¿Qué hubiera sucedido si los padres fundadores de Estados Unidos hubieran redactado la Declaración de Independencia en griego, si hubieran adoptado este idioma como el oficial dentro de sus fronteras en lugar del inglés? ¿Sería el griego la lengua universal utilizada en todo el mundo para la política, el turismo, la economía...? ¿Seríamos menos modernos y mucho más clásicos? 

La pregunta viene a cuento cuando en un paseo por la historia del continente americano se hallan varias fuentes que mencionan que esto no es un delirio contemporáneo, sino un debate que realmente se registró en el seno de los padres fundadores. Así lo dejó reflejado en uno de sus textos el erudito Charles Astor Bristed:

"Hay registros de que un legislador propuso seriamente que la joven república debía completar su independencia adoptando un idioma diferente al de la madre patria, [como] el griego, por ejemplo. Pero esta propuesta se descartó después de que uno de los representantes [Roger Sherman, de Connecticut, delegado en el Congreso Continental y miembro del comité que redactó la Declaración de Independencia], sugiriese que sería más conveniente mantener el idioma como estaba y hacer el inglés hablase griego".

La mayoría de estos líderes políticos, artífices de la Constitución estadounidense, como John Adams, Thomas Jefferson, Benjamin Franklin... sentían una gran atracción por el mundo clásico, tanto por Grecia como por Roma, y así quedó registrado en sus discursos y cartas, plagadas de citas de personajes de la Antigüedad como Cicerón, Virgilio, Tácito, Platón u Horacio. De hecho, 30 de los 55 delegados de la Convención de Filadelfia, que desembocó en la redacción de la Carta Magna, eran graduados universitarios; un número inusitado para la época (1787).

La mayoría de ellos, que habían luchado contra Inglaterra propulsados por el espíritu liberal de la Ilustración, se formaron en una educación clásica que a la postre sería decisiva en ese nacimiento de Estados Unidos. Se nutrieron desde bien jóvenes de la filosofía de Aristóteles o Sócrates y los escritos históricos de Tucídides o Herodoto para luego elaborar una constitución en base a ideas sólidas y permanentes.

Lecturas clásicas

Por ejemplo, cuando Alexander Hamilton ingresó en 1773 en King's College -hoy en día la Universidad de Columbia- ya dominaba la gramática griega y latina, leía textos de Cicerón y la Eneida de Virgilio en latín clásico; además, ya había traducido los primeros diez capítulos del Evangelio de San Juan del griego al latín. A Benjamin Franklin lo comparaban con Prometeo, Sócrates o Solón; y George Washington era un admirador confeso de Catón el Viejo por lo que representaba como modelo de honor e integridad personal.

Y la lista sigue: cuando James Madison solicitó su entrada en el College de New Jersey -ahora Princeton-, se contaba con que pudiese escribir prosa latina, traducir a Virgilio, Cicerón y los evangelios griegos y tener un conocimiento acorde de la gramática latina y griega. Sin embargo, incluso antes de ser admitido, ya había leído a Virgilio, Horacio, Justiniano, Julio César, Tácito, Lucrecio, Flavio Eutropio, Fedro, Herodoto, Tucídides y Platón. Vamos, un conocimiento en profundidad del mundo y las ideas clásicas.

También era habitual que John Adams, segundo presidente de EEUU y lector voraz de los textos del historiador Polibio, y Thomas Jefferson usasen numerosas palabras y construcciones en griego en su correspondencia. Este último, fundador de la Universidad de Virginia, no solo ordenó levantar el edificio con un marcado estilo clásico -como la fachada de la Casa Blanca-, sino que también peló por convertir en obligatorias las asignaturas de Griego y Latín. Jefferson, asimismo, llegó a revelar que Cicerón había sido una de sus grandes influencias a la hora de elaborar el borrador de la Declaración de Independencia.

El modelo democrático del sistema de autogobierno de la Antigua Grecia influyó en gran medida en cómo los padres fundadores se propusieron construir el nuevo gobierno de los Estados Unidos. Pero también lo hicieron los conceptos de independencia, patriotismo o el balance entre la libertad y el poder que se desarrollaron en la Antigua Roma.

Frecuentemente, los oradores y escritores más destacados de la Revolución Americana hicieron paralelismos entre Roma y América, como Josiah Quincy, quien comparó la tiranía de César con el rey Jorge de Inglaterra, preguntándose: "¿No es Gran Bretaña para América lo que fue César para Roma?".

Pero en general, los estadounidenses revolucionarios educados en el mundo clásico hicieron mucho más que simplemente leer a las fuentes romanas para búsquedas académicas. Trataron activamente de emular su comportamiento y sus virtudes. Así, las Vidas paralelas de Plutarco o la Historia de Roma de Livio les proporcionaron muchos modelos de ciudadanos romanos virtuosos y resistentes y contraejemplos de tiranos indulgentes. Tenían claro que el conocimiento se halla en la Antigüedad.