Fernando Savater: filósofo, escritor, ensayista, articulista. Él se ha definido como un "filósofo de compañía", intentando alejarse de la academia y del sillón para sentirse más cercano a los lectores: lo hizo con obras que revolucionaron varias generaciones, como Ética para Amador (1991) o El contenido de la felicidad (1986), best-sellers absolutos.

Ha evolucionado políticamente, Savater, y ya se veía venir a sí mismo en 1983, cuando escribió, tan finamente: "He sido un revolucionario sin ira; espero ser un conservador sin vileza". Aquí un hombre laico, firme militante antinacionalista, creyente en la "lengua común" -es decir, el castellano-. Defiende igual la tauromaquia que la libertad de decisión en cuestiones como el aborto o la eutanasia: en definitiva, tiene detractores -y adeptos- en todas partes porque es un intelectual incómodo. 

En su última obra, La peor parte (Ariel), escribe sobre la pérdida de Sara Torres Marrero -más conocida como Pelo Cohete-, el gran amor de su vida. Hoy charlamos al teléfono con él sobre los flecos pandémicos de la vida, ante los que no se muestra demasiado sorprendido, ni afectado, ni indignado: lo importante era Sara, ese fue el verdadero apocalipsis. 

¿Qué ha aprendido de usted mismo en este encierro? ¿Y de los demás -del ser humano, en sentido profundo-?

Te confieso que veo que todo el mundo tiene una gran cantidad de consideraciones, de ideas espirituales respecto a esto… en fin, yo sencillamente estoy deseando que acabe y que regrese mi vida cotidiana. Sí que he aprendido a vivir sin algunas cosas que antes me parecían imprescindibles, como dar un paseo por La Concha de vez en cuando o ir a las carreras de caballos, que es lo que más me gusta, ¿sabes? Pero puedo soportar la vida sin eso, porque afortunadamente he seguido teniendo mis libros, mis películas, mis cosas básicas… me las he arreglado sin experimentar ninguna transformación.

Respecto a los demás: he visto que ha habido gente que ha soportado estoicamente y con mucho mérito estas semanas. Personas que han tenido algún enfermo en la familia o que han padecido algún fallecimiento en condiciones en las que ni siquiera puedes atender a los tuyos, no sabes qué está pasando, están en el hospital solos… terrible. Otros lo han pasado sin ningún daño especial. Como siempre, los hay buenos, malos, regulares, los que persisten bien, los que se desesperan.

¿Cuál es el pensamiento más extraño que le ha asaltado estos días?

No sé si es porque tengo pensamientos extravagantes todos los días… pero no he notado nada de particular. A veces me desesperaba un poco. Parecía que la vida había perdido los mínimos objetivos que podía tener, las pequeñas cosas. Como todo estaba interrumpido, todo estaba cortado, suspendido… daba la sensación de que todo funcionaba envasado al vacío. Sin más. Ya te digo que no he tenido revelaciones espirituales ni pensamientos notables, sólo trastornos físicos.

¿Qué es el mundo interior; cómo se cultiva? ¿Realmente puede la cultura salvarnos de algo?

¡Es un entretenimiento fundamental! La diferencia entre una persona culta y una inculta es que la inculta necesita más dinero para pasar los fines de semana. Tienen que estar constantemente comprando todo del exterior. Como esos países que no producen nada y lo tienen que comprar todo de fuera: claro, les sale un déficit tremendo.

Las personas cultivadas tienen producción propia. Una simple lectura, una conversación, un paseo… se convierte en entretenimiento suficiente. Se trata, al final, de que pase la vida. Los seres humanos tratan de pasar la vida, esencialmente. Las personas cultas tienen rincones más agradables, parcelas más fecundas. Las incultas viven en barbecho.

“Para los desgraciados, todos los días son martes”, cantaban las Vainica Doble. ¿Cómo cree que afectará esta situación a nuestra concepción del tiempo, del trabajo y del placer?

El tiempo es lo que más se nota. Cada uno de nosotros marca el tiempo con unos acontecimientos que son los destacados del año. Me pasa a mí con las carreras de caballos, mi año es un año hípico. Ahora para mí la semana es: antes de escribir el articulito que tengo que enviar a El País… la columna del sábado, después… son jalones del tiempo que ahora nos fallan y con ellos nos fallan las orientaciones. Los puntos de referencia. Te encuentras sin saber si estás empezando la semana o la estás acabando. ¿Cómo paso este fin de semana? Ah no, que es lunes…

No hay ninguna solución colectiva. No hay un “nosotros”. Las personas no vivimos al unísono. Hay gente que ahora tiene ganas de salir, de divertirse, de tomar copas… les fastidia la policía, tal. Otros tienen ganas de seguir así, han descubierto que se está bien quietecito, en casa, solo y no se piensan mover. Hay gente que no saldrá con ganas de vivir porque ha perdido a una persona que quería. Otro saldrá aplaudiendo porque se ha echado novia en el balcón de al lado… no es posible la generalización.

¿Cree que los ciudadanos españoles han mostrado responsabilidad individual? ¿Qué valor le da a ésta?

Normalmente se cumplen las leyes o las instrucciones que dan las autoridades, si no sería imposible, si hiciéramos lo contrario a lo que nos dicen las leyes no habría forma de vivir. La gente más o menos ha aceptado las instrucciones de las autoridades en parte por razones de sentido común, de evitar la propagación de la enfermedad; y en parte por miedo, ¿no?, por si la policía te pone una multa.

Es un argumento que te hace pensar. La gente en la mayoría de ocasiones cumple sus deberes, aunque tenga sus pequeñas diversiones. Si no la sociedad sería imposible: si todos fueran unos killer o unos psicópatas…

¿Qué opinión le merece la rebelión del barrio de Salamanca? ¿Cree que puede cuajar el espíritu de este motín de las clases altas?

Ha habido un motín de clases altas y menos altas que están hartas del encierro, de las arbitrariedades del Gobierno, de sus contradicciones… de que digan una cosa a las diez de la mañana y otra distinta a las doce… da la impresión de que están tratando de continuar ocupando el poder y privando de posibilidades de acción crítica a los demás. Es lógico que este rostro que ha revelado el Gobierno a lo largo de estas semanas no haya sido muy simpático y la gente quiera mostrar su desagrado.

Este tipo de enfrentamientos todos los hemos vivido en circunstancias en las que había más violencia y en las que había realmente amenazas para la integridad de las personas de forma muy desagradable. Hay gente que está dispuesta a respetar las manifestaciones siempre que sean las suyas y no las del vecino, ¿no? Los más ardientes defensores de que se puede salir a la calle y discrepar… cuando salen otros a discrepar de ellos… ¡ah!, cambian de opinión.

¿Qué es un escrache?

Siempre he estado en contra de los escraches. Desde el principio, desde aquellos que hacía Ada Colau y tal, en sus orígenes… hay formas de discrepar de un político, de un cargo público, pero ir a perseguirle a su casa, donde vive su familia… francamente no me parece la forma dentro de un sistema democrático donde hay otras vías de crítica y de discrepancia.

Hay ministros que no me gustan nada, pero formarles un pelotón en casa insultándoles no es civilizado, democráticamente hablando… no es jarabe democrático, como decía Pablo Iglesias: qué sabrá ese de democracia. No me gustan los escraches antes y no me gustan ahora.

¿Qué idea tiene ahora mismo de la libertad? ¿Cree que haber suspendido por tanto tiempo los derechos de manifestación y reunión puede habernos domesticado como ciudadanos?

Bueno, no veo yo que la gente esté muy acobardada. La gente está organizando pitotes de mucho cuidado. Una cosa es perder la costumbre de quedar a tomar papas con tus amigos y otra es perder los hábitos democráticos y los derechos ciudadanos. Yo nunca he sentido que los perdiera y he sido consciente de que era por consideración a un bien público, a razones superiores, y por un plazo determinado. Nunca he considerado que renunciase a mi derecho, sino que lo aplazaba. Aunque, normalmente, estoy deseando volver a ejercerlo.

¿Cómo valora la gestión del Gobierno?

A mí el Gobierno no me gustaba nada desde el principio, yo creía en una alianza lógica entre partidos constitucionalistas en una situación complicada para España, con el separatismo catalán y las amenazas a la integridad del país. Pero se ha elegido una alianza de partido con tintes anticonstitucionales. Bien.

Ya te digo, no me gustaba, pero es que encima ahora se ha visto que la gestión de la pandemia no ha sido afortunada. Hemos tenido más muertes que nadie, más de las que nos correspondían como país, y los sanitarios han trabajado en unas condiciones verdaderamente malas, y han caído contagiados como moscas… y todas esas contradicciones… mascarillas si, mascarillas no… la compra de elementos que luego se revelaban inestables. Y los intentos de controlar la información de modo que no se criticara al gobierno.

Todo eso indica que es un Gobierno de muy poca calidad, y que algunos de sus miembros son poco fiables. Me parece imposible que una persona racional se fíe de Irene Montero o de Pablo Iglesias. Y no digamos ya si tiramos hacia sus aliados, como Bildu o cosas por el estilo, que no es que no sean fiables, es que son aborrecibles.

Lógicamente, no ha sido una gestión muy afortunada ni el Gobierno sale muy prestigioso de aquí. Sale confirmando todos los malos presagios que teníamos sobre ellos.

¿Cree usted que esta crisis pueda ser un duro golpe contra el capitalismo -algunos hablan incluso de revisar el modelo- o sólo un refuerzo?

Vamos a salir mal de aquí. Primero, por la carga de muertos. Es un palo fuerte para un país. Y luego, los puestos laborales no son infinitos, sobre todo por el tipo de país que tenemos, un país de servicios, de turismo. En esta situación de clausura y de suspensión de la productividad, etc., todo eso va a dañar al desarrollo del país, pero no es que vaya a afectar al capitalismo, es que va a afectarnos a nosotros. Las personas van a perder el trabajo y van a verse en una situación tétrica justo cuando parecía que salíamos de la crisis: pues nada, otro retroceso importante. ¡A volver a depender de que Europa quiera ayudarnos…! Es un panorama… bastante negro, y por supuesto no soy experto en economía.

Se puede decir que hay que mejorar cosas del modelo económico y de las relaciones financieras, hay controles que se pueden ejercer, y paraísos fiscales que haríamos bien en suprimir. Pero no hay otro modelo, a no ser que estemos hablando de Venezuela o de Cuba. No es como decir “no me gusta el avión, viajaré en tren”. No. Decir “no me gusta el capitalismo” es como decir “no me gusta la ley de la gravedad”.

¿Subrayará esta crisis nuestra idea de colectividad, veremos un Estado más fuerte y una minimización del nacionalismo catalán? ¿Empezará a estar mejor vista la palabra ‘España’?

Ha habido un efecto curioso. En Cataluña se han dado cuenta de que viven del turismo, y echan de menos el turismo extranjero y español. Ahora se han vuelto unos entusiastas de la unidad del país para reclamar turistas que vengan de España… dicen que les van a tratar muy bien y que les van a hablar en castellano… decía el otro día Alejandro Fernández, el portavoz del PP en el parlamento catalán: “¿Cómo vamos a recibir a esa gente, si hace dos días les estaban diciendo ‘ustedes nos roban, ustedes nos matan, no sé qué’? ¿Cómo quieren ustedes…?”.

Bueno, más allá de estos flecos, las fórmulas sectarias del separatismo continuarán y desgraciadamente siguen siendo apoyos del Gobierno que tenemos, para presupuestos, etc. Es difícil que un Gobierno que se apoya en Esquerra Republicana y Bildu acabe con los movimientos separatistas, claro.

Una canción, una película y un libro para resistir en (lo que nos queda) de cuarentena.

Las memorias de Woody Allen, que me las estoy leyendo ahora, están muy bien. Tienen esa mezcla de humor y drama que es adecuado para estas ocasiones. Películas, muchas. Bueno, esta cuarentena he estado viendo la serie de Homeland, que es mi serie favorita, y se ha acabado. Me ha apenado más el final de Homeland que la cuarentena. Me gustan las películas viejas. Hay ahí una buena cantidad de cosas que recordar… o que redescubrir.