Desde la penicilina hasta el marcapasos, son muchos los descubrimientos científicos que llegaron por casualidad o incluso por accidente a su uso clínico actual. Uno de los casos paradigmáticos es el descubrimiento del sildenafilo (comercializado como Viagra), estudiado inicialmente como un fármaco para la hipertensión pulmonar, que acabó convirtiéndose en la inestimable ayuda para la erección de millones de hombres en todo el mundo. Y todo porque se vio que los ratones en los que se probaba el entonces candidato a medicamento sufrían un efecto secundario que muchos desearía como primario. 

Experimentos que no salen como deberían, o fármacos que curan síntomas para los que no fueron ideados son fenómenos muy frecuentes en medicina a los que los científicos deben prestar especial atención para no dejar pasar lo que podría ser un gran hallazgo.

Un claro ejemplo es el de un nuevo medicamento para la diabetes tipo 2 que ha demostrado disminuir también los síntomas asociados al alzhéimer, de modo que podría convertirse en un tratamiento muy prometedor para esta enfermedad.

El papel de los factores de crecimiento

Dicho fármaco ha sido desarrollado por un equipo de investigadores de la Universidad de Lancaster, quienes han publicado sus resultados en Brain Research.

Se trata de un fármaco de los conocidos como triples agonistas y está compuesto por tres factores de crecimiento distintos: el Glucagón, el GLP-1 y el GIP.

El uso de factores de crecimiento es cada vez más frecuente en la investigación de tratamientos para la diabetes, pues se ha descubierto que muchos de ellos  tienen una estructura similar a la de la insulina.

Sin embargo, poseen otros muchos usos, como el de la mejora de los problemas de memoria de pacientes con enfermedades neurodegenerativas.

Para comprobar si éste también era el caso, estos investigadores trataron con él a un grupo de ratones transgénicos a los que se les habían mutado una serie de genes que se encuentran alterados en los pacientes afectados por una variante hereditaria del alzhéimer.

Tras el tratamiento mejoraron notablemente en las pruebas de laberintos, en las que se comprueba el estado de su memoria y, además, se comprobó que la cantidad de placas de amiloide, asociadas a la enfermedad, se había reducido en sus cerebros.

Además, también se disminuyeron la inflamación cerebral y el estrés oxidativo y se ralentizó la tasa de pérdida de células nerviosas.

Todo esto cobra sentido si se tiene en cuenta que la diabetes tipo 2 es un factor de riesgo para la aparición del alzhéimer y que el deterioro de la insulina parece estar vinculado al desarrollo de ésta y otras enfermedades neurodegenerativas.

Por lo tanto, se puede considerar estos resultados como muy prometedores, pero aún falta mucho por investigar.

Los ensayos clínicos desarrollados con una versión previa del fármaco dieron muy buenos resultados en humanos, pero eran insuficientes, por lo que ahora llega el momento de comprobar si la nueva versión es mejor que la anterior. Además, habría que hacer un estudio detallado de las dosis adecuadas y sus posibles efectos, sin olvidar compararlo con otros fármacos convencionales para el tratamiento de los síntomas del alzhéimer, ya que podría no ser mejor que ellos.

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