Era un apasionado de los coches, le gustaba la velocidad, y aquel día conducía como un loco por las calles de Manhattan, camino de su casa en el barrio de Queens. Hasta que le detuvo un policía dispuesto a ponerle la correspondiente multa. Severo Ochoa le aseguró que no se había dado cuenta de lo rápido que iba debido a los nervios.

- ¿Y por qué está usted tan nervioso?

- Me acaba de llegar un telegrama de Suecia, me comunican que me han concedido el premio Nobel de Medicina y voy a contárselo a mi mujer.

- Ah… ¿Y por qué se lo han dado?

- Por la síntesis del ácido ribonucleico.

Tras unos segundos de silencio, el agente reacciona:

- Bueno, pase por esta vez.

Estamos en octubre de 1959 y los periódicos españoles, bajo la lupa de la censura, tuvieron que hacer equilibrios para presentar el acontecimiento como un triunfo español a pesar de que el científico laureado había emigrado durante la Guerra Civil, ya tenía la nacionalidad estadounidense y había renunciado a la española.

Así, no faltaron titulares pomposos del tipo "gran investigador de España", loas a su españolidad, relatos sobre su infancia en Asturias y Málaga y algún episodio bochornoso para la ética periodística, como una entrevista al cardiólogo Francisco Vega Díaz que publicó el diario Ya. En ella, este amigo de Ochoa afirma que hubiera obtenido los mismos éxitos si se hubiera quedado en su país, pero después exigió una rectificación porque en realidad él había dicho exactamente lo contrario.

La huída de Ochoa en plena contienda tuvo más que ver con su deseo de seguir haciendo ciencia que con ideas políticas. Pudo salir de España junto a su esposa, Carmen García, gracias a un salvoconducto especial que les había conseguido Juan Negrín, su mentor y entonces ministro de Hacienda de la República. Aunque de "ideas liberales", confesaría más tarde, "no podíamos simpatizar con ningún bando". Por lo tanto, no era ningún rojo exiliado enemigo del régimen cuyo éxito no se pudiera aprovechar como propaganda.

Las autoridades no perdieron el tiempo. En enero de 1960, el secretario general del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), José María Albareda –por otra parte, sacerdote y miembro del Opus Dei- le escribió para comunicarle que se le nombraba consejero del principal organismo científico del país. Ochoa aceptó el cargo.

Tiempo de homenajes y negociaciones

Alfredo Baratas y María Jesús Santesmases cuentan en el libro ‘Nobeles españolesCajalOchoa’ cómo los siguientes años serían una retahíla de homenajes, doctorados honoris causa e invitaciones a congresos de bioquímica. Hay que imaginarse la escena en la España de los 60: las fuerzas vivas en la inauguración, un cardenal arzobispo en la mesa presidencial y los asistentes internacionales acudiendo a la catedral de Santiago para hacer una ofrenda floral al apóstol, con el botafumeiro para arriba y para abajo en su honor.

La presencia del correspondiente ministro de Educación Nacional –por aquella época se cambió la denominación a Educación y Ciencia- le daba un matiz político a estos eventos que no era nada inocente. Por alguna carta privada se sabe que Severo Ochoa asumía su papel de autoridad científica para intentar promover la bioquímica en España pero evitando que sus intervenciones públicas sonasen demasiado reivindicativas. No obstante, al calor del premio Nobel se iba formando una masa crítica de bioquímicos españoles de primer nivel, entre los que hay que destacar a Margarita Salas.

La portada del ABC esquivaba el cambio de nacionalidad del científico.

Entre tanto movimiento político y científico, la prensa comenzó a dar por seguro el regreso del único premio Nobel de ciencias español vivo. Aunque no era público, estaba negociando con el Ministerio la creación de un instituto de biología molecular que él mismo dirigiría. El asunto no era tan sencillo, requería una fuerte inversión, la ayuda de Estados Unidos e instalaciones de primer nivel. Además, Ochoa quería mantener su puesto en Nueva York y pasar en España tan solo unos meses al año. Finalmente, él mismo anunció el proyecto en una carta remitida al diario ABC en 1970.

Críticas y protestas

No faltó alguna crítica más o menos explícita que comparó las miserables condiciones de la investigación española con esta ambiciosa iniciativa, pero en 1975 el Centro de Biología Molecular Severo Ochoa ya estaba casi listo para su puesta en marcha en Madrid. Sin embargo, pocos meses antes el premio Nobel afirmó que él no regresaría sin aclarar los motivos de ese cambio de parecer. Eran tiempos convulsos para régimen de Franco.

Precedida de varios días de homenajes a Ochoa en Barcelona y en la capital y con la asistencia de los príncipes Juan Carlos y Sofía y científicos extranjeros, la inauguración del centro estaba prevista para el 27 de septiembre en el campus de la Universidad Autónoma de Madrid. Pero para aquél mismo día se programaron las últimas ejecuciones del franquismo, a tres miembros del FRAP y dos de ETA.

Ochoa recibió presiones de otros investigadores españoles para no participar en los actos, pero él afirmó que se trataba de un evento científico y no político. Ante las protestas que se avecinaban en la universidad, la inauguración se adelantó un día, pero en los actos académicos no se pudo evitar la asombrosa imagen de una sala vacía pese a acoger las conferencias de varios premios Nobel por el boicot de los estudiantes.

Ochoa regresó por fin en 1985 y murió a los 88 años en 1993 tras poner en marcha un centro de investigación puntero y lanzar una gran generación de bioquímicos españoles que comenzó a despuntar mientras el franquismo languidecía.

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