A Simone de Beauvoir, madre del feminismo y existencialista militante, le conocíamos el tándem perfecto con Sartre: juntos parieron y predicaron filosofía allá por los clubs de jazz de Montparnasse, cuando arreciaba 1933, a golpe de cóctel de albaricoque. Además de desarrollar su gran obra conjunta, el existencialismo -que oscilaba entre el nazismo de Heidegger y el comunismo de Sartre, pasando por el socialismo libertario de Camus y el feminismo de Beauvoir-, se dedicaron también a practicarlo en sus propias vidas, a ser un ejemplo de libertad y responsabilidad individual, de análisis de la condición humana. Lo decía Sócrates: “La vida que no se analiza no merece la pena vivirla”.

La relación entre Sartre y Beauvoir era, en esencia, un idilio de escritores. En cuanto a duración y a honestidad, puede considerarse un éxito: estuvieron 50 años juntos, aunque por rachas viviesen con otras personas. Se veían todos los días para leerse mutuamente y charlar sobre sus ideas: la ética, el cuerpo, el consumo de drogas. Se amaron raro, a fuerza de debate, de admiración, de complicidad y espacio. Hoy, sin embargo, una correspondencia de Beauvoir recién publicada nos permite conocer otras de las aristas de su sentimentalidad, la de esa escritora genial que decía que “una no nace mujer, sino que llega a serlo”, y exponía que la principal tarea de la mujer era reconquistar su identidad desde sus propios criterios.

Ella, que en El segundo sexo había bautizado al matrimonio como una institución “obscena” que esclavizaba a las mujeres, aseguró al cineasta en 1953 que daría lo que fuera por “arrojarse en sus brazos” y quedarse “allí para siempre”

Aquí entra en escena el cineasta Claude Lanzmann, 18 años menor que ella, por el que decía sentir una “pasión loca”. Lanzmann es uno de los documentalistas más respetados del mundo y el director de Shoah, un largometraje de unas diez horas sobre el Holocausto, estrenado en 1985. En el momento de la correspondencia -que consta de 122 cartas de amor-, el chico tenía 26 años y era secretario de Sartre. De Beauvoir tenía 44. Ella, que en El segundo sexo había bautizado al matrimonio como una institución “obscena” que esclavizaba a las mujeres, aseguró al cineasta en 1953 que daría lo que fuera por “arrojarse en sus brazos” y quedarse “allí para siempre”: “Soy tu esposa, para siempre”.

La polémica de la publicación

Estas cartas, de las que ya van saliendo a la luz extractos, han sido vendidas a instancias de Lanzmann -que ya sopla 92 años- por la casa de subastas Christie’s a la biblioteca Beinecke de libros y manuscritos raros de la Universidad de Yale. Le Monde se las dosifica al gran público. El precio se desconoce. Francia arde de interés, a medio camino entre el morbo erótico-sentimental que provoca saborear la correspondencia ajena y la mitomanía de los viejos ídolos y su forma de vivir, más intensa, excéntrica y y veraz de lo que hoy podemos practicar en la vida moderna.

Simone de Beauvoir.

Lanzmann ha asegurado en un comunicado que si ha dado este paso ha sido por la “escandalosa ley” hereditaria de Francia, que establece que los derechos sobre los escritos de un autor, incluso las cartas dirigidas a otros, deben pasar a sus familiares. “El contenido de esas misivas, según esta increíble ley, pertenece al que las escribe pero nunca a los destinatarios, a quienes están dirigidas”, dice el cineasta.

Su hija no desea solamente oponerse a la publicación de mi correspondencia con Simone de Beauvoir. Ella desea, pura y sencillamente, eliminarme de la existencia de Simone de Beauvoir

En el caso de la filósofa, los derechos de edición sobre las cartas le corresponden a su hija adoptiva, Sylvie Le Bon de Beauvoir. Aquí la cuestión: la mala relación entre Le Bon y Lanzmann, quien sostiene que ella “no desea solamente oponerse a la publicación de mi correspondencia con Simone de Beauvoir. Ella desea, pura y sencillamente, eliminarme de la existencia de Simone de Beauvoir. Es la única manera, piensa ella, de hacerme inofensivo”.

"Mi primer amor absoluto"

Ahí la razón de la publicación de sus cartas: dice que se ha dado cuenta de que la hija de Beauvoir tenía intención de hacer públicos todos los documentos privados de su madre, excepto los que la relacionaban con él. Ojo: Beauvoir contaba en sus misivas que nunca "estuvo sexualmente satisfecha" con Sartre, que no le "excitaba" -él conservaba siempre su apartamento separado y también tenía relaciones con otras personas-: “Lo amaba, con seguridad. Pero ese amor no se me devolvía con el cuerpo. Nuestros cuerpos juntos eran en vano”.

Simone de Beauvoir con Lanzmann.

Tampoco encontró el mismo placer con el novelista estadounidense Nelson Algren, autor de Un paseo por el lado salvaje, que con Lanzmann. “A él le quise sólo por el amor que sentía por mí, pero sin ninguna intimidad real, sin haberle dado nada jamás desde dentro de mí”.

Ella podía besarlos a todos, pero sólo le pestañeaba con las letras a Lanzmann: “Mi querido niño, eres mi primer amor absoluto, el que sólo sucede una vez en la vida, o tal vez nunca. Pensé que nunca diría las palabras que ahora me resultan naturales: cuando te veo, te adoro. Te adoro con todo mi cuerpo y mi alma. Eres mi destino, mi eternidad, mi vida”.