Ya no recordamos bien cómo pasó, pero pasó: nos enamoramos de la Gran Pantalla -a la que Biznaga dedica su nuevo disco- y empezamos a sentir que si no la teníamos frente a los ojos nos estábamos perdiendo algo. Lo decía el filósofo Santiago Alba Rico en Ser o no ser un cuerpo (Seix Barral): hemos dejado de habitar concienzudamente el lugar en el que estamos. Tenemos todo el rato la venenosa sensación de que lo mejor -de que la vida- está ocurriendo en otra parte, o, al menos, eso nos dicen las redes. Por eso quedamos a comer con nuestro mejor amigo y en algún momento dejamos de escucharle: estamos atendiendo al puto móvil, con su relato que corre aparte, lejos -en verdad- de lo que amamos y podemos tocar. 



A ver quién es el listo que escapa del hechizo de internet, somos hámsters en la rueda: si no operas ahí, parece que no existes. Si no te fotografiaste anoche, parece que no estabas tan guapo: parece que no fuiste tan feliz. Es lo que hay: es triste y no es triste, pero, muy especialmente, es vulgar. Los Biznaga ya venían estudiando esta tiranía tan cool: fueron esbozando esta obsesión en su anterior disco, Sentido del espectáculo, en canciones como Mediocridad y Confort, y ahora dedican su nuevo trabajo entero -conceptual- a escupir sobre el algoritmo y su ojo cíclope, orwelliano.

Todas las canciones orbitan en torno a ese nuevo pánico. Sobre el maquillar "la terrible agonía con filtros". Sobre que la libertad "se conquista" y no "se instala". Sobre el Error 404, sobre la maldita multitarea, sobre la falacia de emprender, sobre la monetización de nuestro entusiasmo y sobre nuestro obsceno exhibicionismo. Sobre la pesadilla de ser nuestra propia marca y vivir rentabilizándonos desde nuestro propio Twitter. No paramos de vendernos -a veces, de regalarnos-.

Reflexionan subterráneamente -y filosóficamente- sobre la violencia del sistema y reivindican un espacio libre de capitalismo: nuestra intimidad, que también está dejando ya de ser privada. Entra asfixia escuchándoles -las canciones funcionan en un círculo helado como la red, con luz blanca de hospital y carente de esperanza-, pero también regresa la idea de que la rabia -sofisticada- puede ser útil: de todo eso hablamos con Jorge de Biznaga, que para eso es el compositor y el primer obseso del tema. Por ahora sólo tenemos su single: en poco más de un mes llegarán todas las balas. Feliz 2k20. 

Otro disco muy político.

Sí, me gusta pensar que más sociológico que político; al menos, descaradamente político no. Pero algo de eso hay… tiene trazas.

¿Cómo respira hoy la canción protesta en España, 2020?

Mientras sigan existiendo razones y argumentos para protestar, seguirá estando vigente. Otra cosa es que esté más o menos de moda. Pero sentido tiene, desde luego. Está el riesgo de la superioridad moral, claro. Es importante el tono y la manera de enfocar la canción: cómo te sitúes como escritor. Incluirte dentro de la masa que pretendes radiografiar o de la que pretendes extraer una conclusión para criticar el comportamiento que llevamos… quiero decir, nosotros no estamos al margen de eso. Estamos muy dentro, y eso es importante que la canción lo transmita.

Que el autor es parte del problema.

Sí, o está dentro del problema, no es un dios que esté aparte. Y supongo que es importante rehuir los lugares comunes. Las frases hechas.

“La democracia es vigilancia y yo sólo soy información”. ¿Sentís que la libertad le ha perdido la batalla a la seguridad? ¿Es esto un triunfo de la derecha?

No tanto de la derecha como del capitalismo. Ahí estamos todos dentro: seamos más o menos de derechas o más o menos de izquierdas. Si estamos dentro de esta sociedad y participamos de ella estamos perpetuando ese modelo del que somos víctimas y que también alimentamos continuamente. Es un tema complejísimo. Nace internet como una especie de isla de libertad virtual y el capitalismo, que es la máquina fagocitadora más potente que hay, ha sabido absorberlo como todos los movimientos reivindicativos o culturales y transformarlo para su beneficio. Internet es muy preciso y eficaz a la hora de sacarnos el jugo para que consumamos más u orientar nuestro comportamiento hacia un lado o hacia el otro. Todo va orientado al beneficio mercantil.

Fue una esperanza muy breve, ¿no? Con la irrupción de internet dijimos “oh, democracia cultural”, información llegando al módico precio del wifi a muchos sitios; ciudadanos de los márgenes que comenzaban a tener voz, aunque fuese virtual… pero efectivamente duró muy poco. ¿No hay ningún espacio verdaderamente democrático?

Cuesta creer que lo haya y cuando emerge, dura poquísimo. Cuando nos enteramos probablemente ya ha sido absorbido, por eso nos estamos enterando. Todo esto se ha movido siempre en cierta clandestinidad: cuando el común de los mortales tenemos conocimiento de ciertos movimientos, es porque de alguna manera ya son vox populi y están absorbidos. En cualquier caso, no hay que claudicar.

¿Cómo tomasteis la decisión de hacer un disco que orbitase en torno a este eje?

Corría el año 2017… (risas). Yo ya me había acercado a esos temas porque me interesan muchísimo. Habíamos hecho un par de canciones del anterior disco que iban sobre esto, aunque de una manera bastante más superficial. Pero yo pensaba constantemente en ello, y yo escribo las letras… también estas cosas de la tecnología avanzan a un ritmo como vertiginoso, así que creció mi rechazo y mi repugnancia hacia ello pero también mi atracción. ¿Hacia dónde vamos? Para mí ahora mismo es EL tema. Todos los viejos temas (el amor, la vida, la muerte) pasan por este aro ahora. La vida la vivimos a través de esa pantalla: internet, las redes sociales, la virtualidad, como quieras. La propia manera de consumir cultura está discriminada o sesgada a través del algoritmo.

Llega a tal grado de refinamiento que la gente que trabaja en el algoritmo aspira a vaticinar lo que vas a querer: a adivinarte. A adelantarse. “Esta persona va a tirar por aquí”. Y ya cuesta diferenciar si de verdad queremos hacer algo o si lo hacemos porque nos han dicho que nos debería gustar. Total, que el tema me estaba obsesionando tantísimo que les propuse hacer un disco sobre este tema y no lo vieron mucho al principio, el resto, pero yo soy muy cabezota… y ya está, y como nadie más escribe letras… pues se hizo.

¿Cómo es la vida de unos jóvenes tecnófobos como vosotros? ¿De verdad puede uno insonorizarse de la rueda virtual?

Bueno, tecnófobos…

Sí, sí.

Bueno (risas). No tengo una receta, porque estoy completamente dentro.

¿Tienes Whatsapp?

Desde luego.

¿Tinder?

No, y tampoco tengo Instagram. Vaya, el del grupo. Tenemos redes sociales del grupo, yo, personales, no tengo. Pero te tengo que decir que cuando estoy gestionando cosas del grupo, a ver cómo va, tal… es que si no estás ahí, no estás. De alguna manera peco de lo que peca cualquier persona que tiene su perfil personal. Sin darme yo cuenta, estoy pinchando en no sé dónde, estoy leyendo no sé qué… y llevo una hora dentro de repente.

Pero bueno, quizá al no tener perfil personal te libras de lo que contáis en Libertad obligada: lo de ser tu propia marca y pensar que te estás realizando cuando te estás autoexplotando. Terrorífico.

Todos estamos ahí. Han conseguido un poco eso, que nos creamos ese modelo que hemos visto reflejado en la publicidad… en las pantallas, y tratemos de reproducirlo en nuestra vida cotidiana. Una foto de cotidianidad nuestra tiene elementos que recuerdan a la publicidad o a transmitir una imagen de éxito. Los instagram personales parecen anuncios. Transmitir la imagen de que todo está bien…

En Tinder se ve muy claro. El mercado de la carne puramente; y, nosotros, nuestra imagen, el objeto de consumo.

Claro, ahí funciona con ese giro un poco más siniestro: ese modelo capitalista forma parte de nuestra vida sexual, se mete dentro de los afectos incluso, de los sentimientos y tal. Es uno de los mayores triunfos del capitalismo. Desde luego, internet le ha permitido colarse de lleno en ello. Hay pocas parcelas que no estén ocupadas por esto, y a veces de manera invisible… la pantalla separa o parece que separa los dos mundos a través de un muro transparente. Quién somos nosotros y a quién estamos amando.

Corremos el riesgo también de empezar a pensar a través de un personaje, ¿no? En Twitter, por ejemplo.

Claro, se desvirtúa totalmente quién eres tú. Disocias. También entiendo que para protegerte… te desdoblas virtualmente.

O para fingir que eres mejor. Más elocuente, más divertido, más fuerte…

Supongo. Te quieres creer esa imagen. Tú eres esa persona pero eres más personas que llevas dentro, y expones la que quieres en el escaparate del éxito y de la felicidad. Es bastante falso. También hay un elemento vouyerista de querer saber cómo es la vida de los demás. El ser humano como una mercancía y las vidas como marcas: coleccionar momentos, personas, sensaciones, conceptos, cosas.

Esto va muy relacionado también con la llamada “cultura-vedette”. Ahora los artistas son influencers que crecen por las redes sociales… y no importa tanto su obra, o su obra ha pasado a un segundo plano. Lo que prima es su imagen y su número de seguidores. ¿Cómo diferenciáis el grano de la paja?

Estamos a un lado de la industria musical… no somos los expertos ni los encargados de discernir. Deberían ser los profesionales los que lo hicieran, pero, al final, esto es industria. Es comercio. Y es un negocio. Lo que vende hoy en día es tener seguidores porque aparentemente (y digo aparentemente) van a ir a verte a un concierto, pero después vemos que no siempre es así. Puedes encontrarte sorpresas. El negocio musical, igual que el resto, ha cambiado a partir de las redes sociales. Los festivales tienen en cuenta eso, los sellos discográficos (por lo menos, las multinacionales), y hasta el público de a pie tiene en cuenta eso: “Voy a seguir a no sé quién, porque si le mola a tanta gente será por algo… y así molo también yo...”. No sé.

Ya ves: lo de “come mierda, millones de moscas no pueden estar equivocadas”.

Exacto, la masa… y la falta de criterio propio. Aunque todos alguna vez nos dejamos llevar por eso. Hay que discriminar un poquito, en ese sentido, y preguntarte a ti mismo qué es lo que te mola, y ser consecuente con tus gustos. No te prives de nada.

Biznaga. Iñigo de Amescua.

“La libertad se conquista, no se instala”, cantáis. Me gusta mucho ese verso. ¿Qué es la libertad hoy?

Joder, vaya preguntita… (risas). Bueno: esa canción, que es la de Motores de búsqueda avanzada, habla sobre el algoritmo y los motores que trabajan al otro lado de la interfaz para convencerte de lo que te tiene que gustar según la persona que se supone que tú eres. Tendemos a pensar que vivimos en un mundo libre porque tenemos muchos productos que elegir, Amazon es un gran ejemplo de eso. Eso genera la sensación de que el mundo va bien, de que nuestra vida es estupenda, de que podemos poseer algo con sólo clicarlo. Esta idea de “tenemos libertad para comprar”, que se asemeja a la idea de “libertad para gastar dinero”.

Pero a la vez somos precarios.

¡Claro! Y aún así consiguen que gastemos dinero.

Precarios wannabe.

Exacto. La clase media… bla, bla. Hay un concepto equivocado de la libertad y tiene que ver con eso: con identificar el triunfo social y con la capacidad para adquirir productos. Se es más libre cuanto más dinero se tiene para comprar más cosas y que la gente vea las cosas que tenemos… pero la libertad, de toda la vida de dios, se ha basado en conquistas sociales. Mucha gente se ha partido la cara a lo largo de la historia para conseguir cosas que nosotros damos por hechas. Cosas que ahora nos parecen de cajón. Hoy se ha perdido esa perspectiva y la libertad es más mercantil.

¿Por qué razones tenemos hoy que partirnos la cara?

Por muchas razones, pero, en lo que respecta al disco, por conservar la parcela íntima de nuestra vida. Para que ahí no trabaje el mercado y no opere a sus anchas el capitalismo. No voy a llevar ahora la bandera de ciertas heroicidades… de poner una bomba o… no abogo por el sabotaje, al menos por ahora. Pero hay pequeñas cosas que se pueden hacer y si se reproducen en mucha gente pueden suponer cambios.

Leí en una entrevista vuestra en la que decíais que el rock ahora era como Mujeres, hombres y viceversa.

¡Hostia…! Eso… Sí. No sé qué quería decir (risas). Sí que creo que el rock se ha convertido en un circo y en un mercado de la carne y de la imagen. Son los nuevos modelos para cierta juventud. Antiguamente fueron los rockeros, quizá no en España, o los futbolistas… los referentes, ¿no?, todavía te lo puedo admitir, pero que sean los payasos estos que salen en la tele… y que su único logro es estar cachas o acostarse con no sé quién, y que por eso te paguen para ir a una discoteca para que tú estés y eso sea un reclamo para gente… es de coña. Iba por ahí el asunto.

¿Y el punk? ¿Qué es hoy?

Supongo que un estilo musical.

¿No más?

Y cierta herencia ética y estética que forma parte de una época que ha mutado. El punk ha sido fagocitado pero ha dejado ciertas líneas maestras y ciertas líneas de trabajo… como todo el rollo del “do it yourself”, hazlo tú mismo, cierta democratización buena de la música y un poco del arte. Romper las barreras de pensar que el artista es un dios, un virtuoso, un elegido que tiene suerte y gracias a ello triunfa… esto te permite reivindicar tu personalidad y decir “oye, pues yo tengo cosas que decir, me voy a juntar con cuatro colegas y aunque no sea una máquina tocando, puedo hacerlo”. O puedo hacer un fanzine. O cojo la cámara y me voy a hacer fotos. O lo que yo quiera.

¿El punk se cura con la edad? Tuvo siempre ese culto hacia la juventud… ¿es como una fiebre de verano adolescente?

Yo creo que no. Y creo que esa es una deformación provocada por la fagocitación capitalista: lo de venerar la juventud. Y hacernos pensar que sacar los pies del tiesto y decir “no” cuando tienes todo de cara para decir “sí”, es decir, no tragar con lo que te ofrezcan… es algo propio de ser un inconsciente, de tener pajaritos en la cabeza, de ser un rebelde al que el tiempo pondrá en su lugar.

"¡Ya te derechizarás!". 

Eso (risas). Eso es una táctica para apropiarse del discurso y hacerlo más inofensivo. Si eso es ser punk, seamos punkis. Pero no tiene que ver con la juventud, no en mi opinión.

En una de las nuevas canciones, Pablo und Destruktion habla como de pasear bajo la luz, comer carne, dejarse llevar por la vida contemplativa y pasar de la acción… “Bésame como besa una señora, qué equivocado ha estado siempre el punk”. Una apología de la vida sosegada. ¿Hay algo bueno ahí?

Sí, yo lo encuentro. Desde luego, no para echarme al monte y hacerme una casa en el campo. Tampoco tengo dinero, ¿no? (risas). Más adelante, fantaseo con que sí, porque ya voy notando que cada vez la gente me cae peor. ¡La masa! Tú no… (risas). Soy un poco misántropo, y con los años más. Nunca me he aburrido de estar solo conmigo mismo y pasar tres días encerrado a mi bola. Pero como todo es rápido, todo es de consumo veloz, todo es frenético… se está generando una demanda de lo contrario. Una necesidad de volver a la calma. Puede ser que tenga que ver con la edad. La canción de Pablo justo va un poco al hilo.

¿Qué tal lleváis la relación con los partidos políticos? ¿En qué mítines tocaríais, en cuáles no; en ninguno, quizá, por esta idea de que la cultura ha de estar siempre a la contra…?

Nunca hemos tocado en ningún sitio así. Ha habido alguna propuesta en el pasado.

¿De quién?

Creo que era Podemos, pero ni siquiera Podemos, era una plataforma ligada que trataba de hacer un movimiento en torno a la cultura. Tenía cierta relación con Podemos. Que podamos simpatizar más o menos con ciertos partidos… es delicado significarse. Ayudar a hacer campaña… somos cuatro personas y eso es algo como muy personal de cada uno. Nunca se ha dado la circunstancia clara. Sería un tema que seguramente discutiríamos muchísimo.

En cuanto a la canción de Atentado: ¿cuándo está legitimada la violencia, si es que está legitimada alguna vez?

Desde luego, la violencia institucional por parte del poder no va a estar legitimada nunca como lo está, o yo pienso que está.

Policías con porras.

Sí: en el ejercicio de su deber, esto que se dice mucho y tal… no estoy en absoluto de acuerdo. Esto debería cambiar de inmediato. Creo que la policía actúa así porque tiene carta blanca para hacerlo y se ve respaldada por el sistema judicial y por cómo funcionan las cosas. Si de verdad hubiera consecuencias…

Parece que hay como un gen policial, ¿no? Cierta homogeneidad en los cuerpos.

Que están como cortados por el mismo patrón, ¿no? Bueno, yo no conozco a policías…

“No tengo amigos policías”.

Titular (risas). No lo sé, quiero pensar que alguno buena gente hay. Seguro que lo hay, como en todas las cosas. Pero sí es verdad que hay muchísima morralla. No sé cómo calificarlos sin faltarles al respeto, así que mejor que lo callo. Me parece gente con ínfulas o con ganas de ejercer su minúscula parcela de poder de manera muy despótica y muy dictatorial, de reafirmarse a sí mismos a través de su uniforme y los poderes que se le han otorgado. Se sienten fuertes porque se ven respaldados por ese sistema judicial.

Al juez también lo metéis en la canción.

Sí, el juez sale. Son funcionarios. Y si eres un poco espabilao, sin meternos mucho en ideologías o hurgar en cortes políticos, sabes… sabes perfectamente que la mitad o el 80% de los atestados son mentira. Es algo muy formal, con un lenguaje muy concreto y una maquinaria… “Joder, cuántos jóvenes hay pegándole a la policía por la calle, ¿no?”. Jóvenes lesionando a tres policías que iban armados, chavales que miden 1,70 pegándoles a policías que van con porras y miden 1,80… no es creíble, y esa rueda funciona porque el juez ve el papel y dice “ya estamos otra vez con esto”. Ellos tienen presunción de inocencia y su testimonio vence al tuyo como civil. Lo que diga él vale más. Eso habría que revisar. Habría que hacer limpieza de esas cloacas de la policía y del sistema judicial. Han heredado tradición franquista: son lo que son. Y lo que no sabremos, vaya. Tiene que haber ahí cada joya…

¿El gimnasio es el nuevo cementerio? Algo así soltáis en No lugares

Sí, lugares vacíos, lugares de transitoriedad. Como la oficina, o el metro, o la T4, o el gimnasio… vamos de no lugar en no lugar hasta llegar al cementerio. 

Digamos, ¿idiotizantes?

Sí. Todo lo que junta a la masa sin que la masa tenga relación entre sí podría ser una buena definición de “no lugar”. El no lugar es de tránsito, pero cada vez son más los que nos atan ahí más tiempo. Nuestra casa es el único sitio seguro. Hay que reclamar espacios donde seamos dueños de nuestro cuerpo y de nuestras emociones, y sobre todo, sitios donde de verdad queramos estar. La canción está construida de forma circular, sin estribillo. Hay puentes que te llevan de una estrofa a otra para generar esa sensación de repetición… por eso cierro con el “cementerio”, que es el menos no lugar. De hecho, es el único “no lugar” de los que se nombran. Yo no soy creyente, pero respeto a la gente que sí lo sea y que vaya a visitar a sus muertos al cementerio. Es más, creo que el cementerio tiene una energía especial que no la tienen el resto de sitios que se nombran. Era una figura literaria que me permitía cerrar el tema: nos pasamos la vida de un no lugar a un no lugar hasta que acabamos en el cementerio. En el hoyo.

¿A quién haríais ministro o ministra de Cultura?

A Santiago Auserón. O Kiko Veneno.