"Lo nuestro ya no es nuestro", dice ella. Se llama Bea, pero qué más da. En realidad se llama como tantas. Es el personaje femenino de 'Mantequilla', obra de Carlos Zamarriego estrenada este viernes en la Sala Mirador, un vergel del teatro madrileño. 

Y esa frase que, ustedes me perdonen, tiene algo de spoiler, es la realidad de tantos (y tantas) que no lo saben. Al menos, aquí hay quien se da cuenta. Y ésa es la única esperanza de un texto arrancado de las paredes internas de dos estómagos sufrientes... y quién sabe de dónde se lo sacó el autor. 

Bea y Andrés son dos jóvenes que viven y se quieren, se hablan de espaldas y se hacen daño de frente, sin escucharse porque no se entienden (o viceversa). Y sufren, sufren mucho porque nadie les dio la sabiduría para atreverse a saber que la vida se equivoca a veces y junta dos seres de puzles distintos... o quizá sus respectivos puzles sí muestran el mismo anhelo, pero tienen piezas distintas.

Al cabo, de tanto no oírse, escuchan a sus distancias. Y cuando se separan, él aprende a volar y sólo se arrepiente de que la vida es como es, razón de más para no reprochar(se) nada. Ni tampoco a la vida. 

El texto dirigido por Edgar Costas es mucho más verdad que otras piezas de chico encuentra a chica. De hecho, es lo opuesto. Estamos acostumbrados a historias lineales, de amor o desamor, en las que primero conoces a los personajes, después asistes a su unión, y al final el autor decide, con más o menos fortuna, desenlazar la historia en tono esperanzador o verdadero.

Roberta Pasquinucci y Rodrigo García, protagonistas de 'Mantequilla'. Sala Mirador

Porque la vida no es así, y lo de ellos ya no es de ellos porque nada es para siempre y todo acaba antes o después. 

Esta historia revierte todo eso, la narrativa y el estándar de gente que se halla. Para empezar, el encuentro ocurrió antes (mucho antes) de que se apaguen las luces y se enciendan los focos. Para seguir, los personajes se definen mucho más tarde de lo que le facilitaría la vida al que paga la butaca. Así, la entrada es cara, porque el texto exige trabajo intelectual al espectador, un ejercicio para introducirse en alegorías, monólogos posados y simbolismos desazonantes. 

Dan ganas de agarrar el libreto y sacudirlo, exigir claridad, pedir la vez a un traductor simultáneo al lenguaje mainstream del teatro de hoy en día... hasta que, de sopetón, Roberta Pasquinucci (Bea) cambia 10 veces de gesto y expresión en sólo cinco segundos. Y Rodrigo García (Andrés) abandona el matiz de ansiedad en sus leves sonrisas. Y entonces se abre la historia como una flor intensa, que lo impregna todo en la Sala Mirador de Madrid.

Y la lástima es que de inmediato vienen los aplausos, sin invitar a Disney ni por un instante, y sabiendo el espectador que bueno, que Bea y Andrés seguirán ahí, con sus avatares sin resolver, pero aceptándolos, que eso es la vida de verdad.

*** 'Mantequilla' se representa en la Sala Mirador de Madrid viernes, sábado y domingo hasta el próximo 3 de marzo.