ARCO no ha dejado de perder visitantes en la última década y desde 2014 el bache es llamativo. La dirección repite el mismo dato, un año tras otro, invariablemente, desde hace cinco: 100.000 personas. Este año no lo tienen claro todavía, aseguran a este periódico, pero ya avanzan que, “a falta de datos finales habrá alcanzado la cifra de 100.000”... de nuevo. En 2003 y 2004 la feria de arte contemporáneo tocaron techo, al recibir 199.000 personas, según los datos que ha facilitado ARCO a EL ESPAÑOL. En 10 años, la cita del arte contemporáneo ha logrado perder la mitad de sus visitas. Y ya está en datos de 1984, dos años después de crearse.

Lo enunciamos como un éxito, porque para los galeristas es un triunfo. “La feria ya no es una fiesta cultural”, explica Elvira Mignoni, directora de la galería Elvira González, a este periódico. “ARCO ya es otra cosa y eso es buenísimo, porque somos galerías comerciales que venimos a vender. No puede ser el sitio donde los universitarios vengan a ver pintura. ARCO no es un museo”, añade. Aclara, además, que el surgimiento de ferias paralelas han hecho que baje el número de visitantes. “Pero ha crecido el número de coleccionistas”, dice.

La pared en blanco, el mayor atractivo de la inauguración de ARCO, tras la cesura de Serra.

La galerista recuerda que antes el sábado era un día horrible, “ya no”. Por eso asegura que ARCO debe ser una experiencia comercial. Enrique Tejerizo, de la galería F2, coincide en la visión: “Fue positivo que la feria decidiera subir los precios de la entrada, porque teníamos que poner una cadena en el stand para que no pasaran más que los clientes. Era muy difícil trabajar así. No olvidamos lo cultural porque vendemos arte, pero reivindico el papel del galerista y del coleccionista. Tengo que rentabilizar la inversión y si no vendo debo cerrar la galería”.

Lo que importa a ARCO

Desde la dirección explican a este periódico que la sangría de visitantes se debe a que la feria se redujo un día (2010), un pabellón (de tres a dos, en 2011) y la crisis. No recuerdan la subida del precio de la entrada (en 2007 subió a los 30 euros) que acabó con el “arte para todos los públicos”. “En cualquier caso, lo que le importa a ARCO son los visitantes interesados en coleccionismo. Siempre se ha buscado un público interesado. Es una feria y, como tal, se debe hacer negocio”, responden a EL ESPAÑOL.

Visitantes de ARCO.

El arte de ARCO ya no quiere turbulencias, ni titulares, ni portadas. Quiere ventas. Los galeristas no quieren fotos de Franco en neveras ni de presos políticos. No quieren más ruido, espectáculo, teatro. Quieren purgar la feria para dejarla en lo que consideran que les beneficia, arte sin euforia. Arte silenciado que no arme jarana. Se juegan mucho, sobre todo, teniendo en cuenta que lo que ellos venden tiene un 15% más de IVA que en el resto de Europa.

Luis Valverde, de Espacio Mínimo, reconoce que la reducción del público general es una buena noticia, porque “el éxito de ARCO es la cifra de ventas, no el de visitantes”. Sin embargo, la opacidad sobre lo vendido en la feria hace imposible verificar ese “éxito”. Define la feria como “un sitio de mercado en el que lo que se vende es cultura”.

Los reyes en la inauguración de ARCO 2018. Efe

Por eso cuenta que a los galeristas no les interesa volver a las antiguas cifras de visitantes: “No quiero ser guardia de seguridad, la gente no tiene educación y toca y pone en riesgo las obras. La obra de arte donde mejor se ve es en las galerías y en los museos”. De hecho, pide a los medios de comunicación que rebajen la atención sobre ARCO. Él mismo ha decidido no poner obra que distraigan de las ventas y generen polémica, como la pieza de Santiago Sierra. “Si España fuera un país normal, las pondríamos sin problema. Pero aquí el fascismo duró 40 años y quitarte eso no es fácil”.

Se acabó la fiesta

ARCO nunca ha sido atractivo para las grandes fortunas, a pesar de que era un foco de atención cultural cuando se creó, en 1982. Durante las dos primeras décadas, las galerías vivieron de la compra institucional de los museos, pero la crisis financiera hizo desaparecer las inversiones públicas.

Entonces, con la llegada de Carlos Urroz a la dirección (2010-2011), la feria de arte contemporáneo se centró en fomentar la visita de los coleccionistas extranjeros, a pesar de que el dinero del mercado de Europa no está aquí, en España, ni en esta feria, ARCO. Las cosas se habían puesto muy serias y la sorpresa o el ruido polémico de la novedad dejó de tener sentido. Había que asegurar la venta y la burbuja de la fiesta cultural perdió sentido. En esa operación, el ciudadano sobra.

Un visitante en ARCO, ante un cuadro de Genovés. Efe Agencia EFE

A punto de llegar a los cuarenta, el mayor cambio de ARCO es el público: “El de los ochenta era entusiasta y enérgico”, recordó a este periódico Juana de Aizpuru, la primera directora de la feria. En aquellos días, rememora, a la gente le llamaba más la atención la feria porque no había visto nada. “Pero hoy ya nadie se sorprende”. Porque no hay motivos.

La alternativa popular

La galerista Blanca Berlín es una de las fieles a JUSTMAD, la feria creada hace ocho años en paralelo a ARCO. La galerista comenta que no se puede perder el talante popular, que el arte debe extenderse porque “el arte cumple una función social y cultural”. “El arte no es sólo para quien tiene el poder adquisitivo. Estoy absolutamente en contra, una feria no es sólo una experiencia comercial”, comenta. De hecho, cuenta que esta edición ha sido la que más ha vendido.

JUSTMAD ha heredado esa sorpresa y entusiasmo que ha perdido ARCO (tiene precios mucho más asequibles y la entrada es la mitad, 15 euros). Semíramis González, directora de JUSTMAD, indica que este año han pasado 26.000 personas en los cinco días de feria y que es la nueva fiesta popular del arte. “Es la feria de referencia como fiesta de arte, desenfadada y divertida”, explica. “Hemos tenido performances, grafiti, manicura terapéutica y hasta la lectura de Rosalía de Castro. La feria tiene que ser un lugar donde la gente pierda el miedo a acercarse al arte e incluso a comprarlo”.

González no cree que la visita cultural quede excluida de las ferias, porque complementan, durante una semana, “el circuito de espacios culturales” de Madrid. “Es un lugar de venta, pero es también un espacio que necesariamente se vincula con el hecho cultural. A mí es lo que más me interesa de las ferias, que sean un lugar donde dar a conocer artistas y propuestas, independientemente del mercado”, añade. Y asegura que el número de visitantes importa: “Las cifras de gente que visitan las ferias son fundamentales para la venta pero también para esto, la visibilidad”.