Eduard Limónov ha fallecido a los 77 años: fuentes cercanas al escritor y revolucionario indican que el intelectual murió hoy martes, pero no se ha especificado la causa de su muerte aún. Lo cierto es que se fue siendo todo un misterio. ¿Quién fue Eduard Limonov, ese tipo que agarró a la vida por el pescuezo, por él y por todos sus compañeros, hasta hacerla vomitar vanguardias, fracasos, encierros, poemas, milicias, golpes, aventuras y sexo enfermo? ¿Iba en serio, Limónov, o era una performance hecha carne, una coña artística en sí mismo?

Fue todos los hombres, o quizás no fue ninguno: sólo un personaje que disfrutaba de su juego. Tejió con cuidado una personalidad múltiple que consiguió que hoy no seamos capaces de juzgarle desde la moral de 2020, porque él frecuentó los círculos clandestinos de la Unión Soviética, porque se exilió y fue vagabundo y mayordomo y autobiógrafo en Nueva York, porque contó que le gustaban "los negros grandes del Bronx" y puso a arder París con sus novelas excesivas. Porque de camino le dio tiempo a pasar por los Balcanes y a apoyar hasta las últimas consecuencias la causa serbia, porque regresó a su tierra para fundar un partido nacional bolchevique que fue prohibido. 

Dirigió un periódico fascista, fue sastre autodidacta, residente en un psiquiátrico y espíritu libre militante. Jugó al despiste. Jugó todo el rato. En los últimos tiempos le dio por derrocar a Putin, pero ya nunca sabremos cuál iba a ser su próximo y delirante movimiento. Limónov fue el último de los hombres de una generación que ya no existe, el último resquicio de punk en los Estados del Bienestar. Era una reliquia hecha carácter que no quería ni oír hablar de Limónov, ese extraño en cursiva que aparecía en la célebre obra de Carrére -por mucho que él renegase, ese libro le dio fama internacional y le dibujó como ser atractivo para el público y para los medios-.

Sus ideas sobre el mundo

Cuando en junio del año pasado tuvimos la ocasión de charlar con él, decía que él sólo era "un señor mayor, un buen ciudadano": El mejor momento de mi vida fue en la cárcel". Allí habitó entre 2000 y 2003, acusado de tráfico de armas. "La cárcel eleva a una persona sobre sí misma. Lo único que falta es perspectiva: grandes espacios urbanos, paisajes... mira, si tienes a algún familiar o a algún amigo entre rejas, mándale libros de fotografía o álbumes de fotos", aconsejaba. "Se está muy bien ahí, lo digo en serio. Porque lo tienes todo en tu cabeza. En el ordenador personal de tu cabeza. Lees libros, haces uso de tu imaginación, creas ideas. Allí nadie te molesta, nadie te interpela. No hay mujeres, no hay alcohol. No hay vicios. Sólo virtudes".

Pensaba que el comunismo estaba "desactualizado", demodé. "Pero igual pasa con el capitalismo, que tampoco ha triunfado en realidad. La explotación del planeta no puede seguir adelante, los gobiernos mienten cuando dicen que el progreso sigue, que el nivel de vida va aumentando... ¡es mentira!", lanzaba. ¿Había futuro para Limónov? No mucho. Se lo imaginaba sin agua. Sin agua dulce, en concreto. "Vienen los tiempos en los que los invitados a nuestras fiestas traerán botellas de agua dulce en lugar de vino", guiñaba. 

Aún creía en la revolución armada para combatir "la crueldad policial". En cuanto al amor, se arrepentía de "haber pasado tanto tiempo con las mismas mujeres": "Por ejemplo, con Natasha estuve 14 años. Ahora pienso que podía haber estado conviviendo con cinco mujeres a la vez en lugar de vivir con ella. No sé. Son mis pequeñas y humildes ideas humanas sobre el amor", comentaba. No creía en la monogamia. Decía que tenía una novia que estaba casada, y que la veía los fines de semana.

"Recuerdo que con 22 años pensaba que no sobreviviría a los 30, que nunca procrearía, y sin embargo... he estado en todos los sitios. He estado en la guerra viendo pasar las balas muy cerca de mí, y sigo vivo. Eso es casi tan emocionante como practicar sexo". Limónov murió con una granada de mano tatuada en el brazo. "Hay cosas que aún no he probado, ¿eh? Nunca he sido esclavo. Nunca he estado en galeras. Hay cosas que jamás podré probar, como ser chino". Y se partía de risa.