Todos conocen el deseo explícito de Hitch y si no, lo aclara él mismo. “¿Por qué razón elijo actrices rubias y sofisticadas? Buscamos mujeres de mundo, verdaderas damas que se transformarán en putas en el dormitorio”. Truffaut tiene la grabadora encendida, pregunta y Hitchcock confirma la tesis del célebre Genialidades sobre las perversiones de la vida amorosa de Freud, donde descubre que el ideal femenino del hombre es la “esposa puta”.

El “Maestro” eligió, explotó y se aprovechó de la presencia de Grace Kelly, Kim Novak, Eva Marie Saint y Tippi Hedren para levantar una estela estética y erótica en lo más profundo de lo más bajo del espectador masculino. “Esas rubias continúan actuando en la cámara oscura de nuestros deseos”, explica el profesor de literatura, especialista en cine y escritor, Serge Koster (París, 1940) en Las fascinantes rubias de Alfred Hitchcock (Periférica).

Koster salva a su Maestro haciendo creer al lector que era “el hombre que sabía demasiado sobre las mujeres” para excusarlo de su mala sombra misógina. Lo que para el autor es una “paradoja legendaria”, para el resto podría ser una evidencia obvia: no sabía demasiado sobre las mujeres, sino sobre el efecto que causan en los hombres. De hecho, de esa conclusión parte él mismo en su breve ensayo: “Si hay un enigma en las películas de Alfred Hitchcock, es el gran enigma que provoca el sexo femenino”.

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Las cuatro actrices son descritas como “sublimes marionetas hollywoodienses” y descubiertas -al mismo tiempo- como supervivientes de las “infamias imaginadas por el abominable Hitch”. Sin embargo, llama la atención la facilidad con la que Koster se entrega sin concesiones a interpretar la utilización de la imagen de la mujer en el cine del rey del suspense: “Cara demasiado llena, trasero muy marcado, complexión robusta, una dosis de exceso por todas partes. No es mi tipo”, dice Koster de Kim Novak. “Si nos cautiva y nos emociona a pesar de sus medidas es porque está atrapada en un pensamiento mágico que la ata y la magnifica”. Las medidas...

Los picos de indignación se calman con otras reflexiones brillantes, cuando Koster entra a analizar la chicha cinematográfica. De Vértigo explica que es una “demoniaca y melancólica variación sobre la dualidad del ser, la duplicidad de la pareja, la desgracia de la mujer en la esfera de las obsesiones del hombre, asesino infame o encadenado a aquella que odia cuando ha dejado de amarla, y que ama hasta cuando la odia”.

A pesar del ajuste de cuentas con el género masculino, Koster reconoce que Hitchcock nunca le decepciona. Es perfecto, dice, dando forma a sus actrices fetiches. “Incluso cuando no siente simpatía por alguna de ellas, no decepciona nunca”. El escritor busca el fin de la abstinencia en cada fotograma y entre líneas revienta su orgasmo mayúsculo por la erótica de los sutiles planos de su ídolo. Una nuca descubierta, unos pechos libres bajo un jersey y ya hay jaleo: “Y nosotros, a punto de inflamarnos cuando explote en la pantalla la carne afligida, deslumbrante, estelar de Kim Novak”.

Grace Kelly: es el fenómeno dual perfecto de Madonna-Magdalena, “virgen y puta”. Kelly y James Stewart, en La ventana indiscreta, protagonizan el efecto perverso para quien aspira al matrimonio, que “el universo de la pareja está condenado a la destrucción”.

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Siguiente parada en “la banda de las rubias aduladas”: Eva Marie Saint, “la más sensible” de las rubias de Hitchcock, “la amante de todos los hombres” (interpreta a Eva). Koster vuelve a ver los riesgos de la vida en pareja cuando Cary Grant y Eva se agarran a los salientes de los rostros presidenciales esculpidos en la roca del monte Rushmore. ¿Qué los amenaza más: la caída o las trampas del matrimonio?

Última estación: Tippi Hedren. El jefe deja de ser magnánimo, pierde cualquier compasión y remata en dos películas (Los pájaros y Marnie la ladrona) a su rubia más maltratada. “Jamás, aunque las lágrimas y las mechas iluminen su rostro, nos ha parecido tan bella, deseable, digna de ser ayudada, desnudada. En lugar de lo cual, sádicamente: irrupción de los pájaros malditos, enloquecidos”. Ahora el Maestro ha decidido hacer daño y matar.

Para Hitchcock “amor” es una palabra sospechosa. Ese es el epitafio de su cine, que cocinó a fuego lento y devoró a las mujeres de dos caras. Buen provecho.