Mancharte los dedos con la tinta aún caliente del Village Voice los martes por la noche ha sido un ritual que los neoyorquinos han seguido durante seis décadas. Esas cajas de plástico rojo-Almodóvar que decoraban esquinas de toda la ciudad y donde se alojaba el semanario más influyente de un Nueva York hoy extinto –el Nueva York bohemio- desaparecerán esta semana junto con la edición impresa de una publicación que entierra para siempre el papel para fijar residencia única en Internet. 

La contracultura americana, la de Sam Shepard, Patti Smith, los Ramones o Gordon Matta-Clark, que hizo soñar a generaciones de artistas, escritores y músicos europeos con hacer las maletas e instalarse en Nueva York, languidece junto a sus principales iconos periodísticos: el destino ha querido que también la revista Rolling Stone se ponga a la venta esta semana.

Muchos de aquellos creadores, entonces desconocidos, pobres y osados, hoy son parte del mainstream cultural, e incluso viven como millonarios. Ironías de la contracultura

Las nuevas generaciones sin duda afirmarán que el periodismo alternativo online goza de buena salud pero lo que es difícil de encontrar hoy quizás sea un medio tan influyente en la vida de una ciudad como durante décadas lo fue el Village Voice. Fundado en 1955 por el escritor Norman Mailer y por Dan Wolf, Ed Fancher y John Wilcock, por aquel entonces estudiantes de ciencias sociales, desde sus inicios fue un lugar desde el que bucear por las calles secundarias de la cultura de la ciudad, a las que no se acercaban ni el New York Times ni el Herald Tribune, los dos grandes diarios de la Gran Manzana.

Sin embargo, fueron precisamente esas obras de teatro de autores desconocidos que hurgaban en la complacencia de la burguesía de la posguerra, o esos acordes estridentes que se reían del mundo en tugurios infectos o esos espacios sucios de alquileres regalados en los que experimentaban artistas como Richard Serra, los que crearon el mito de la contracultura en el que durante tantos años ha estado inmerso Nueva York. Muchos de aquellos creadores, entonces desconocidos, pobres y osados, hoy son parte del mainstream cultural, e incluso viven como millonarios. Ironías de la contracultura.

Conocer las calles

No es casualidad que además las oficinas del Village Voice primero estuvieran en el corazón del Greenwich Village, donde los beatniks y el jazz tenían su residencia y después en el East Village, patria de otros iconos de ‘la movida neoyorquina’ como el Max’s Kansas City, el CBGB’s o el Mars Bar. En ese barrio se alojaban principiantes como Lou Reed o David Byrne en casas abandonadas acechadas por yonquis y vagabundos que hoy se venden a precios estratosféricos a estudiantes de Texas cuyos padres pagan por la hipoteca.

Sin duda los tiempos han cambiado, pero para escribir buenas crónicas culturales sobre una ciudad hay que conocer sus calles, sus recovecos y mezclarse con sus habitantes y eso es difícil cuando las redacciones se limitan a navegar por internet y se ubican físicamente lejos de donde está la acción. Entre las décadas de los sesenta y los atentados del 11-S, todo lo que ocurría en Nueva York ocurría en esos barrios y el Village Voice estaba allí para contarlo. Otra sutil ironía: hoy su redacción está en el corazón de Wall Street.

El Village Voice me dio una voz. Nunca olvidaré la libertad de la que disfruté. Hice cosas que dudo mucho que hoy nadie me dejaría hacer

“El Village Voice me dio una voz. Nunca olvidaré la libertad de la que disfruté. Hice cosas que dudo mucho que hoy nadie me dejaría hacer”. Jeff Weinstein lo recuerda mientras saborea un whisky en conversación online desde Nueva York. Trabajó para el semanario desde 1977 hasta 1995 y después colaboró en otros proyectos periodísticos. Comenzó como crítico gastronómico en un momento en el que escribir sobre restaurantes no era una moda febril como ahora. “Lo difícil era conseguir que la gente fuera a los restaurantes. Los jóvenes no se lo podían permitir así que mis lectores era gente bastante mayor que yo. Me gustaba sorprenderlos e incluía temas políticos, gays, cosas que jamás se esperarían en una crítica gastronómica”.

Weinstein tuvo éxito, tanto que durante años fue la referencia alternativa a lo que publicaba el New York Times sobre esos temas. Después ocupó diversos puestos senior y escribió sobre arquitectura, arte, teatro y danza. “Con los años acumulé lectores entre los estudiantes de periodismo. Les gustaba cómo escribía pero es que eso fue siempre clave en el Village Voice: era un lugar en el que saber escribir importaba”. Recuerda nombres hoy esenciales en el imaginario del periodismo cultural de la ciudad: “John Perreault en arte, Jonas Mekas en cine, Jill Johnston en danza y performance y muchos críticos de teatro que le ofrecieron al mundo la oportunidad de lanzar una mirada sobre la innovación neoyorquina de aquellos tiempos. Nadie más lo hizo tan bien”.

El más vendido

Una década después de su fundación era el semanario alternativo que más ejemplares vendía en Estados Unidos y en todas las grandes ciudades americanas le salieron imitadores. “En muchos sentidos era el trabajo ideal, aunque no me pagaban mucho. Pero aún lo recuerdo como el mejor trabajo de mi vida” dice Weinstein con nostalgia. Los fundadores compensaron los bajos salarios del principio con la libertad de escribir como les daba la gana, una fórmula que parece que hoy se repite, aunque en aquella época el periodismo era un oficio en ascenso económico y hoy en cambio está en plena decadencia.

En los ochenta entraron grandes empresarios en la escena mediática, como Rupert Murdoch, que adquirió ‘el Voice’ buscando hacer dinero y mejoraron también las condiciones de los periodistas. Weinstein fue responsable de arrancarle a Murdoch el primer convenio salarial que reconocía cobertura sanitaria para las parejas gays de los trabajadores del periódico, un hito para 1982. “Me echaron en 1995 porque ganaba, según ellos, demasiado dinero”. Una historia que se sigue repitiendo en el oficio.

En muchos sentidos era el trabajo ideal, aunque no me pagaban mucho. Pero aún lo recuerdo como el mejor trabajo de mi vida

Por el Village Voice han pasado plumas hoy consagradas como la de la crítica de arte del New York Times Roberta Smith, o su marido, Jerry Saltz; la fotógrafa Mary Ellen Mark o el periodista de investigación Nat Hentoff, cuyo despido hace unos años provocó fuertes críticas contra la dirección. “Políticamente el Village Voice fue muy importante porque fue el primer periódico que persiguió la corrupción local. El reportero Wayne Barrett fue uno de los primeros que se atrevió a ir contra Donald Trump (célebre en Nueva York por sus corruptelas inmobiliarias antes de llegar a presidente). Además, obligó a la prensa tradicional a prestarle más atención a los derechos civiles, al feminismo y a los derechos LGBT”, explica Weinstein.

Gratuito

Pero para los neoyorquinos, -viví en esa ciudad durante trece años-, era mucho más. Como la mayoría de ellos mi primer apartamento en la ciudad lo conseguí tras ponerme en la cola frente a su redacción un martes por la noche a la espera de que llegara la edición de miércoles, que sólo algunas veces faltaba a su cita nocturna, a menudo porque tenían alguna exclusiva de política local. En la era pre-internet, si no conseguías un ejemplar fresco con los anuncios inmobiliarios, no encontrabas casa en la ciudad. “Es cierto. Yo también conseguí así mi primer apartamento en 1977”, dice Weinstein.

Desde 1995 el semanario pasó a ser gratuito y a vivir fundamentalmente de los anuncios por palabras, incluidos los de prostitución. Pero, en una vía intermedia, ningún neoyorquino se perdía la célebre sección de anuncios personales, el Okcupid o Tinder de entonces, y que recuperaría años después la web Craig’s List (que también sirve hoy para encontrar casa en la ciudad) bajo el nombre ‘Missing connections’. Hasta su astrólogo, un excéntrico llamado Rob Breszny, se convirtió en una cita clave para cualquier neoyorquino, incluidos todos los que no creíamos en horóscopos. Escribía demasiado bien para no leerlo. Si además eras un periodista extranjero como yo tratando de saber qué ocurría en la ciudad, el Village era una mina de historias sobre las que indagar y que difícilmente encontrabas en otros diarios.

Si además eras un periodista extranjero como yo tratando de saber qué ocurría en la ciudad, el Village era una mina de historias sobre las que indagar y que difícilmente encontrabas en otros diarios

La Dolce Musto, una columna semanal de cotilleos afilados sobre la vida nocturna neoyorquina nunca ha sido superada, ni en tiempos de Gawker, porque Michael Musto era una pluma brillante y lo que hoy triunfa es TMZ.com. Pero ‘el Voice’ fue perdiendo influencia tras los atentados del 11S, que cambiaron radicalmente la fisionomía de la ciudad –lo que quedaba de su alma bohemia- y también la del diario.

Aunque fue de los pocos periódicos críticos con el gobierno de Bush por todo lo que ocurrió tras los atentados – mientras el New York Times apoyaba la invasión de Irak con artículos que resultaron tener información falsa- y supo adaptarse bien al formato digital, en 2005 cambió de propietarios y se aceleró su decadencia, avivada además por la llegada de múltiples medios online y la caída de la publicidad impresa.

Hoy, en manos diferentes –las de un millonario llamado Peter Barbey- comienza una nueva andadura con una web que aspira a estar a la altura de la velocidad con la que hoy viaja la información. Velocidad nunca fue sinónimo de calidad aunque según Weinstein “aún quedan excelentes periodistas, editores, fotógrafos e ilustradores dentro y fuera del Voice. En cualquier caso, el buen periodismo encontrará su sitio”. Ojalá.