Colecciono museos. Es una de las costumbres del viajero cultureta. Pisa una ciudad y tiene que ir a ver un Museo. De eso vive el Museo del Falo de OJO Reikiavik, el Museo de la Tortura de Santillana del Mar, el Museo Nacional de la Mostaza de Wisconsin y el grasiento Museo del Jamón de Madrid. Tengo tres horas libres en Berlín. Vine para explicar nuestro proyecto de podcast Spainmedia Radio en el foro mundial digital que organiza el FIPP (la asociación de editores). Tras la charleta -¿por qué diablos en Europa todo el mundo pregunta algo tras una conferencia y en España el primero que pregunta es un gilipollas? -necesito una dosis de cultura instantánea.

Salgo a la lluvia en busca de un Museo que apuntar en mi colección. El utilísimo 36 horas del New York Times recomienda como imprescindibles, el Pergamo y el Bode (entre otros). Allá que voy. Monto en un Mercedes viejito color natilla –solo conozco un color así de raro y son los taxis verdes y negros de Lisboa-. No ha hecho el taxista más que enfilar la Breischeidplatz cuando me choco de bruces con el templete de velas con el que los occidentales recordamos a nuestros muertos (Berlín sufrió el diciembre del 2016 el atentado con el que el camión mató a 12 personas e hirió a otras tantas). No se contar cuántas velas hay.

Una camiseta de Los Ramones. A.R.

Se enciende el semáforo, busco otro punto de fuga tras la ventanilla mojada por el chubasco y me choco de bruces con un cartel que reza: “Museo de Los Ramones”. Stopp. Stopp. Lléveme allí. ¿Un Museo de Los Ramones en Berlín?

El Museo de los Ramones es un bar de coleccionista abierto siete días a la semana. Acaba de cambiar de localización, así que si te da por navegar en su página web lo que verás será otra cosa. “Hola, quiero visitar el Museo”, saludo. Pienso acreditarme como periodista pero cuando veo el careto del que lo cuida no se porque intuyo que se la va a traer algo más que floja. “Si quieres beber algo, pagas la bebida -5 euros- y pasas gratis sino pues pagas 4 por entrar”.

Elijo refrescar el gaznate y me entrega una chapita con el venerado y multipirateado logo Ramone (su autor fue Arturo Vega) adaptado al Ramone Museum. “Con esto puedes pasar y si vuelves podrás pasar todas las veces que vengas en tu vida”. Mi mente calculadora me paraliza y se pone a computar. ¿Vendré alguna vez más? ¿Cuántas veces volveré a Berlín? ¿A quién puedo traer a ver el Museo? Y la última, la que dispara por fin mi aparato locomotor… ¿Dónde diablos habré puesto la chapita el día que me de por volver?.

¿Merecen los Ramones un museo?





Tras la cortina para los fans de la banda, y yo lo soy un mucho (aún recuerdo su último concierto en el viejo Pabellón del Real Madrid), la visita es corta pero entrañable. La letra manuscrita de Judy is a punk y del himno Blitzkrieg Bop (las dos de 1976). Carteles, discos firmados, planchas de contactos, la factura de gastos del manager de carretera, camisetas de la película Rock Roll High School, y la máscara de la mascota –el caracono inspirado en la película Freaks- que saltaba al final de los conciertos con el cartel Gabba Gabba Hey.

Entre sus proezas, además del medio millar de objetos de memorabilia, está el haber conseguido que C. J Ramone (51 años. Bajista de la banda tras la marcha de Dee Dee del 89 al 96) tocase allí alguna vez.



Al salir, por donde entré, me llevo alguna que otra alegría. La tienda de recuerdos no tiene lapiceros, ni gomas de borrar…ni, -dios salve a Dee Dee Ramone (que creció en Berlín)-, puzzles. Merece la pena el libro de la japonesa Yuki Kuroyanagi I Love Ramones. Me lo llevo, buena edición, buenas fotos, pero está en japonés y tendré que ojearlo (leerlo aún no está en mi core business) de atrás adelante. También molan las postales con el repertorio y la famosa púa de la banda fotografiada en primer plano. Lastima que no hayan púas para vender, alguna caería.



Hace unas semanas estuvimos fotografiando a Linda Ramone (56 años), la viuda de Johnny (el de la melena a tazón), en su casa, el Ramones Ranch de Los Ángeles. El dueño del museo no sabe nada claro. Linda tiene una casa mezcla de Graceland y casa de Alaska y Mario y vive colgada del rollito pin up cincuentero. Algo así como si Priscilla Presley aún enseñase la casa de Elvis. Me propongo enviarle el Esquire en el que publique el reportaje.

No sé si Linda habrá visto el Museo de Berlín. Quizá se odien, pero no lo creo. Cuando lo haga pienso enviarle una ruta de nuevos negocios, la Ruta Ramone (doble R) que también debería pasar por Ecatepec (Méjico), para ver La Casa de los Ramones que reúne la colección del fan Alejandro Garrido, aunque al no ser museo ya no mola tanto claro y al viajero cultureta no le suma puntos.