La Unión Soviética fue el pueblo que más sufrió en bajas humanas la crueldad y la crudeza de la Segunda Guerra Mundial. La batalla de Stalingrado o el sitio de Leningrado fueron uno de los claros ejemplos en los que los rusos se vieron obligados a resistir durante meses los ataques nazis.

No sería hasta el año 1944 cuando el ejército soviético comenzó su ofensiva para llegar a la capital alemana. Stalin lo tenía claro: quería a Hitler muerto. Así, la URSS estaba a las puertas de Berlín para mayo de 1945. El führer hizo todo lo posible para que su cuerpo no fuera hallado tras suicidarse una vez entendió que no existía forma alguna de ganar la guerra. En la noche del 29 al 30 de abril, Eva Braun, su mujer, murió al ingerir cianuro; Hitler había utilizado su pistola Walther de calibre 7,6.

Cuando Alemania había caído y los rusos entraron en Berlín, descubrieron unos cadáveres quemados a los que ignoraron en primera instancia. Más tarde se supo, gracias la identificación de la dentadura de los cuerpos, que se trataba de Hitler y de su mujer Eva Braun. Sin embargo, ante la falta de un reconocimiento facial total, se crearon diferentes historias y anécdotas de lo que le había sucedido al dictador alemán. Conocidas son las mentiras de que sobrevivió al asedio soviético y se marchó a Brasil o a Argentina -hay incluso quien dice que huyó a Canarias-.

Todas estas conspiraciones se han ido desarrollando a lo largo de los años pero fue Joseph Stalin el primero en desconfiar de la más que comprobada muerte de Hitler. Es cierto que en un principio los datos emitidos desde Berlín eran confusos. La radio alemana, por ejemplo, llegó a publicar un comunicado en el que daba a entender que el führer había muerto combatiendo. También circuló una imagen de su cuerpo que finalmente resultó estar manipulada. Todo ello llevó al dirigente soviético a no confiar en nadie hasta ver al líder nazi muerto con sus propios ojos.

“Tropezamos con la paranoia obsesiva de Stalin, rozando la locura, mezclada con la opacidad informativa de la dictadura soviética”, escribe el historiador Juanjo Sánchez Arreseigor en ¡Caos histórico! Mitos, engaños y falacias (Actas). “Stalin parecía temer realmente que tal vez los perversos capitalistas occidentales tenían al auténtico Hitler escondido en alguna parte, para emplearlo contra la Unión Soviética”, añade el escritor bilbaíno.

De esta manera, en septiembre de 1945, Stalin acusó públicamente a Gran Bretaña de mantener “escondidos” a Hitler y Eva Braun. De hecho, tuvo que acudir el historiador Hug Trevor-Roper en nombre de los británicos para resolver el asunto. A partir de junio del mismo año no cabía ninguna duda. Hitler estaba muerto. Y Stalin debía aceptarlo.