Mis jefes no lo saben, pero en realidad el motivo principal para venir a Ámsterdam no ha sido cubrir el Eurogrupo y el Ecofin (por otra parte bastante previsibles), sino buscar nuevos restaurantes. Un jueves por la tarde, mis amigos holandeses me llevan a cenar al Hotel de Goudfazant, en el barrio de Noord, que está justo detrás de la estación central, en la otra orilla del lago Ij. Un gigantesco garaje reconvertido en local de moda con vistas al agua y a la ciudad.

 

En Ámsterdam les encanta abrir restaurantes en lugares raros, casi siempre inmensos. La Brasserie Harkema era antes una fábrica de tabaco. Una de las puertas de la muralla de la ciudad se ha convertido ahora en el Café In de Waag. El restaurante de mariscos Stork está en una antigua nave industrial, también frente al lago. Y en su anterior reencarnación, el fabuloso y altamente recomendable Rijsel fue una escuela de economía doméstica. En el Hotel de Goudfazant hay todavía varios coches antiguos aparcados dentro como parte de la escenografía.

La cocina del restaurante. J.S.

Parte del encanto del restaurante es la ruta para encontrarlo. Mis amigos me prestan una bicicleta y acabo en una de las autopistas de ciclistas de Ámsterdam: nada que ver con un carril bici español o belga. Confieso que me desconcierta y me da algo de miedo tanto tráfico. Pero llego sano y salvo hasta el ferry que hay que coger para cruzar el lago. El camino sigue en Noord entre concesionarios de coche y naves industriales abandonadas. Ni rastro de vida. Cuando ya tememos habernos perdido en algún lugar peligroso, descubrimos en medio de la nada el garaje a tope de gente.

El coche aparcado en la entrada. J.S.

El Hotel de Goudfazant da de cenar cada día a entre 150 y 400 personas, nos cuenta el jefe de sala, de aspecto hípster como el resto de camareros y cocineros. Una enorme lámpara hecha de envases de cristal domina el enorme espacio: muros de ladrillo, vigas oxidadas a la vista y ambiente industrial. Cabe incluso un billar en uno de los altillos y una mesa de ping pong junto a la bodega. A media cena, se levanta la persiana acristalada y se marcha uno de los coches aparcados junto a la cocina. Nos quedamos asombrados.

 

La cocina es de influencia francesa, al igual que la selección de vinos de la carta. Y la relación calidad-precio resulta imbatible para una capital como Ámsterdam, me insisten mis amigos: entrante, plato principal y postre por 31 euros. Yo pido ostras (frescas como un golpe de mar) y coquelet tierno con patatas al horno, judías verdes y compota de manzana y ruibarbo. Pero la gran sorpresa es el postre: flan de azahar con helado de azafrán. Muy rico.

Las ostras. J.S.

El coquelet. J.S.

El flan de azahar con helado de azafrán. J.S.

Mis amigos se decantan por la terrina de mollejas de pollo, la sopa de pescado bretona, el cordero con espárragos y el filetón con endivia. Todo muy francés y muy convencional, pero también muy rico. El plato más original es el gofre con queso gouda, huevo y salsa de avellana. Una experiencia divertida. Por cierto, pese al nombre y a todo el espacio sobrante, no hay ningún hotel.

El gofre con huevo. J.S.

Hotel de Gouzfazant. 10H Aambeeldstraat, Ámsterdam. Cocina francesa moderna. Precio: 40 euros por persona (con vino). Visitado el 21 de abril.