Hablar de Fíodor Dostoievski es hacerlo desde los contrarios que poblaron su propia vida. La contradicción constante de un escritor que llevó la realidad de su tiempo marcada en su propia piel. El zarismo y el anarquismo, lo religioso y lo patibulario, las altas esferas y el subsuelo; todo formó parte del sustrato en el que vivió el novelista, parte del mismo decorado que trazó en algunas de las novelas más importantes de su tiempo

Incluso con motivo del 200 aniversario de su nacimiento no alcanzamos a concretar la fecha exacta de esta festividad. La llegada tardía del calendario gregoriano a Rusia la ha dejado a medio camino entre octubre y noviembre. La metáfora perfecta para aproximarnos a un escritor entre dos mundos muy distintos abocados a desaparecer y consumirse entre sí. Por un lado, el del absolutismo y las políticas europeas de sable y casulla, sentenciado en las primeras décadas del XX; y otro dependiente, por primera vez, del pueblo y sus demandas.

Fue con este último donde el Fíodor descendiente de una antigua familia noble empezó a sopesar el peso de la crueldad, transformándola en una energía que habría de cimentar su visión del mundo, unas veces castigándola, otras como parte de la liturgia del fin del siglo. Con motivo de este aniversario, el Universo de Dostoievski (Acantilado) de Tamara Djermanovic se edita en nuestro país, explorando los demonios y las luces del escritor, poniendo de manifiesto su cercanía con nuestro tiempo y celebrando su legado. También se estrena en nuestro idioma la biografía del crítico rumano Virgil TanaseDostoievski (Ediciones del Subsuelo). Un volumen fundamental, donde se recoge la primera llama que alumbró la conciencia del novelista cuando apenas era un joven de 16 años.

Golpes y castigos

Mientras viajaba en diligencia de Moscú a San Petersburgo en 1837, para continuar con su formación académica, observó una curiosa escena: el mismo golpe que un guardia le asestaba a uno de los conductores del carruaje le fue devuelto al caballo que sujetaba el conductor, entendiendo de esta forma que "cada golpe que le caía al animal le había caído antes al hombre". La anécdota aparecería décadas más tarde en los cuadernos que de notas que dieron lugar a Crimen y castigo

Su protagonista, Raskólnikov, se movería por principios similares, entendiendo una herencia natural en la violencia, continuadora de unos a otros en su acto de justicia personal. Así se forjó una conciencia que empezaría a tener un verdadero eco en el monólogo interior de Memorias del subsuelo, cuestionando la libertad y el bien como instituciones manidas que se repetiría en libros posteriores. 

Fiódor Dostoyevski vestido con el uniforme de ingeniero militar. Wikimedia Commons

En esos mismos años, Dostoievski escribió su primera gran novela, Pobres gentes, con la misma vehemencia, casi enfermiza, con la que se dedicaría a la escritura las siguientes décadas. Su amigo de la Academia de Ingenieros, Dmitri Grigoróvich, fue el primero en conocerla, leída por el autor en voz alta de una sola tacada tras semanas de silencio y trabajo a un ritmo endiablado. Todos quedaron fascinados por aquella obra colosal, "digna de Gógol", en palabras de Bellinski, quien le ofreció su respeto y su amistad. 

Pero el joven Fíodor se mostraba errático, presentando síntomas de epilepsia y una ansiedad desmedida que le llevó a ser rechazado de muchos círculos literarios. Por enfermo que estuviese o duras que fuesen las condiciones en las que se encontraba, nunca dejó de escribir, dotando a sus personajes de rasgos adquiridos a lo largo de su vida. Narrando desde los márgenes en los que habitaban sus protagonistas, aunque sin desatender a sentimientos plenamente humanos, anotando cuanto veía y dejando constancia de ello, aunque siempre "con prisas y probablemente malogradas", como él mismo definía sus novelas.

Sin embargo, la sensibilidad del novelista empezó a labrarse la reputación de excéntrico y bocazas, sorprendiendo en muchos de los salones literarios por sus arengas y opiniones, a veces peligrosas desde el punto de vista político. La Revolución francesa se convirtió en una obsesión, igual que para muchos otros jóvenes de su época, sentando la semilla que después habría de germinar en los ensayos de Bakunin, Proudhon y Fourier. Son años de represión y revueltas que Nicolás I intentaba aplacar en las fronteras de Polonia, Crimea y Turquía. Su filiación —casi anecdótica y casual— le acabó condenando en 1849 a las prisiones de Siberia

Siberia 

Dostoievski pasó sus últimas horas de libertad en compañía de su hermano, quien dedicó la víspera de su matrimonio a despedirse del reo. Allí intentó consolar a un Mijail Dostoievski que no confiaba en que el escritor sobreviviese a las duras condiciones de la Kátorga: "No voy a la tumba. Probablemente habrá hombres como yo, incluso tal vez mejores [...] Cuando salga volveré a escribir. Estos últimos meses he aprendido mucho, también sobre mí mismo, y con todo lo que viviré y veré allí, tendré material". 

Los años de encierro los pasó conversando y escribiendo con personas de toda condición. Aferrado a una Biblia desde la que arrancó la revelación sobre la majestad de Cristo y su presencia en todas las almas que poblaban el presidio de Tobolsk en 1850. Allí preparó representaciones teatrales, sorprendido por el talento de sus compañeros quienes eran capaces de interpretar, cantar e incluso tocar varios instrumentos. Se preguntó por la fuerza creativa que residía en "las capas más profundas del pueblo ruso", intuyendo la emotividad que después sus novelas le devolverían a esas mismas gentes.

Dostoievski en 1876, época en la que dirigió la revista El Ciudadano. Wikimedia Commons

 

Tras su liberación se incorporó al servicio militar y se casó con María Dmítrievna en 1857. En Kuznetsk pasó varios años, desempeñando las funciones que el pequeño regimiento a su cargo le exigía. Durante años escribió a distintas personalidades para revocar su condena de no asentarse en Moscú y San Petersburgo. Su condición como exconvicto le generó una profunda huella que llegó a recoger en sus diarios, rememorando encuentros con jueces y abogados en fiestas y veladas que le causaban ansiedad y sufrimiento, delineando la silueta futura de Raskólnikov. 

Con el beneplácito del emperador Alejandro II se le permitió regresar a la capital imperial, volviendo a participar de la vida cultural de la ciudad. En 1862 se enamoró de la joven Apolinaria Súslova, de ideas anarquistas que chocaban con los ideales eslavófilos y cristianos cada vez más arraigados en la conciencia del escritor. El enamoramiento se prolongó al mismo tiempo que la enfermedad de María, cada vez más debilitada por la tuberculosis. En medio de toda esta situación, y con sus finanzas cada vez más deterioradas, decidió emprender un viaje por Europa que le ocupó los meses siguientes.

Jugadores y escritores

Lejos de interesarse por los monumentos de Berlín, París, Londres o Florencia dedicó su tiempo a observar a sus gentes. Revolviéndose con la pobreza de la City londinense en plena Revolución Industrial; con el chovinismo y el engreimiento parisino; despreciando la música de varieté que anunciaban las salas de conciertos y finalmente sentenciando la decadencia que se había apoderado del continente. Pero, sobre todo, jugó a la ruleta, aprovechando cualquier oportunidad para probar "nuevos sistemas", y escribiendo a su hermano Mijail, enfervorecido por la ciencia que desarrollaba en sus partidas. 

De su desastrosa relación con el juego surgió unos años más tarde El jugador, una obra sobre la que sobrevuelan de nuevo sus experiencias personales en el pozo de pasiones en el que convirtió los capítulos de su vida. Un libro que reedita ahora Alianza Editorial con ilustraciones de Irlanda Tambascio, poniendo al escritor en el centro de la historia. La idea se le apareció en el balneario de Baden-Baden, consumido en su relación con Apolinaria. Desde allí escribió a su editor para informarle de que ya estaba trabajando en una nueva historia, pidiendo un adelanto y pensando quizás en pagar con él su próxima partida. 

Los personajes de 'Crimen y castigo', Raskólnikov y Marmeládov, por Mijaíl Klodt. Wikimedia Commons

Aquella idea que intentaba transmitirle a Mijail antes de ser encarcelado regresaba a la mente del escritor que buscaba "el material" sobre el que escribir, viviéndolo directamente, sin esperar a que otros se lo contasen. En los años posteriores se fue materializando el nihilismo extraño que caracterizó su obra. Mientras que su mujer agonizaba en 1864, las dudas y remordimientos se le presentaban, confinándole a su época de subsuelo, desconfiando del progreso y la bondad del mundo

Son los años de sus principales novelas, profundas y ambivalentes en su forma de tratar la tragedia. En menos de una década escribió las Memorias del subsuelo para la revista Época, compuso Crimen y Castigo tan solo un año después y recitó durante veintiséis días a su taquígrafa, y futura esposa, Anna Grigórievna Snítkina la totalidad del texto de El Jugador

La década siguiente la pasó agobiado por las deudas, como ya era costumbre colaborando en diversas publicaciones como periodista. Un corpus recogido en su Diario de un escritor (Alba Minus) entre 1873 y 1881. En este tiempo el suicidio apareció constantemente en sus artículos, preocupado por sus motivaciones. En el otoño de 1876 escribió sobre dos suicidios, uno cometido por una mujer de la alta sociedad, muerta "sin que le asaltase una duda precisa". La otra es la de otra mujer, también joven, que unos días antes se había lanzado desde una ventana abrazada a un icono, incapaz de encontrar un trabajo con el que subsistir.

Fiódor Dostoyevski en su féretro, dibujado por Iván Kramskói (1881). Wikimedia Commons

El nihilismo que recorría Rusia preocupaba al escritor, con unos ideales inclasificables entre el pacifismo, la religión y un carácter profundamente revolucionario. Así interrumpió su trabajo en El Ciudadano para emprender su siguiente gran novela, Los hermanos Karamazov. Dostoievski aprovechó su estancia en Stáraya Rusa para componer una obra monumental sobre el albedrío, la libertad y el bien. La continuación de esa misma visión que le había azotado por primera vez su mente en el primer viaje que realizó a San Petersburgo.

Pocos años después de la publicación de la novela, en 1881, el escritor murió por una hemorragia pulmonar causada por un enfisema. Las crónicas de aquel año hablaban de reconciliación entre contrarios, beatos y ateos que lloraron por igual la muerte del más grande los escritores rusos. Sobre su lápida se inscribieron las palabras de San Juan: "En verdad os digo que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere produce mucho fruto", alentando el fruto que el novelista ya había plantado y que habría de crecer dos siglos más.

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