El 18 de septiembre de 2020, tras conocer las peores cifras en número de contagiados desde el mes de abril, la presidenta Isabel Díaz-Ayuso, el vicepresidente Ignacio Aguado y el consejero de Sanidad, Enrique Ruiz-Escudero convocaban a los medios a una rueda de prensa televisada. El estado de nerviosismo era total y poco halagüeño.

Pese a tratarse de una intervención preparada, los ciudadanos tuvieron que escuchar tres veces el mismo discurso y solo al final, a preguntas de los medios de comunicación, pudimos saber exactamente qué medidas tenía preparado el gobierno de la comunidad para detener lo que era una segunda ola adelantada al resto de Europa.

Todo este nerviosismo, toda esta sensación de estar superados por los acontecimientos, chocaba con el trabajo que los técnicos de la Comunidad estaban llevando a cabo desde semanas antes. Un trabajo basado en la agilización de los resultados mediante la aplicación masiva de “tests rápidos” de antígenos y el cribado masivo en zonas básicas de salud de alta incidencia, algo que, en principio, estaba contraindicado para ese tipo de prueba diagnóstico… pero que funcionó.

En esa rueda de prensa, esas medidas y las dos semanas siguientes de evolución de la pandemia en Madrid, se resume la gestión autonómica: una comunidad que tuvo que adelantarse siempre, y a menudo a ciegas, que rompió con los acuerdos establecidos acerca de cómo combatir el virus y que vivió en un enfrentamiento constante con el gobierno central y sus técnicos.

La pandemia en Madrid empezó con muy mal pie. Todas las constantes mencionadas se pueden observar ya en la semana anterior al anuncio del estado de alarma el 13 de marzo: Madrid no tuvo los primeros brotes (esos fueron en Haro, Vitoria e Igualada) pero tuvo los más serios y centrados además en residencias y hospitales, una combinación espantosa.

Madrid fue la primera en tener serios problemas hospitalarios y la primera en ser señalada: durante toda esa semana, el rumor de cierre no incluía a todo el país sino solo a Madrid, igual que en Italia había pasado con Lombardía. Cuando Fernando Simón afirmaba que era absurdo cerrar los colegios, Madrid seguía la decisión tomada por el ayuntamiento de Vitoria y cerraba los suyos sin consenso alguno, dando una señal de alarma clara de lo que se venía encima.

Datos Covid en España.

El imaginario colectivo recuerda Madrid como el lugar donde más muertos hubo durante dicha primera ola. Las durísimas imágenes del Palacio de Hielo, lugar recreativo para niños del barrio de Hortaleza, convertido en una morgue. En realidad, siguiendo los datos oficiales, más muertos hubo en Castilla La Mancha, especialmente en Cuenca y Albacete.

Hasta el 11 de mayo, según Sanidad, murieron 8.683 madrileños sobre una población de 6,5 millones. En Castilla-La Mancha, con 2 millones de habitantes, se habían registrado por entonces 2.786 defunciones, números porcentualmente mayores.

Ahora bien, Sanidad no incluía en sus cifras a todos los madrileños que murieron sin haber pasado un test. Y fueron muchísimos. Los que murieron en hospitales ingresados por defecto en plantas Covid sin tiempo para una prueba que no llegaba, los que murieron en residencias, los que murieron en sus domicilios sin tiempo para unirse a unas urgencias colapsadas.

Los datos de la Comunidad de Madrid para ese mismo día, que es donde se concentra toda la divergencia, hablan de 13.704 fallecidos, de ellos 4.438 en residencias de ancianos, una barbaridad que nadie acaba de tocar del todo porque tanto el gobierno autonómico como el nacional tienen poco que ganar en la disputa.

Madrid fue de las primeras que pidió salirse del control del mando único y de las últimas en conseguirlo. No entró en fase 1 hasta el 25 de mayo. Eso significó poder abrir bares, restaurantes, cines, teatros y comercios con limitaciones de aforo, es decir, básicamente lo que tenemos ahora.

La decisión fue bastante polémica y en principio avalada por un “comité de expertos” que no está nada claro que existiera más allá del propio ministro Illa, el director del CCAES y la directora de Salud Pública. La excusa para retrasar el paso de fase de Madrid era el elevado número de camas UCI ocupadas. En aquel momento, eran 236. La última actualización publicada el miércoles 10 de marzo de 2021 indica 471 pacientes en estado crítico.

Evolución casos hospitalizados en Madrid.

En rigor, Ayuso solo tuvo un mes tranquilo al frente de la pandemia: junio. Fue el mes en el que se amagó con ajustar cuentas y se avisó de lo que podía entrar por Barajas. De nuevo, discrepancias con el gobierno. El verano fue un pequeño despropósito: mientras los miembros del gobierno autonómico, especialmente los de Ciudadanos, invitaban a los turistas a volver al centro para consumir, la incidencia de contagios subía cada semana sin que nadie hiciera nada al respecto.

Al 18 de septiembre no se llegó de un día al siguiente. Durante nueve semanas seguidas, el número de contagios subió, primero lentamente y luego con cierto estrépito, y subió a su vez el de hospitalizados, aunque nada comparable a lo de marzo y abril, por supuesto.

El pico de contagios diarios de la segunda ola fue de 7.226. El pico de hospitalizados llegó diez días más tarde y se cifró en 3.326. Tampoco sabemos hasta qué punto el primer dato es exacto puesto que la información que se daba en el informe regional estaba mal fechada. Eran los días en los que podías tardar una semana en que te hicieran una prueba PCR y otra semana más en conocer su resultado.

Una cuarentena entera en la incertidumbre. Los tests de antígenos lo cambiaron todo, como lo cambiaron los cribados, como probablemente ayudara el hecho de que a las medidas autonómicas se sumaran las impuestas por el gobierno central: un estado de alarma que duró del 9 al 24 de octubre cuando la situación ya parecía empezar a controlarse.

Desde entonces, ya en ese extraño régimen de cogobernanza en el que el ejecutivo nacional se limita a dar un marco legal dentro del que las comunidades pueden actuar más o menos a su antojo, Madrid ha optado abiertamente por una vía de conciliación entre salud y economía.

Mientras las demás comunidades cerraban y confinaban a la mínima alerta, Madrid lleva desde el 14 de agosto del año pasado sin bajar de los 190 casos cada 100.000 habitantes en 14 días, y desde el 13 de enero de este año, sin bajar de los 450 hospitalizados en UCI, lo que marcaría el 35% de ocupación Covid sobre el total de camas ampliables que se estableció como indicador de colapso sanitario en la reunión del Consejo Interterritorial de Salud de principios de octubre.

Situación capacidad asistencial.

A su vez, la relativamente baja mortalidad (desde agosto se han notificado 6.408 fallecidos, es decir, ha muerto uno de cada mil madrileños solo en este período) ha trasladado una imagen de éxito que sin duda es matizable pero tiene un punto de verdad: otras regiones y otros países, con medidas mucho más restrictivas para sus economías y su vida social, han obtenido peores resultados.

Eso sí, no han sometido a su sistema sanitario a una presión tan constante durante tanto tiempo. Los resultados económicos, por el contrario, han resultado bastante esperanzadores y al frente de todo, la figura del viceconsejero de Salud Pública, Antonio Zapatero, ha destacado como un hombre que al menos sabía lo que hacía y se preocupaba de explicarlo.

En resumen, Madrid no ha vivido el apocalipsis que tantas veces se le ha pronosticado, pero sigue estando en números muy altos respecto a la media nacional. Los datos del martes 9 de marzo de 2021 hablan de una incidencia a 14 días de 232,2 casos por 100.000 habitantes, bordeando el riesgo extremo.

Si nos fijamos en la incidencia a 7 días, Madrid es la segunda comunidad con peores números, solo por detrás de Melilla. En cuanto a hospitalizados, el informe regional habla de 2.135 hospitalizados, de los cuales 471 estarían ocupando una cama UCI. El ministerio sube esos números a 2.235 y 496 respectivamente, única comunidad junto a La Rioja en superar el citado 35% de ocupación Covid.

Anticipación en el cierre de colegios, insistencia en pasar de fase tras el confinamiento, tests de antígenos, cribados y cierre perimetral por zonas de salud y por municipios junto a una política de incentivación de la hostelería y el comercio. Esas seis han sido las medidas que han marcado la actuación del ejecutivo Díaz-Ayuso durante esta pandemia.

Valorarlas una por una requeriría de una tesis doctoral, porque nadie acaba de tener bien claro por qué ni hasta qué punto han funcionado o, más bien, qué significa el verbo “funcionar”. Lo que está claro es que Madrid fijó un objetivo, se adelantó a todos para conseguirlo y arriesgó todo lo necesario sin causar una hecatombe. Muchos no apostaban por ello.

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