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    Sus dibujos y pinturas de mujeres sólo reflejan su adoración por ellas. Son su centro, no su atrezzo. Son sujetos que disfrutan de su libertad sexual. No es un enemigo. Es un excelente dibujante, con un uso de línea y contorno de sensibilidad extrema. Cuerpo, sexualidad, intimidad, detalle e instante son el centro de atención de una historia del arte al margen de los cánones y las correcciones. Ni siquiera trabajaba a la contra, aunque ninguna de sus obras haya perdido su poder perturbador.

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    Fue el estudiante más joven en inscribirse en la Academia de Bellas Artes de Viena (tenía 16 años y un talento precoz) siempre tuvo problemas. Egon Schiele (1890-1918) murió con 28 años y sólo recibió ayuda de Gustv Klimt, su mentor. “No niego que haya hecho dibujos y acuarelas de naturaleza erótica. Pero siempre son obras de arte. ¿No hay artistas que hayan hecho fotos eróticas?”, escribió en su diario el expresionista austríaco, que abandonó la escuela a los tres años, sin graduarse.

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    Uno de los aspectos de su obra que más molesta es su espontaneidad. Las muecas de sus modelos (su esposa), las posiciones de sus cuerpos. Schiele no da prioridad al cuerpo, sino al rostro, al gesto. De ahí la frontalidad de las figuras, revueltas en escorzos. Nos miran mientras son descubiertas en su introspección e intimidad, el espectador sorprende a estas mujeres en un momento singular de su vida cotidiana. Los colores elegidos para cada parte del cuerpo también contribuyen a este efecto. Las manos también cuentan: lejos de rivalizar con el rostro, lo subrayan, contrastan las posturas.

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    Las mujeres (y hombres) cuelgan del vacío. Yacen sobre el blanco absoluto, lo que le permite jugar con la perspectiva a vista de pájaro muy cercana. Tan próxima como para descubrir los secretos anatómicos más ocultos de sus mujeres y hombres, que se contorsionan. ¿Por qué dicen sexo cuando quieren hablar de amor?

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    El arte de Schiele no es el desnudo, ni la provocación, ni el erotismo. Es el instante. Se entrega a cada uno de sus detalles. Lo analiza y observa, sin prisa, desde el silencio. Es un observador nato de lo que no puede verse ni decirse, que no quiso guardar silencio sobre lo que no podía mostrarse.

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    Schiele pone en un compromiso a la mentalidad más retrógrada: sus habilidades plásticas pasan a un segundo término por los asuntos que decidió tratar. Por eso nadie quiere organizar exposiciones, por eso las instituciones de todo el mundo prefieren mirar para otro lado, por eso es uno de los artistas más reconocidos por el público a pesar de que no han podido descubrir en directo su trabajo. Lo conocemos por sus reproducciones. No por sus originales, demasiado escandalosos.

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    En 1917, a su regreso de la Gran Guerra, volvió a centrarse en su carrera, en Viena, donde estuvo en contacto con Edvard Munch y Vincent van Gogh. La gripe acabó con él en 1918. Los periódicos contaron hasta 2.200 muertos en una sola semana. Su esposa Edith estaba embarazada de seis meses cuando murió. Tres días después, Schiele. Su padre había muerto en 1905 de sífilis. Klimt murió también por la gripe el mismo año que Schiele.