En un mundo de armas, sangre, injusticias y trampas, lejos de cualquier cuento de hadas y final feliz, también trabajan mujeres. Las guerras son conflictos humanos y muchos con voz de señora. La historia de estas valientes y constantes es lo que Ana del Paso ha querido relatar en su libro, Reporteras españolas, testigos de guerra (Debate, 2018).

Entre artimañas, seudónimos y disfraces de hombres, las profesionales del medio han logrado alcanzar su meta, jugándose la vida para conocer el mundo y mostrar sus viajes, vivencias y experiencias a todo aquel curioso con ganas de abrir los ojos ante las injusticias.

La periodista española Egeria es el antecedente más remoto que se conoce, del siglo IV, quien abandonó la seguridad de su hogar para seguir los pasos de Helena, madre del emperador Constantino I, persiguiéndola hasta Jerusalén, Sinaí, Constantinopla, Egipto y Mesopotomia. Sus aventuras han llegado vivas al día de hoy gracias a cartas que le fue escribiendo a su hermana.

Fue durante los siglos XVIII, XIX y XX cuando el sexo femenino empezó a cobrar relevancia y protagonismo en un mundo reservado para los hombres. Aunque se tuvo que esperar hasta el siglo XIX para tomarse con una mujer que ejerciera el periodismo de manera profesional.

Enciclopedia del periodismo femenino

Para mantener la firmeza de que seguir al pie del cañón en esta lucha es hoy tan necesaria como lo fue entonces, hay que conocer el trabajo de las féminas que se dejaron el sudor y la vida, los conflictos que presenciaron y las penalidades que debieron afrontar para incorporarse con todos los derechos y reconocimientos a la profesión del periodismo de guerra. Esto mismo cuenta esta enciclopedia del reportaje femenino.

Emilia Pardo Bazán (1851-1921), Concepción Arenal (1820-1893) y Concepción Gimeno de Flaquer (1850-1919) se convirtieron en las pioneras del reporterismo de guerra y las primeras en firmas sus reportajes sin tener acogerse a seudónimos. Concepción Arenal además fue precursora del feminismo en España, teniendo que presentarse en la universidad disfrazada de hombre para evitar la prohibición que en esa época se vertía sobre las mujeres acerca de su permiso a la hora de acudir a las clases.

Las sucesoras de las pioneras continuaron con la misión de romper con los estereotipos femeninos de aquel tiempo. Sus artículos no fueron concebidos en ningún momento para ser publicados en revistas femeninas o espacios reservados para las mujeres en periódicos generalistas. Con insistencia y valor, poco a poco, estas valerosas consiguieron situarse como periodistas de primer orden, ganándose el sueldo con sus artículos y reportajes desde sus corresponsalías.

Seudónimos

Carmen de Burgos y María Teresa de Escoriaza fueron las primeras corresponsales de guerra, encontrándose con las ruinas a todos los niveles que dejan a su paso los conflictos bélicos. Esta última se vio obligada a hacerse con un seudónimo -Félix de Haro- para esquivar las críticas y las mofas que se solían dedicar a las mujeres escritoras.

Alfonso el Sabio dejó consignado que la mujer podría estudiar todo cuanto quisiese, menos la carrera de Leyes. Desde los tiempos más remotos hasta finales del siglo XIX, la humanidad femenina se dividía en dos grupos: mujeres casadas y mujeres solteras. Las que por desgracia pertenecían a este último grupo recibían la denominación de solteronas y sus soluciones era: Solución A) Meterse a monjas. B) Poner un estanco. Tampoco estaba tan mal visto que se dedicaran a la literatura, en su casa, naturalmente. Pero solo una mujer entre cada veinte o treinta millones elegía este camino”, es una de las declaraciones que una de las periodistas exponen en el libro para que la sociedad sea consciente del grado de machismo al que se llevan enfrentando durante los siglos siglos de profesión.

En los años de la Guerra Civil las mujeres ibéricas no se dedicaron únicamente al cuidado del hogar, sino que se unieron al mercado de la sanidad, la agricultura, la industria, la construcción o el ámbito naval, pero pocas se atrevieron con la guerra: “En un país en el que la mujer había obtenido el derecho al sufragio y tenía sus primeras representantes políticas como Clara Campoamor, Margarita Nelken, Victoria Kent, Federica Montseny o Dolores Ibárruri, se pueden contar con los dedos de la mano aquellas que se hicieron corresponsales de guerra”.

Guerra romántica

Una vez que se animaron -las mujeres periodistas- “todas ellas cumplieron tan bien o mejor que sus compañeros hombres y, contrariamente a lo que pueda parecer, no contribuyeron más que ellos a esa imagen de guerra romántica que hoy en día, a pesar de los muchos años transcurridos, todavía perdura. En cambio, sí aportaron una forma distinta de hacer periodismo, una mirada más solidaria con los sufrimientos del pueblo”.

Tras la guerra, durante los años de Franco, el trabajo de las periodistas se paró y de pronto se vio restringido a los temas del hogar, el corazón, la sociedad y los chismorreos, el cuidado de los hijos, la moda, la decoración, el maquillaje y la cocina. Perdieron todo lo que habían sudado y conseguido. Las mujeres se volvieron a esconder en sus cuevas y en los problemas de los demás.

Vietnam fue el antes y el después de su historia. Los medios españoles destinaron a siete corresponsales, pero entre ellos no había ningún nombre de mujer. Tras la muerte de Franco todo cambió, y a cuentagotas empezaron a surgir las secciones femeninas, y a inmiscuirse en parte de los sucesos y nacional. Con el tiempo y gracias a la repercusión de los trabajos de las primeras corresponsales, las féminas españolas empezaron a tomar mayor presencia y peso en las redacciones.

Bienvenidas a la tribu

El sexo femenino comenzaba a asentarse en la profesión, pero no fue un camino fácil ni particular. Por el camino se toparon con comentarios como “Pero, ¿tú qué haces aquí con cinco hijos?” a lo que contestaban: “Y tú, ¿qué haces aquí con los tuyos?”. Ahí era donde una vez más se encontraban las diferencias de criterios de género. Son muchas las veces que en sus viajes sus compañeros le decían que tenían que beber, fumar y trasnochar para que fueran aceptadas por “las tribus”.

“Cuando una periodista es destinada a una zona de conflicto no viaja pensando en vivir o morir, sino con el objetivo de contar lo que sucede en el campo de batalla, dar voz a aquellos que están atrapados en él, ya sean civiles o militares o de un bando u otro. Y lo hace porque esa es un profesión, a la cual el riesgo de morir o ser secuestrada, agredida o violada, es inherente”. Son ellas mismas las que admiten y defienden que el sexo queda en un segundo plano cuando una persona se introduce en zona de peligro, ya que “las balas no eligen el género” y todo el mundo termina corriendo los mismos riesgos.

“Sentir miedo es sano y es lo normal. Aprender a controlarlo, conservar la sangre fría y actuar con sensatez es difícil, pero en definitiva es lo que salva la vida” cuentan. Las profesionales se quejan de los desorbitados precios que han de pagar por los cursos que le enseñan a protegerse y que les pueden ayudar a salvarse la vida en más de una ocasión, por lo que llegar a costar entre seis y diez mil euros.

Cáscaras de huevo

"Cubrir una guerra no es sólo cosas de hombres", y ellas no saben. “Las mujeres de este país tenemos una gran oportunidad para seguir rompiendo unos moldes que, aunque parezcan de un material irrompible, en realidad son débiles como cáscaras de huevo. Sin embargo, hay que romperlos, y esa operación exige esfuerzo. Pero nos sobran agallas, ganas, ambición, preparación, ilusión, fuerza, perseverancia y decisión. Igual que las que nos precedieron y que lucharon por ocupar el lugar que les correspondía, en nosotras está lograrlo una vez más. El miedo es el peor enemigo para emprender proyectos y perseguir los sueños”, escribe Ana del Paso.

La periodista Rosa María Calaf dijo una cosa bien cierta de la profesión: ”Tenemos el deber de acercar historias, porque el hecho de no dejar saber ha sido siempre una forma de dominar. El silencio es de plomo y la palabra es de oro”. Ella, como muchas otras han probado en su propia piel, una vez tras otra, la descarga de adrenalina que se experimenta cuando sabes que el trabajo está bien hecho.

Las corresponsales de guerra españolas, que son las grandes protagonistas de esta historia, han compartido sus pensamientos y experiencias sobre “la amistad, la competitividad, la presión, las amenazas, la censura, la objetividad, la verdad y la imparcialidad, y sus motivaciones, su preparación, sus problemas técnicos y sus remedios para soportar la crueldad de la guerra en lugares donde corren el riesgo de que les roben, violen, asesinen o secuestren”. Atrás dejan sus trabajos periodísticos, recuerdos y remordimientos por todo lo que dejan cada vez que cogen de nuevo el avión rumbo a casa. Siempre con la sensación de haber podido hacer algo más y de evitar males mayores.