Lorena G. Maldonado Javier Zurro

La han llamado “la imagen del año” y “la última genialidad de Banksy”, artista urbano bautizado en piropos por el sistema: el pasado sábado, Niña con el globo, la obra favorita de los británicos -por encima del trabajo, por ejemplo, de Turner-, se autodestruía bajo una trituradora de papel tras ser subastada por un millón de libras en Sotheby’s. El creador se jactó de su propia performance en redes sociales: compartió una fotografía en Instagram del momento en el que el lienzo se fue a pique y la acompañó de la frase “se va, se va, se ha ido”, tratando de emular la sentencia de los subastadores cuando adjudican una pieza.

Parece que Banksy trataba de reírse de un mercado que es capaz de convertir una intervención a priori callejera e insurgente en un dulce mordisqueable por el rodillo económico: el sello del artista siempre ha sido la crítica social, la representación de la rebeldía del pueblo. Soñaba con ser un aguafiestas de guardia, con tocar la nota incómoda, con poner el foco del debate en una causa necesaria, con ahogarse en su anonimato para que brillase el mensaje, pero hoy es todo lo contrario. No más que una pieza más del engranaje perfecto del poder monetario. Y, cómo no, una propuesta nada hostil para el sistema, que lo compra y lo avala de buen gusto. 

El capitalismo come de todo

Si lo que intentaba el grafitero era burlarse de los ricos compradores de arte, lo único que ha conseguido ha sido revalorizar su pintura triturada, bailarle las aguas al capitalismo. Ahora se interpreta su performance como una “obra total”, que aúna creación y destrucción.Esto un acto de rebeldía no es”, explica a este periódico el artista callejero Noaz. “No lo es porque le beneficia. Le ha dado credibilidad dentro del mundo del arte. Banksy me recuerda a Depeche Mode, que tuvieron un primer disco increíble pero luego llevan ya 15 o 20 años sin sacar nada que merezca la pena. Las intervenciones puntuales que hace Banksy sobre atentados o crisis humanitarias no benefician en absoluto a las víctimas de ninguna parte, sólo benefician a su imagen”.

Noaz pide que no seamos ingenuos. “Si tenemos los pies en el suelo y sabemos lo que nos cuesta la vida, tenemos que reconocer que este tipo es millonario, y que es el primero que valora, como buen ingeniero del arte, las consecuencias que tiene cada movimiento suyo, igual que un político lo hace con sus palabras en los medios. Esta destrucción de la obra ha sido una intervención medida y coordinada con mucha gente que además ha sacado beneficio de ello. ¡Cualquiera querría participar en un show de Banksy! Sabes siempre que va a duplicar los beneficios sobre las pérdidas”, sostiene.

Esta idea “no ha beneficiado al arte crítico, sino que lo ha perjudicado, porque ha vuelto a ponerlo en venta y a colocarlo en las manos de los que más tienen”. “Banksy está en pleno descontrol, es como una orgía romana, hace lo que quiere. Para mí ha sido muy decepcionante. Cuando un artista político quiere llegar a la gente que le interesa, es tan fácil como facilitarles a las personas con menos recursos el acceso a ese tipo de arte inalcanzable. Él ya no representa ni al artista medio que se juega su talento en pro de un mensaje crítico hacia el poder. De hecho, ha pasado de representar una clase social a otra. Si Banksy fuera un objeto, habría cambiado de manos”.

¿Cuál es la nueva transgresión?

Pero, ¿es tan fácil salir de esa rueda? ¿Qué pasa si el artista anónimo está intentando transgredir realmente, pero todo lo que hace es engullido por la maquinaria capitalista? ¿Lo bueno, lo malo, lo mediocre; lo rupturista, lo creativo? ¿Qué tiene que hacer un autor para sublevarse hoy? “Lo mejor que puede hacer Banksy es desaparecer”, relata Noaz.

O sea, que lo revolucionario en 2018 es matar el ego. “Totalmente. Y lo digo desde la admiración hacia su historia. No hay que desacreditarle sin tener en cuenta todo lo que hizo que fue tan interesante: en el parque de atracciones que montó, metió a un tío vestido de preso de Guantánamo; o cuando pintó en un museo, o cuando saltó la valla de Disneyland, pasó una vía de tren y puso a un tío con traje naranja y capucha negra, volvió y se fue. O cuando se coló en el zoo de Barcelona. Ahí aún eran cosas donde arriesgaba su integridad por una causa”, reflexiona.

Acuérdense del zafarrancho que se montó en agosto de este mismo año, cuando Banksy hizo ver en sus redes sociales que no tenía ni idea de que la Casa Central de los Artistas en Moscú estaba exponiendo su trabajo. Mostró su descontento al respecto, porque además el precio de la entrada incluía una visita guiada que oscilaba entre los 7 y los 18 euros. Entonces colgó en su Instagram una captura de conversación:

He visto esto y he pensado en ti.

Eres muy divertido. ¿Qué demonios es eso?

Una exhibición de tu trabajo en Moscú. Están cobrando 20 libras de entrada. LOL.

Me gustaría poder encontrarlo divertido. ¿Qué es lo contrario de LOL?

Creo que es LOL.

¿Sabes que no tiene nada que ver conmigo verdad? Yo no cobro a la gente por ver mi arte...

Ellos lo han hecho parecer auténtico. Creo que deberías hacer algo. ¿No puedes enviar una nota de prensa?

No estoy seguro de ser la persona indicada para quejarme de la gente que sube imágenes sin pedir permiso.

No tío. Esto es el principio, es un timo. Tienes que hacer algo.

No sabría por donde empezar.

¿Subiendo una captura de pantalla de esta conversación?

LOL.

Ahí volvía a manifestar que su intención no era comercializar con su arte, algo más que cuestionable. El problema es que, a pesar de su anonimato, siempre es su nombre falso el que está en el centro de la noticia, no el mensaje que pretende transmitir. “El aislamiento es importante. Sacrificar el personaje en favor de una idea. Él está tan presente que cualquier crítica que pueda hacer queda diluida”. ¿Un ejemplo de creador que sea justo con su propia conciencia? “Eneko es un buen ejemplo, porque es capaz de hacer un mensaje sobradamente crítico que le puede perjudicar por todos lados, pero no se corta un pelo”.

“Va contra los enemigos públicos de la gente corriente y su nombre no trasciende por encima de sus mensajes. Habla del paro, de la violencia de género… el humorista gráfico es el nuevo rebelde, el nuevo crítico contemporáneo. Además son rápidos, casi instantáneos, nos dan cada día una imagen sobre lo que sucede, nos trasladan y nos hacen partícipes de lo que les ocurre a los demás, nos llevan a solidarizarnos y a apoyar movimientos”. Noaz opina que un artista insurgente estaría tratando temas como la suplantación del personal de ACNUR en Libia por parte de traficantes y tratantes de personas… no autodestruyendo obras en subastas millonarias en Londres.

El “parque inadecuado”

No obstante, la obra triturada y revalorizada de Banksy no es la primera ni será la última en mostrar las incoherencias de la industria del arte. Hasta su apuesta más radical, el antiparque de atracciones Dismaland, sufrió el mismo problema. El 22 de agosto de 2015, Banksy inauguraba un deprimente complejo con demasiadas similitudes con Disneyland y que fue bautizado como “un parque temático inadecuado para niños”, en el que participaron más de 58 artistas invitados personalmente por el autor y donde se encontraban obras de Damien Hirst, Jenny Holzer y Jimmy Cauty, además del propio Banksy.

La idea era señalar las grietas del consumismo, del feroz capitalismo, de la crisis de refugiados, del cambio climático y, en definitiva, de todo lo que no iba bien a través de atracciones en las que se mezclaba el ocio con la crítica social. Los trabajadores iban con las míticas orejas de Mickey Mouse, pero nada de sonrisas ni amabilidad, sino que actuaban como yonkis que pasaban del visitante menos cuando se acercaban para susurrarle “sin fronteras no hay naciones; sin fronteras no hay límites”.

Su crítica a las políticas liberales debía ser una obra en la que la entrada tuviera un valor simbólico, simplemente para ayudar a sufragar la instalación, por ello se vendían los accesos por sólo 3 libras. Lo que ocurrió después entraba dentro de la lógica del mercado actual. La gente los adquirió y los revendió por un precio muchísimo mayor, o incluso se subastaron por internet. Así, de 3 libras llegaron a valer hasta 1.000 (unos 1.360 euros). El parque tuvo que tomar medidas y obligó a los visitantes a identificarse para comprobar que la entrada y la persona coincidían.