Barcelona

Precario y urgente, así definen el arte que nace tras los barrotes quienes lo hicieron y lo hacen y quienes enseñan a los presos nociones de escultura, teatro o música. A las obras que nacen de la necesidad de matar el tiempo en la cárcel se las conoce como arte taleguero y se hacen con miga de pan, pasta de dientes o cualquier material que el recluso tenga a mano, incluido el propio pelo.

“Pero Bálsamo y fuga. La creación artística en la institución penitenciaria es algo más”, explica Mery Cuesta, comisaria de una muestra compuesta por 70 piezas de reclusos de cárceles catalanas que “dialogan” en el CaixaForum de Barcelona, con 20 obras de autores consagrados. Claro que hay diferencias entre los pájaros del fotógrafo alemán Jochen Lempert y los que pinta Andrei Cristea, interno de Can Brians 2.

Una parte de la exposición, con los cuadros de los presos dedicados a Camarón de la Isla.

Cataluña, que tiene transferidas las competencias de prisiones, es la única Comunidad Autónoma que ofrece formación artística a los reclusos. “Su labor es la de ayudarles a ver más allá del bosque de clichés”, dice la documentación de la muestra sobre la tarea de los monitores, casi todos formados en Bellas Artes. Una de esas profesoras es Sofía Ysasi: “Hay días en que llegan llenos de rabia y yo les doy un papel y les digo que lo pinten de amarillo. ¿Eso es arte? No lo sé, ¡pero siempre funciona!”, cuenta la profesora en una mesa redonda que comparte con Cuesta y otras profesionales.

Ysasi, que desempeña su trabajo en La Modelo, explica que sus alumnos siempre empiezan copiando obras de artistas conocidos, y que parte de su labor es animarlos a que creen las suyas propias. Lo importante, dice, es mirarlos como a personas, no como a presos. Parece fácil, pero no lo es. Parece tópico, pero funciona. Un ex convicto, Joan Molins, lo confirma: “Que una persona con cultura me hablara de tú a tú, me desarmó. Nunca alguien con carrera se había dirigido a mí de esa manera”.

Matar el tiempo

Molins pasó diez años en la antigua cárcel de Girona. “Para mí no hay tabú: todo el que me conoce sabe que estuve en prisión”. Dice que lo mejor de aficionarse a los pinceles fue tener un plan para el día siguiente antes de irse a dormir. “Eso, allí dentro, es mucho porque lo único que tienes es tiempo y hasta ese momento, yo no tenían ninguna forma de gastarlo constructivamente”.

Molins habla con rencor de los funcionarios de prisiones y con un respeto reverencial de Rosa, que fue su maestra. “A mí, en el chabolo, me ayudaron más los cuadros que el psicólogo”, dice él y ella matiza. “Tenemos dos ventajas: una es que atendemos a menos personas que los psicólogos y otra es que a nuestro taller vienen de forma voluntaria”.

Adrian Paci, con una obra del año 2007.

Pero una cárcel es una cárcel. Por eso, a los artistas sólo les permiten emplear libretas encoladas, no con espirales; lápices, jamás pintura; y si alguno tiene la suerte de exponer fuera, es probable que no pueda acudir a la inauguración. “A mí me dejaron tener óleos y pinceles y salir para mi exposición porque estaba muy entregado y además, trabajaba haciendo tareas de mantenimiento”, explica Molins.

La creatividad no es un derecho

Otro que pudo pintar en cautiverio fue Gustave Courbet. En 1871, el pintor francés pasó seis meses encarcelado por unirse a la Comuna de París, y lo primero que pidió al ingresar fueron pinceles y un caballete. Como no le permitieron usar modelos humanos, pintó bodegones.

También data de esos días un autorretrato en el que mira al patio de la prisión de Sainte Pélagie desde su celda y muestra un aspecto derrumbado y triste. Según Imprisonment Worldwide, (publicado por Policy Press), la cárcel aflige también a quienes tiene recursos intelectuales, proyectos y una carrera.

Dos pinturas de los reclusos incluidas en la exposición de Barcelona.

Ese libro -un estudio exhaustivo sobre la situación de las cárceles del mundo- analiza también las consecuencias psicológicas del confinamiento y recomienda que los centros de reclusión no sean “lugares de aburrimiento y letargo” sino un lugar que ofrezca actividades constructivas que preparen al preso para la salida. Courbert pudo pintar en prisión y Molins aprendió a hacerlo, pero la creatividad no es un derecho.

Por eso, la mayoría de iniciativas que jalean la vena artística de los reclusos las impulsan entidades privadas. Es el caso de The Prison Art Coalition, en Estados Unidos, que informa sobre talleres de todas las prisiones del país y ejerce como plataforma para quienes quieran compartir sus trabajos y mostrar a los presos desde otro prisma.

En cuanto a los recursos públicos, el libro también informa de lo dispares que son las cárceles según los países. En un extremo está Noruega, que presume de tener dos de las cárceles más humanas del mundo. Una de ellas, la de Halden, no sólo se parece más a un complejo de oficinas que a una prisión, sino que ofrece talleres de cerámica o pintura a sus reos y su aula de música dispone guitarras, teclados, baterías y una mesa de mezclas. En el otro lado, países como Haití, donde cada recluso tiene sólo 40 centímetros cuadrados para vivir y pasan en ellos casi 24 horas al día. ¿Qué opciones tienen sus internos de recibir formación artística o de cualquier otro tipo?

Arte de denuncia

Cataluña no está en el nivel de Noruega, pero la Direcció General de Serveis Penitenciaris de la Generalitat colabora con programas como el Art For Change de Obra Social La Caixa, en el que se enmarca Bálsamo y fuga, organizan salidas a museos para presos y permiten que se den cursos como los que ofrece durante todo el año el Taller de Músics.

También los centros como el MACBA aportan a las volúmenes sobre arte y catálogos de exposiciones. “De esos libros aprendí mucho, me los devoraba”, dice Molins. Además, el sistema de prisiones cuenta con 53 monitores artísticos para diez centros, una cifra que envidia la directora del Koestler Trust, Sally Taylor. “En Gran Bretaña esa cifra es un sueño porque, entre otras cosas, las prisiones han perdido un 20% de plantilla en cuatro años debido a la crisis”.

Obra de Jochen Lempert, titulada Aves Ucelli. ©VEGAP Barcelona 2016

Su fundación debe su origen y su nombre al escritor británico de origen húngaro Arthur Koestler, autor de Spanish testament (Testamento español), donde explica cómo en su tercer viaje a España para unirse a las tropas republicanas, fue capturado por las nacionales y acabó en la cárcel. En Scum of the Earth (Escoria del mundo) habló de otra de sus experiencias como cautivo, esta vez en un campo de concentración francés: “La vida en prisión es una prueba de la capacidad del hombre para adaptarse”, escribió.

La aclimatación es clave para enfrentarse al encierro. “Pasé del negro al color cuando me di cuenta de que tenía que cumplir condena sí o sí y era mejor asumirlo”, explica Molins sobre la evolución de sus cuadros, ligada a su estado de ánimo. Ese proceso también se ve en algunas de las 6.747 piezas que han optado este año a los premios Koestler, que se otorgan desde hace 50 años y premian lo mejor del “arte hecho por delincuentes”.

Entre las ganadoras hay un unicornio de papel maché, una caricatura de Donald Trump y un autorretrato de un hombre con una bolsa de plástico en la cabeza. Tres obras y tres modos de huir: a través de la imaginación, del humor y del suicido.

La actualidad también les mantiene cuerdos. “Tienen derecho a estar informados de lo que pasa fuera, por eso las noticias son también fuente de inspiración para ellos”, cuenta Taylor poniendo de manifiesto que si para leer, los presos, al menos en España, prefieren la evasión, para crear optan por la realidad y la denuncia.

Imagen propia, reinserción

Hay quien piensa que los servicios que ofrecen cárceles como las de Noruega son un lujo, sobre todo cuando saben que sus reclusos no son ladrones comunes sino asesinos. “No hay que verlos como delincuentes, sino como artistas”, dice Taylor. La idea es encomiable, pero cuando el preso deja víctimas, como es el caso de los que viven en Halden, es normal que haya a quien le cueste enfocar el tema de esa forma. Ya en la calle, el estigma se hace más evidente, por eso la fundación de Taylor otorga becas para quienes muestren aptitudes e interés en encauzar su vida hacia alguna actividad artística.

“Dos temporadas en la cárcel lo han acondicionado haciéndole vivir para ella el resto de sus días. Su destino tiene esa forma y sabe oscuramente que está destinado ineludiblemente a volver allá”. Así definía Jean Genet en Nuestra Señora de las Flores, obra que escribió en prisión, esa marca de la casa que el propio preso acaba creyéndose. “La formación artística les ayuda a verse de otro modo, a explorar otras capacidades y que dejen de creer que sólo sirven para delinquir”, opina Taylor.

Sólo parece haber una probabilidad de que esa huella carcelaria pase desapercibida: que el reo ya fuera artista antes de entrar en prisión. Un ejemplo es el del músico estadounidense Chuck Berry. En una de sus detenciones, compuso varios temas, entre ellos su gran hit, You Never Can Tell.

Berry fue condenado en aquella ocasión por secuestrar y abusar de una menor de edad, pero no se le recuerda por eso, sino por ese éxito que volvió a popularizar Quentin Tarantino cuando lo eligió para que John Travolta y Uma Thurman ejecutarán el famoso baile de Pulp Fiction.

Mejor sin censura

“¿Por qué no se va a poder interpretar la escena de una violación en la cárcel?” La pregunta la hace en voz alta Montse Triola, monitora de teatro en el Centro Penitenciario de Can Brians 2 cuando habla de los temas que conviene o no tocar con los presos. “Si se descarta una obra es porque no nos gusta artísticamente, no por su contenido”. A Triola no le gusta que se subestime a sus alumnos y elige las piezas teatrales de manera colectiva.

“Mejor que no sean talegueras porque ese es un entorno y unos códigos que ya conocen. Lo que prima es que se acerquen a los textos, que aprendan y conozcan buenas obras. Nunca hay que obviar cuestiones delicadas, sino debatirlas.” Este curso, su grupo ha trabajado Woyzeck de Georg Büchner, un cuento no precisamente amable, ni tierno, ni esperanzador y para Bálsamo y fuga han ensayado textos de Lorca, Shakespeare y Gorki que interpretarán el 10 de enero de 2017.

“No hay temas prohibidos para un artista y a los presos hay que darles libertad absoluta para que se expresen, pues el confinamiento ya es condena suficiente”, opina Taylor, que muestra alguna obras en las que se ven y se leen críticas o escenas violentas con la la policía o la Reina Isabel II como objetivos.

En la muestra de Barcelona también hay invectivas similares, por ejemplo, la que hace un interno de Can Brians 2 al retratar a los funcionarios de prisiones como un oso, un rinoceronte, un hipopótamo y un gorila de color azul. Pero también hay muchas aves, ventanas, patios y el mundo tras las vallas. Abundan los barcos y los relojes. Y también los autorretratos y todo lo que recuerde a lo primero que pierde alguien que ingresa en prisión: la individualidad.

Seguir existiendo

“Cuando has estado en prisión tanto tiempo y no tienes fecha concreta de salida, empiezas a preguntarte si existes de veras. Seguramente el punto clave de la existencia es dejar huella”. Las palabras están tomadas de Scribo ergo sum, uno de los relatos ganadores en el certamen del Koestler Trust escrito en la prisión de Wakefield. Ese intento de recuperar el yo, de sentirse humano, lo intentan los presos letrados y los que no lo son.

Marcos Ana, preso que el régimen franquista recluyó durante 23 años, también habló de su arte como una poesía de urgencia “porque tenía que ser desgarrada sobre el papel”. Ana escribió a oscuras, como pudo y sin permiso. También Cervantes escribió El Quijote en un penal y E.E. Cumming hizo lo mismo con La habitación enorme.

Los casos de libros escritos en la cárcel son muy numerosos. Y el que no sabe escribir, puede cantar. Por eso, al final de Bálsamo y fuga se oyen canciones de las músicas que más se escuchan en las cárceles catalanas: hip hop, étnica, rock urbano y flamenco. En la pared, acompañando esos sonidos, cuelgan doce estampas de Camarón de la Isla y un letrero que informa de que es el personaje más retratado en los talleres artísticos de las prisiones catalanas.

“Quizás porque su voz es un destilado perfecto del sentimiento trágico del destino”, dice ese rótulo. Pero el último Informe Mundial de Prisiones (World Prison Brief) no habla de destino, ni de azar, sino de pobreza y de falta de escolarización, de salud y de trabajo como los rasgos que tienen en común los casi once millones de presos que hay en el mundo.