El viejo Ayuntamiento de Madrid, el de Carmena, había previsto homenajear a las víctimas del franquismo en el memorial del cementerio de La Almudena grabando 2.937 de sus nombres: irían acompañados de tres placas grabadas con diferentes citas, una de Miguel Hernández, otra de Julia Conesa -una de las Trece Rosas-, y una tercera que recogiese la idea que justificaba este memorial, y que rezaba "en memoria y reconocimiento a las cerca de 3.000 personas ejecutadas e inhumadas en esta necrópolis entre abril de 1939 y febrero de 1944".

Pero el nuevo Consistorio, presidido ahora por Almeida, tiene otros planes: en primer lugar, el homenaje no será a las víctimas de la represión franquista en Madrid, sino a todas las víctimas de la Guerra Civil. Tampoco han continuado con la idea de las citas en las placas. Las piezas, de las que ya se disponían, yacen desnudas, como explica Eldiario.es. Los soportes están borrados, vacíos. El nuevo Ayuntamiento pretende sustituir los nombres con esta cita: "El pueblo de Madrid a todos los madrileños que, entre 1936 y 1944, sufrieron la violencia por razones políticas, ideológicas o por sus creencias religiosas. Paz, piedad y perdón".

La Asociación Memoria y Libertad -una agrupación de familiares de víctimas del franquismo en la posguerra- pidió el pasado diciembre al Ayuntamiento la donación de las placas de granito donde habían sido grabados los nombres de sus allegados, dado que finalmente no han sido colocadas donde se pretendía. Fanjul, teniente segundo del alcalde, explicó que no podía ser, dado que "son propiedad del Ayuntamiento" y que "no se pueden entregar a un particular, sea este una persona física o un colectivo sin personalidad jurídica". 

Lo más llamativo, en sentido cultural, es la cancelación de los versos de Miguel Hernández, que rezaban lo siguiente:

Para la libertad me desprendo a balazos

de los que han revolcado su estatua por el lodo.

Y me desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos,

de mi casa, de todo.

Porque donde unas cuencas vacías amanezcan,

ella pondrá dos piedras de futura mirada

y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan

en la carne talada.

Retoñarán aladas de savia sin otoño

reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.

Porque soy como el árbol talado, que retoño:

porque aún tengo la vida.

El poeta rojo

El poeta es todo un símbolo rojo por su condición de campesino, de desheredado de las letras esnobs, de víctima de la Guerra Civil. "La sangre llueve siempre boca arriba, hacia el cielo. Y las heridas suenan, igual que las caracolas", escribía. Un hombre bueno que murió en la cárcel, tuberculoso, cantando infértilmente a la libertad -para la libertad "sangro, lucho, pervivo"-; un joven desdichado que se fue del mundo con 31 años, dejando un amor y un hijo en la posguerra: venga nana, venga cebolla, venga dolor republicano, venga lágrima viva, amigos muertos y obra mutilada. 

Quizá si escribes "después del amor, la tierra; después de la tierra, todo" merece la pena una vida, aunque sea severa y corta. Quizá si dejas un "hoy sólo tengo ansias / de arrancarme de cuajo el corazón / y ponerlo debajo de un zapato" no importan los minutos jugados aquí abajo. Hernández fue el poeta de la libertad y la justicia, del pueblo, del amor puro y la pasión; cosida su vida con tres terribles ausencias: la guerra, la cárcel y la muerte. Su voz siempre fue combativa, poderosa, digna; una voz por la que todos se peleaban, todos menos el PP, ya que, desde sus antípodas ideológicas, incluso Abascal ha llegado a intentar apropiarse de ella en algún discurso.