Para quienes amamos la danza clásica se torna difícil digerir las actualizaciones de los grandes títulos del ballet. Pocas son las veces que una revisión, profunda e innovadora, de alguna coreografía excelsa pasa con éxito el escudriño de críticos y público entendido. En mi retina sólo han dejado huellas tres versiones rápidamente citables. A decir, las Gisselles de Akram Khan y Mats Ek y aquel Lago de los Cisnes de Matthew Bourne. Por norma, la contemporización de las edulcoradas tramas deviene fallidos acercamientos a un público joven que se supone alejado del clasicismo y, por ende, proclive a exageradas modernizaciones. Sin embargo, no siempre la norma logra imponerse…

Culmina la semana y Madrid se prepara para afrontar otro sábado de mascarillas seguido de un domingo parecido al anterior. El hartazgo de una pandemia se respira por doquier. No obstante, en el aire flotaba la expectación de un estreno que prometía no dejar lugar para la indiferencia a los asiduos de la vida cultural capitalina. Este viernes el festival Madrid en Danza invitaba a evaluar, casi en primicia, el último trabajo coreográfico de Angelin Preljocaj.

El otrora bailarín francés nos trae a los Teatros del Canal un atrevido Lago de los Cisnes que ubica su acción en el mundo de las explotaciones de combustibles fósiles, los empresarios sin piedad y el ecologismo floreciente.

Una triada casi perfecta para destrozar el ballet más popular y reconocible de todos los tiempos. Mas cuando el talento juega sus cartas las dudas se transforman en aplausos. Con el apoyo de un diseño gráfico potentemente sencillo, el cuento fantástico se transfigura en drama vigente donde unos empresarios sin escrúpulos quieren explotar las inmediaciones del mágico lago, refugio de bellos cisnes, y convertir lo natural en estructuras industriales.

Odette, antes princesa y ahora joven ecologista, se opone a la operación lo cual la hace diana de un hechizo peculiar: convertirla en cisne. El resto de la trama sigue derroteros similares al Lago original con las actualizaciones necesarias para acercar la historia de amor, entre un príncipe y una princesa-cisne, a la realidad de un siglo XXI demasiado convulso.

Con una exquisita rigurosidad, Preljocaj logra trasladar cada frase coreográfica al contexto escogido sin perder la esencia y aportándole grandes dosis de frescura. Cada escena es mimada desde la inteligencia con inserciones de detalles personales y sutiles relevancias. En todo momento se lanzan mensajes con niveles diversos de lectura, descifrables para el purista y disfrutables para el profano.

Curiosamente, los pies desnudos de las bailarinas del Ballet Preljocaj no echan en falta las zapatillas ni las puntas. Tampoco sobran las incursiones a terrenos supuestamente alejados, pero inmejorablemente armonizados con el hilo conductor. Nunca dejamos de estar frente al Lago de los Cisne y jamás abandonamos la realidad circundante del siglo en el que vivimos.

Será difícil olvidar el adagio blanco, dulce y armónico en fuerte contraposición con la oscuridad del cisne negro. La distancia temporal con la historia clásica no impide la búsqueda de paralelismos coreográficos magníficamente recreados. En los roles principales destacaron con brillantez Leonardo Cremaschi en su impecable Siegfried y Mirea Delogu como su progenitora.

Pero el Lago siempre ha sido un ballet de conjunto y esta versión no es una excepción. Muchos momentos sublimes tuvieron como protagonista absoluto un cuerpo de baile vigorosamente sincronizado que actúa de alma motriz durante las casi dos horas sin descanso. De especial relevancia se recuerdan los momentos corales de los cisnes, la recreación de una discoteca y la inmejorable escena del desastre ecológico.

Al final, el telón volvió a caer sobre el escenario, los asistentes abandonamos organizadamente la sala, tal y como lo estipula la nueva realidad COVID que vivimos. En mi retina una nueva huella se ha grabado.