Barcelona

La masa se mueve desorientada. Es un tumulto que se retuerce a ciegas, mientras tratan de escapar del marco en el que están condenados. Liberarse nunca fue una tarea fácil. Todo es un gran revoltijo de formas y volúmenes, desgarro y crispación, en el que no se distingue nada más que los gestos, movimientos y la desesperación de los personajes que desbordan el espacio. Arriba, coronando el conjunto, aparece la única figura nítida: es un pensador.

Es el creador de toda esa locura infernal, en la que hombres y mujeres forman parte de un algo en marcha, un ensayo, una perfecta idea deforme que trata de definirse. El creador reflexiona sobre lo que ha creado, parece apesadumbrado con lo conseguido, mira hacia abajo, al marmitaco de personajes que se cuecen en la indignación y el desconsuelo.

Segundo boceto para las puertas definitivas.

En la pasta del yeso todavía se aprecian los surcos de los dedos que horadan y conforman el mundo. Son las huellas del responsable de esta maraña infernal. Los rastros de quien ha querido romper con lo establecido y con las leyes, de quien ha dedicado su vida entera a rebelarse contra la rutina, a declararse insumiso contra la falta de imaginación y el progreso. De esa rabia contra el poder legítimo, nacen los cuerpos que se reclinan en tensión extrema y con escorzos exagerados, de miembros crispados y movimientos febriles. El arte es conflictivo o no es y el escultor Auguste Rodin se levantó, en 1880, contra todo lo previsible para atender un encargo que nunca llegaría a entregar.

Eterno diálogo

En aquellas fechas era un auténtico desconocido y le pidieron la decoración de unas puertas para un museo de artes decorativas. Él quiso hacer las del Infierno de Dante, inspiradas en la Divina Comedia, y no las terminó. Nunca las quiso acabar y en ellas permaneció durante casi cuatro décadas. Quizá, si lo hubiera resuelto como un encargo más, habría puesto punto final a un ideal que evolucionaba y se alteraba. Se negó a detener su necesidad de renegar y de desobedecer las leyes asumidas por el resto.

Imagen de sala.

Así Rodin entregado a la vorágine de personajes, el tumulto revolucionado, enloquecidos, primero por la culpa, luego por el pecado. Porque la vehemencia expresiva del escultor fue alterándose, incapaz de petrificar su capricho iconográfico: lo que en principio fue Divina Comedia y Dante transmuta en Baudelaire y Las flores del mal. Del infierno amenazante al infierno interior.

Friso de las puertas diseñadas por Rodin.

Rodin supo pronto que la obra se convertiría en su testamento en vida. Al año escribe al subsecretario de Estado del ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes: “Necesito al menos tres años para acabar esta obra; tendrá como mínimo 4,50 de alto por 3,50 de ancho y, además de los bajorrelieves, incluirá muchas figuras casi exentas más dos figuras colosales a cada lado”. El artista modela, pieza a pieza, copiando del natural, sus pequeñas figuras y las ajusta al conjunto y las sitúa en los grupos de los paneles de la puerta.

Una idea inmortal

Todas esas partes que nacen y se reproducen, que se retuercen y se colocan son las que muestra la Fundación Mapfre en Barcelona, en una exposición portentosa, que trae del Museo Rodin (150 obras, entre piezas escultóricas y dibujos). En el recorrido se presenta la obra mutilada, fragmentada, como si fuera un matadero en el que se exponen las piezas selectas de la puerta al infierno troceada y prorrogada durante toda una vida. Y no la terminaba y no quería que se acabara, porque el gran vampiro no quería morir. Nunca.

El pensador y El beso incluidos en la muestra.

Por eso decidió desmontarla en el último momento antes de ser expuesta en la Exposición Universal de 1900. Estaba todo previsto para que el infierno fuera constituido, para que entrara en acción. Y cuando todos esperaban ver su obra, cuando tenía todos los focos y todas las miradas, el creador cerró las puertas. Y el infierno se congeló.

Torso de uno de los personajes incluidos en el diseño de las puertas.

La decepción fue tan grande que, incluso aquellos que lo habían defendido y jaleado se volvían para morderlo. El crítico Léon Gauchez lo vapuleó: "El Sr. Rodin, tan carente de gusto como de imaginación creadora, es completamente incapaz de hacer un monumento de conjunto. Su Puerta dista mucho de estar terminada, pero es una abundante fuente de ingresos gracias a la explotación de varios fragmentos". La decepción alteró el ánimo de los más fieles.