La polémica está servida: la plaza de los Derechos Humanos de Córdoba recuperará el nombre que tenía desde 1986, el del rejoneador Antonio Cañero, un personaje espinoso. Su recuerdo se debate entre el del genocida franquista y el héroe caritativo. La justicia ha atendido así al recurso interpuesto por la Asociación Campera y de Rejoneo Antonio Cañero y su sobrina nieta, al considerar que la decisión nunca se adecuó a las previsiones de la Ley de la Memoria Histórica. El fallo detalla que la plaza pasó a llamarse con el nombre del rejoneador “una vez consolidado el actual régimen democrático en España, cuando gobernaba la corporación municipal de Córdoba el Partido Comunista”.

El juez apunta que este homenaje no se hizo “para enaltecer a la ya extinta dictadura franquista (…) sino en reconocimiento a la generosidad del señor Cañero, que donó a la ciudad unos terrenos para la construcción de viviendas destinadas a las clases más desfavorecidas de la ciudad”. “No consta la existencia de fuente histórica alguna de la que se pueda concluir que Antonio Cañero fuera dirigente o impulsor del levantamiento militar de 1936”, relata el togado, mientras alude a la “extensa rumorología y propaganda existente durante la contienda civil”.

Perfil de rejoneador 

Pero, ¿quién fue realmente Cañero? ¿Hasta qué punto santo local y hasta qué punto villano? ¿Por qué su memoria levanta tantas ampollas? ¿Es verdad que ningún testimonio histórico puede avalar su colaboración sangrienta con el franquismo? Lo cierto es que el niño Antonio nació en Córdoba el 1 de enero de 1885, en el número 31 de la calle Osario, y que fue bautizado en la misma pila en la que después recibiría las aguas purificadoras el mismísimo Manolete. Fue hijo de un comandante del Cuerpo de Equitación Militar: así fue cómo empezó a conquistar el mundo del caballo. La Real Academia de la Historia le considera el primer rejoneador moderno.

Antonio Cañero.

La figura del rocín sería el eje central de su vida: su hermano menor, sin ir más lejos, murió tras recibir una coz en el corazón. Cañero, hombre corneado, fue militar de profesión, participó en distintos concursos hípicos y toreó en varios festivales a pie antes de dedicarse oficialmente a ello. Fue el 14 de octubre de 1921 el día que debutó con público como rejoneador, y lo hizo en una corrida patriótica organizada a beneficio de los heridos de la guerra de Marruecos. Ahí actuó con Juan Belmonte, ese icono biografiado por Manuel Chaves Nogales, aquel Pasmo de Triana que decía que “se torea como se es”.

Enseguida fue aupado por “las empresas y los públicos” para que se entregase por completo a ese arte, como escribió en la revista El Ruedo el periodista F. Mendo, contando que “él ponía la nota apasionante” en cada corrida y que inauguraba “una concepción nueva del toreo a la jineta”. Toreó con devoción -en España, en Portugal, en México, etc- hasta mayo de 1939. Su toque se caracterizaba porque los toros que lidiaba siempre estaban en puntas. También introdujo el traje corto para los rejoneadores españoles.

El "Escuadrón Cañero" 

Sin embargo, la entrada de la RAH no hace ninguna alusión a la relación de Cañero con la guerra civil española, a pesar de que falleció en 1952 a consecuencia de una leucemia. ¿Qué fue de él en aquellos años; en qué bando se posicionó? El historiador Francisco Moreno recoge en su obra 1936. El genocidio franquista en Córdoba (Crítica) el testimonio de un testigo de la época: “Al Algabeño y a Cañero los he visto yo tirotear con fusiles de montería a los presos de la cárcel de Antequera, donde yo estaba de guardia…”.

Antonio Cañero.

También detalla el experto que encabezó una formación llamada Escuadrón Cañero o Columna del Amanecer -porque salían a primera hora del día a sembrar el terror-, que era todo un “protagonista del fascismo cordobés” y que asistía con su cuadrilla a cada excursión a los pueblos resistentes para dejarlo todo hecho “un baño de sangre”. Cita localidades como Almodóvar del Río, Castro del Río, Baena, Carlota o Fernán Núñez.

La expedición más descarnada, según el historiador, fue en Baena: pura masacre. Fernán Núñez no se quedó atrás: más de 60 personas fueron fusiladas. Más tarde fue agregado a la quinta columna de Madrid y cumplió misiones de enlace entre el cuartel general y el jefe de su columna. Finalmente fue destinado a la zona norte: Zaragoza, Comillas, Llanes, Navarra o Huesca, entre otros.

Un ataque a la "honra" de Cañero

En 2015, el socialista Juan Pablo Durán también se refirió a él como a “un ser humano despreciable, responsable del genocidio franquista en Córdoba”: lo hizo para apoyar la retirada del Museo Taurino de Córdoba las medallas del Régimen de Cañero. Finalmente se consiguió. Antes, en 2014, el ayuntamiento del PP lo había incluido en la guía Córdoba contemporánea definiéndolo como “benefactor de la ciudad”. Aún antes, en 2012, PSOE e IU se habían opuesto a su reconocimiento en la inauguración de la feria del caballo Cabalcor.

Bien es cierto que después de la guerra, Cañero se marchó a vivir a una finca en Fuente La Viñuela y adquirió un perfil amable. Se integró en la vida civil cordobesa y llegó a ser concejal del ayuntamiento. Después tendría lugar la célebre donación que le blanqueó del todo, quedando ante el imaginario colectivo como un ciudadano gentil y entregado a su tierra, preocupado por las personas en situación de vulnerabilidad. Herminio Trigo -militante del PCE, IU y PSOE-, el alcalde de Córdoba que aprobó la idea de ponerle una plaza a Cañero a finales de los ochenta justificó, más tarde, que "hace muy pocos años me enteré de quién era en realidad Antonio Cañero y de su comportamiento en la guerra civil".

"Cuando remodelamos la plaza del barrio, la Asociación de Vecinos nos pidió que cambiáramos el nombre que tenía de Monseñor Fernández Conde. No querían el nombre de un obispo para su plaza y nos pidieron que le pusiéramos el nombre del barrio. Por cierto, entre los vecinos había bastantes comunistas. Y el Pleno, por unanimidad lo aprobó", relató. 

Ahora la plaza recuperará el nombre del rejoneador, pero no tiene que ser de forma definitiva: el Ayuntamiento puede acordar la modificación de su nombre, eso sí, sin apelar a la Ley de Memoria Histórica. Según el criterio del juez, eso se ha hecho "con claro y patente desdoro injustificado de la fama y honra del referido vecino de esta capital".