready-made y nos enseña que un objeto cotidiano puede convertirse en una obra de arte. Duchamp es un referente porque ya no solo plantea “qué es el arte” sino también “cuándo hay arte”. Algo se convierte en arte no porque el artista sea genial o porque siga parámetros de belleza. Es arte porque se coloca en el sistema del arte. Por eso, cuando hablo del marco del arte creo que Duchamp debe estar ahí.

Hay muchos profesores que dicen que Duchamp creó un relativismo en el que “todo vale” o “todo es arte”. Sin embargo, yo creo que marcó un espacio que permite que algo sea enfocado de cierta forma. Nosotros estamos conversando e intercambiando ideas en una tarde de la primavera madrileña. Pero deja de ser una conversación entre amigos y adquiere una condición diferente ya que existe un marco institucional en el que tú vas a grabar la entrevista, editarla y publicarla en el periódico. El periódico es el pedestal que hará que una conversación banal y espontánea adquiera una cualidad que funcionará como opinión intelectual. 

Urinario de Marcel Duchamp.

Hay mucho filósofo de pueblo y de barra de bar, pero si no tienen el marco o el espacio donde plasmar ese discurso intelectual no se produce ese feedback filosófico y político. Solo funciona como ready-made cuando se encuaderna en un marco.

A partir de la Segunda Guerra Mundial aparece una oposición a la pintura. Se oponían al expresionismo abstracto americano y en Europa al informalismo. Duchamp lo entendió a la perfección. Cuando Duchamp llevó a un amigo a un aeródromo dijo que la pintura estaba muerta y que no había nada más bello que el ala del avión. Estaba siguiendo la idea futurista de que “un automóvil a toda velocidad es más bello que la Victoria de Samotracia”. Han pasado 100 años y seguimos inquietos ante Duchamp. Nadie ha orinado en la fuente duchampiana y quizá llevamos demasiado tiempo conteniendo esa orina que necesitamos descargarla escribiendo sobre él.

También hay que tener en cuenta que, además del síndrome de Stendhal —enfermedad psicosomática que causa un elevado ritmo cardíaco y vértigo cuando el individuo es expuesto a obras de arte de gran belleza— existe el síndrome Duchampiano. Este síndrome no catalogado es pensar que todo lo que hay en el mundo es susceptible de ser arte. Si el mundo es un museo has entrado en el infierno. Por eso Duchamp puso límites a los ready-made. Una gran parte del libro la empleo para estudiar a Duchamp pero me doy cuenta de que no llego a ninguna conclusión. Y eso me encanta. Yo no vendo supositorios intelectuales. Si tuviera respuestas y todas las ideas claras no me dedicaría a la estética y la ética. Abriría una farmacia y vendería la fórmula de la felicidad. Además, vendería una más fácil de comprar que la que venden los estafadores de la psicología positiva. Trataría de lucrarme ofreciendo un producto que no fuera un mero placebo.

Es en 1917 cuando un jurado rechaza la obra de Duchamp. De la misma manera, hay defensores férreos de que una institución debe establecer lo que es y no es arte. ¿Cree que debe haber ese tipo de norma?

No creo que tenga que haber un comité en una época marcada por la censura. Hay censores en la política, en el ámbito moral e incluso en la red. Esto que ha llamado Ivars “arden las redes”. Yo creo que lo interesante del arte es que es un proceso dialéctico y que permanentemente tenemos que revisar esos criterios que van mutando con el paso de los años. Lo que es absurdo es una actitud anacronística que intenta desprestigiar los procesos culturales de la actualidad. Y lo hacen desde una mentalidad del siglo XIX o XVIII. 

Los escritores de este país, en general, tienen el gusto más viejuno que uno se pueda imaginar. Tienen una concepción del arte que se reduce a la pintura figurativa. Escriben habitualmente con una prosa que intenta ser la de Zola o Flaubert y a la vez enjuician el arte contemporáneo. A mí me parece que Mario Vargas Llosa o Félix de Azúa son el paradigma de todo lo que yo combato. Son mis enemigos y lo digo con todo el cariño del mundo. Son mis enemigos intelectuales. Tienen una actitud absolutamente dogmática y cada vez que emiten sus juicios solamente certifican su analfabetismo respecto al arte contemporáneo. Su ignorancia les lleva a la osadía de emitir opiniones que desconocen en todos sus términos. Hay un libro de Vargas Llosa sobre la cultura del espectáculo en el que dice que fue a la Bienal de Venecia y estuvo cinco minutos hasta que le pareció una tomadura de pelo. Esto es un retrato de cuerpo entero de un indocumentado. Se estaría tomando un Prosecco o un Sprtiz y ni entraría a ver el interior. Lo que siente uno ante esto es de vergüenza ajena.

Si no te interesa tu época lo mejor es tomar una actitud eremítica. Yo cuando sienta que no me interesa lo que sucede en la época en la que estoy viviendo me daré cuenta de que he desconectado. Es muy fácil decir que los videojuegos son una porquería o que el trap es una cosa infecta. Cuando hablan de la belleza como criterio estético no saben que ya desde el Romanticismo se ha terminado con ese valor. Esta gente tiene una actitud neófoba, odian el presente.

Hay gente que dice “es que yo no entiendo el arte contemporáneo”. Pues no lo entiendes porque no has hecho el mínimo esfuerzo puesto que justamente habla de tu época. Está más cerca de la comprensión del presente Sálvame o Gran Hermano de lo que están las alegorías de Rubens y Tiziano en los museos de arte clásico. El discurso de “hay unos valores perdidos” es un discurso de abuelito. No me interesa una cultura en el que siempre veríamos películas de Pasolini o Godard. Me parece que hay productos de masas que son fascinantes como Rosalía, C. Tangana o Yung Beef. La única cosa que te permite tener un poco de ánimo en el arte es la curiosidad por lo nuevo. Hay dos formas de hacer las cosas: divirtiéndose y aburriéndose. Entendiendo que el aburrimiento es contrarrevolucionario hago siempre las cosas por diversión. No soy un experto en nada. Odio a los expertos. Hablan por rellenar espacio. Parece que los tertulianos viven en los platós de televisión. Deberían tener váteres en lugar de sillones de las continuas cagadas que hacen.