Se preguntaba Anne Carson, nuestra flamante Premio Princesa de Asturias de las Letras 2020, en uno de sus poemas, cómo sería vivir en una biblioteca de libros derretidos, "con frases corriendo sobre el suelo / y toda a puntuación / asentada en el fondo como residuo": "Sería confuso. / Imperdonable. / Una gran aventura". Ella cree que las palabras rebotan; que, "si las dejas", harán lo que quieran, y, lo más importante, "lo que tienen que hacer". Pero mientras, la autora canadiense, hija sana de la cultura clásica, las ordena para sus lectores con gracia y elocuencia, con terrible belleza y dolor.

Desde la niña apática y desafecta que fue -a la que nada le estimulaba-, hasta la autora poco habladora que sigue siendo, pasando por la adolescente que fue a topar con una edición bilingüe de los poemas de Safo en la librería local: el griego le cambió la vida. Ha dicho abiertamente, en alguna ocasión, que no sólo es una lengua diferente, sino una lengua "mejor"; algo así como tener un animalito frágil entre las manos al que le quedaran pocas horas de vida, pero aún respira.

Tanto que ha dicho, Carson, tanto aún por decir: sobre la misma sabiduría, sobre el deseo -cree que los hombres lo confunden con actividad sexual-, sobre el placer rudo de la carne, sobre el amor, sobre el desencanto, sobre las traiciones y la lenta erosión de los seres femeninos. Sobre el mito de Hércules y Gerión en clave homoerótica, sobre el misticismo como forma de trascender los límites de la filosofía. Sobre la verdad buscada en ese espacio que queda entre el mismo texto escrito en dos idiomas distintos, en la formación de un tercer lenguaje donde encontrar la grieta que lleva a la luz. Sobre la fotografía como forma de muerte. Sobre el desconcierto.

Su voz saturada de voces; sus textos sudando cientos de referencias culturales: Anne Carson es imposible de alcanzar, erudita e irónica, sutil siempre. En sus yemas están los amigos de siempre: Woolf y Proust, Lispector y Kant, Keats, Keats, mucho Keats, y las hermanas Brontë. También Hitchcock. Y Ovidio, claro. Y Aristóteles. Piensa viejo y piensa nuevo, pero con una universalidad antigua que apela, antropológicamente, al fondo de lo que somos: al leerla sabemos que estamos ya haciendo pie.

Escribiente sin género

A pesar de su genialidad más que corroborada, Carson es casi una desconocida para los lectores españoles. Así lo explicaba hoy a Europa Press el editor de Pre-Textos, Manuel Borrás, que ha publicado sus obras Autobiografía de rojo y Hombres en sus horas libres:  "Nos las hemos visto y deseado para vender sus libros, pero ahora nos llaman todos los distribuidores. Ojalá cuando nos preguntan si todavía tenemos ejemplares de sus obras no tuviéramos que decir que están casi todas las ediciones enteras". Demoledor. Pero quedémonos con la buena noticia: la visibilización a nivel patrio que le ha dado este premio. La oportunidad de que ahora viva en muchas más estanterías.

Anne Carson ha escrito mucho sobre hombres y mujeres, con especial magnetismo en La belleza del marido, un ensayo narrativo en 29 tangos sobre la erosión de un amor por las mentiras y las traiciones de él: “Mi marido mentía en todo/ Dinero, reuniones, amantes / el lugar de nacimiento de sus padres, / la tienda donde compraba sus camisas, / la ortografía de su apellido. / Mentía cuando no era necesario (...) leal a nadie, mi marido".

En esa misma obra reflexiona, a partir del fracaso de su romance, sobre los tentáculos del erotismo: "No me da vergüenza decir / que le amé por su belleza (...) Ya sabes que la belleza hace posible el sexo". Los dardos vuelan: "La vida implica riesgos. El amor es uno. Riesgos terribles". O "abolir la seducción es la meta de una madre”, en referencia a un noviazgo no aceptado por la familia. 

Pero a pesar del aparente binarismo sobre el que en ocasiones ha trabajado, siente que, si por alguna razón interesa a los jóvenes, es porque ella no tiene género -en el fondo es cierto: se disgrega-. Es más, ha llegado a confesar que siempre pensó en sí misma "como un hombre gay": "Oscar Wilde es mi ideal. Pero, en general, los iconos son un paquete de suposiciones mal entendidas sobre una persona, así que supongo que soy un paquete útil. Pero Oscar Wilde era un mejor paquete".

Lo mismo le pasa con el feminismo, y con todas las cuestiones del mundo, en verdad: le teme a las simplezas. "Creo que el movimiento tiene que asentarse y volverse más complejo en su razonamiento sobre sí mismo. Si eso pasa, creo que conducirá a cosas buenas; y si no, creo que conducirá a una gran confusión", explicó en esta entrevista. Digamos que Carson en nada se instala: está de paso por las identidades, por los tiempos, por los conceptos. Lo revela, de algún modo, en Decreación: "Amo esta suerte de andar poético, a saltos y a brincos". Aquí algunos de sus poemas para abrir boca: 

1. Ella 

Vive sola en un brezal al norte.

Ella vive sola.

La primavera se abre como una cuchilla allí.

Yo viajo en trenes todo el día y llevo muchos libros –

unos para mi madre, algunos para mí

que incluyen Las obras completas de Emily Brontë.

Es mi autora favorita.

También mi principal temor, al que trato de enfrentarme.

Cada vez que visito a mi madre

siento que me convierto en Emily Brontë,

mi vida solitaria a mi alrededor como un páramo,

mi torpe cuerpo recortándose sobre los barrizales con una apariencia de transformación

que muere cuando atravieso la puerta de la cocina.

¿Qué cuerpo es ese, Emily, que nosotras necesitamos?

2. Y arrodillada en la orilla de un mar transparente me haré un corazón nuevo con sal y barro (de La belleza del marido). 

Una esposa está bajo las garras del ser.

Fácil es decir ¿Por qué no terminar con esto?

Pero supongamos que tu marido y cierta mujer oscura

suelen quedar en un bar por la tarde.

El amor no es condicional.

Vivir es muy condicional.

La mujer se instala en una terraza cerrada al otro lado de la calle.

Observa a la mujer oscura

que con la mano le toca la sien como si le estuviera metiendo algo.

Observa cómo

él se inclina un poco hacia la mujer y luego se vuelven atrás. Están serios.

Su seriedad la atormenta.

Las personas que pueden estar serias cuando están juntas es

[porque tienen algo profundo.

Hay una botella de agua mineral sobre la mesa

y dos vasos.

¡No necesitan bebidas alcohólicas!

¿Desde cuando tiene él

estos gustos puritanos?

Un barco frío

zarpa de algún lugar dentro de la esposa

y pone rumbo al horizonte plano y gris,

ni pájaro ni soplo a la vista.

3. Pero una dedicatoria es apropiada sólo cuando se hace ante testigos: es una rendición hecha necesariamente en público, como la entrega de estandartes en las batallas (De La belleza del marido). 

Sabes que hace años estuve casada y cuando mi marido se fue [se llevó mis cuadernos.

Cuadernos con espiral de alambre.

Conoces ese verbo frío furtivo: escribir. Le gustaba escribir, le [disgustaba tener que empezar solo con una idea.Usaba mis comienzos con propósitos diversos.

Por ejemplo, en [un bolsillo encontré una carta (para su amante de entonces) empezada con una frase que yo había copiado de Homero: [εντροπαλιζομένη, como dice Homero que se alejó Andrómaca cuando se separó de Héctor: "volviéndose a cada paso" bajó de la torre de Troya y se fue por calles de piedra hasta la casa [de su leal esposo y allí con las mujeres entonó un lamento por el hombre vivo en su [mansión.

Leal a nada mi marido. Entonces, ¿por qué lo amé desde mi juventud hasta [la madurez y la sentencia de divorcio llegó por correo?

La belleza. No es ningún secreto. No me avergüenza decir que [lo amé por su belleza.

Como volvería a amarlo si lo tuviera cerca. La belleza convence. Sabes que la belleza [hace posible el sexo.

La belleza hace el sexo sexo.

Tú mejor que nadie entiendes esto… calla, pasemos al orden natural.

Otras especies, que no son venenosas, suelen tener [coloraciones y dibujos similares a los de las especies venenosas.

La imitación que una especie venenosa hace de otra no [venenosa se llama mimetismo.

Mi marido no era mimético.

Mencionarás, claro, los juegos de guerra.

Te lo conté muchas veces protestando porque se quedaban aquí toda la noche con los tableros abiertos y alfombras y lamparitas y cigarrillos [como la carpa de Napoleón, supongo, ¿quién podía dormir?

Mirándolo bien mi marido era un [hombre que sabía más de la batalla de Borodino que del cuerpo de su mujer, ¡mucho más! Las tensiones [trepaban por las paredes y se vertían en el cielorraso, a veces jugaban del viernes por la noche sin parar hasta el lunes [por la mañana. él Y sus pálidos amigos iracundos Sudaban muchísimo. Comían carne de los países del juego.

Los celos fueron una parte nada desdeñable de mi relación con la batalla [de Borodino.

Lo detesto.

¿De veras?

Por qué pasar la noche jugando.

El tiempo es real.

Es un juego.

Es un juego real.

¿Es una cita?

Ven aquí.

No.

Necesito tocarte.

No.

Sí.

Aquella noche hicimos el amor "de verdad", algo que aún no [habíamos hecho pese a que llevábamos seis meses casados.

Gran misterio. Ninguno sabía dónde colocar su pierna y [todavía hoy no estoy segura de que lo hiciéramos bien.

Parecía contento. Eres como Venecia, me dijo, sublime.

Temprano al día siguiente redacté una conferencia ("Sobre la defloración") que luego me robó y publicó en una revistita bimestral.

Esto era, por encima de todo, una interacción típica entre [nosotros.

O debería decir ideal.

Ninguno de los dos había visto nunca Venecia.

4. Yo 

Oigo pequeños chasquidos dentro de mi sueño.

La noche gotea su taconeo de plata

espalda abajo.

A las cuatro. Me despierto. Pensando

en el hombre que

se marchó en septiembre.

Se llamaba Law.

Mi rostro en el espejo del baño

tiene manchas blancas en la parte baja.

Me enjuago la cara y vuelvo a la cama.

Mañana voy a ver a mi madre.

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